El pasado 13 de mayo, en el convento de las Agustinas Recoletas de Vitigudino (Salamanca), se vivió una escena que parece salida de los anales de la historia de los santos: una madre viuda, de origen chino, profesaba sus votos perpetuos como religiosa contemplativa. Lo extraordinario de su historia no acaba ahí. Esta mujer, María Zhang Yue Chun —hoy sor María—, es madre de cuatro religiosas y de un sacerdote.
La historia ha sido contada originalmente por Catholic News Agency, que ha podido conversar con varias de las protagonistas. Infovaticana la recoge y comparte por su extraordinaria riqueza espiritual.
Sor María nació en Shangqiu, una ciudad de la provincia china de Henan. Durante su juventud y matrimonio no conoció la fe cristiana. Pero en medio de una enfermedad grave, conoció a una comunidad de religiosas agustinas recoletas y comenzó un proceso de conversión que acabaría transformando su vida —y la de toda su familia. Fue bautizada junto a sus cuatro hijas en julio de 2007, y meses después se bautizaron su esposo y su hijo.
Al poco tiempo de esa conversión familiar, en 2008, quedó viuda. Lejos de apagar la fe, este hecho la afianzó en su confianza en Dios. Sus hijas ingresaron en la vida religiosa y su hijo fue ordenado sacerdote el pasado 25 de abril. Ella, por su parte, pidió ingresar en una comunidad de vida contemplativa. Tras muchos intentos, fue acogida finalmente en el convento de Vitigudino, donde, con enorme humildad, aprendió español y se adaptó a la vida monástica.
Inició su noviciado en 2017 y emitió los votos temporales en 2020. El 13 de mayo de 2025 —en una ceremonia profundamente emotiva, con presencia de su hijo sacerdote y una de sus hijas cantando en chino en honor a la Virgen—, entregó su vida para siempre a Dios mediante los votos perpetuos.
Donde florecen las vocaciones
Historias como la de sor María no deben verse como excepciones curiosas, sino como señales providenciales que nos invitan a mirar con hondura el misterio de la vocación. ¿Qué ocurre en el seno de una familia donde todos los hijos descubren un llamado tan radical? ¿Qué tierra nutre esas semillas?
La respuesta no está, como tantos creen, en condiciones ideales externas, sino en la apertura radical al don de Dios. Esta familia, marcada por la gracia del Bautismo vivido en unidad, supo acoger con libertad y entrega lo que el Señor quiso para cada uno. La vocación, en efecto, no se impone: se cultiva. Y el mejor terreno es una vida familiar donde se respira fe, oración, coherencia y disponibilidad.
En tiempos donde se multiplican las quejas por la falta de vocaciones, es hora de mirar también hacia dentro. La clave está en los hogares. Cuando Dios encuentra corazones dispuestos, las vocaciones no solo florecen, sino que deslumbran. Como en Vitigudino, donde una madre, habiendo entregado a Dios a todos sus hijos, se entrega ella misma del todo.
Fuente: Catholic News Agency, artículo de Nicolás de Cárdenas.
Redacción: Infovaticana.
