Por Stephen P. White
Hagamos un pequeño experimento mental. ¿Crees que podrías adivinar mi afiliación política en función de la música que escucho? ¿Mi preferencia por, digamos, Jimmy Buffet, yacht rock y la música country de finales de los años noventa revela algo sobre mi inclinación política? Estas preferencias musicales hipotéticas podrían decirte algo sobre mí (tengo gustos eclécticos, probablemente pertenezco a la Generación X, etc.), pero ¿te dirían mucho sobre cómo voto? Probablemente no.
Una sola persona es una muestra pequeñísima y, como dice el dicho, sobre gustos no hay nada escrito. ¿Y si te pregunto sobre un grupo más grande?
¿Qué pasaría si hubiera 1.000 o 10.000 personas a las que les gustara Jimmy Buffet, el yacht rock y la música country de finales de los noventa? Ahora, ¿crees que podrías adivinar con razonable precisión la tendencia política general de ese grupo simplemente por su gusto musical compartido? ¿El aumento del tamaño de la muestra hace que esa conjetura sobre sus preferencias políticas sea más fácil, más difícil o igual de complicada?
Ahora, ¿y si te dijera (de nuevo, hipotéticamente) que asisto a Misa todos los domingos y que mis tres himnos favoritos de todos los tiempos para cantar son, en cualquier orden, “On Eagle’s Wings”, “City of God” y “Be Not Afraid”? Me gusta especialmente cuando estos cantos se acompañan con guitarra acústica.
¿Crees que ahora podrías aventurar una conjetura sobre mi inclinación política?
Apuesto a que sí. Al menos, la mayoría de ustedes tiene una corazonada. La prudencia podría convencerte de que te abstengas de juzgar. Podrías objetar algo sobre “falacias inductivas” o que “la correlación no implica causalidad”. Sabes que no deberías juzgar, pero eso no significa que no estés bastante seguro de que podrías hacerlo. La respuesta ya está al fondo de tu mente. Aunque te abstengas de expresarla, sabes cuál es el juicio que estás conteniendo.
Dejemos por un momento esa hipótesis (ciertamente cargada) y volvamos a la realidad de la Iglesia y el país en el que vivimos. Hoy se habla mucho de polarización política, por razones obvias. También se habla mucho de cómo dicha polarización ha penetrado en la Iglesia.
Si bien la polarización política puede exacerbar nuestras divisiones eclesiales, nuestras más importantes divisiones dentro de la Iglesia –por ejemplo, sobre la liturgia, la moral sexual o la correcta interpretación del Concilio Vaticano II– anteceden con mucho a este momento de polarización política. Además, como he escrito antes, resulta difícil considerar que la polarización política estadounidense sea la causa principal de nuestras divisiones eclesiales cuando buena parte de la Iglesia fuera de Estados Unidos, y por tanto alejada de nuestra polarización doméstica, enfrenta divisiones muy similares.
La polarización política es, al menos, tanto síntoma como causa de nuestras divisiones eclesiales. Y no soy el primero en observar que muchas de nuestras divisiones políticas están sustentadas por desacuerdos mucho más profundos sobre la naturaleza y los fines de la vida humana.
Esas preguntas antropológicas son, para la mente cristiana, preguntas intrínsecamente teológicas. Así que no debería sorprendernos descubrir que la manera en que rezamos (o incluso lo que nos gusta cantar) de alguna manera se refleja en cómo concebimos nuestra vida política y nuestras responsabilidades como ciudadanos.
Lex orandi, lex credendi, lex vivendi. La forma en que rezamos moldea lo que creemos, lo cual a su vez moldea nuestra forma de vivir. A lo que podríamos añadir: lex civitandi – la forma en que rezamos acaba por moldear la manera en que ejercemos nuestra ciudadanía.
Ahora bien, por supuesto, no podemos realmente conocer las creencias políticas de las personas solo en función de su preferencia por un tipo de música litúrgica. Sin duda, hay progresistas que aman cantar el Regina Caeli y conservadores que anhelan «Cantar una Nueva Iglesia».
Tampoco estoy sugiriendo que la renovación litúrgica deba verse como un medio para alcanzar algún fin político, incluso uno noble. Instrumentalizar el culto a Dios es algo perverso y desordenado. Pero es un hecho que el culto recto no puede sino ser un bien para la vida de cualquier comunidad que así adore.
En una reciente homilía con motivo del Jubileo de la Santa Sede, el Papa León XIV observó que: “Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la Cruz de Cristo”. Y continuó:
De hecho, la fecundidad de María y de la Iglesia están inextricablemente unidas a su santidad, que es su conformidad con Cristo. La Santa Sede es santa como la Iglesia es santa, en su núcleo original, en el mismo tejido de su ser.La Sede Apostólica conserva así la santidad de sus raíces al tiempo que es preservada por ellas. Pero no es menos cierto que también vive de la santidad de cada uno de sus miembros. Por tanto, la mejor manera de servir a la Santa Sede es esforzarse por la santidad, cada uno según su estado de vida particular y la labor que le ha sido confiada.
Lo que es verdad para quienes trabajan en la Santa Sede y desean el éxito de su misión, también lo es para quienes deseamos que nuestra vida política sane y que nuestra nación prospere. La mejor manera de servir a nuestro país es esforzarnos por la santidad, cada uno según su estado de vida particular. La fecundidad de nuestros esfuerzos en esa dimensión de nuestra vida, como en todas las demás, depende de nuestra conformidad con Cristo.
En este contexto, podemos ver cómo la Iglesia desempeña un papel verdaderamente insustituible en la vida y la salud de nuestra nación. Es habitual oír que se diga que la política está aguas abajo de la cultura. Lo cual es cierto, siempre que se reconozca que la cultura, en ocasiones, también está muy influida por la política.
La Iglesia es diferente. Ella está en medio de ambas, pero en última instancia no pertenece a ninguna. Las trasciende. Y nos enseña cómo, por medio de la conformidad con Cristo y el esfuerzo por la santidad, podemos recibir la gracia de hacer lo mismo.
Sobre el autor:
Stephen P. White es director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América y miembro en Estudios Católicos en el Ethics and Public Policy Center.
