El arzobispo de Oviedo, <a href="/?s=Jesús+Sanz+Montes" target="_blank" rel="noopener"Jesús Sanz Montes, ha denunciado con firmeza lo que considera una “demolición moral” de la sociedad, en la que las convicciones cristianas son sistemáticamente marginadas, y los espacios públicos, expropiados de su presencia y significado religioso.
En un artículo titulado “Demolición moral”, publicado este lunes en la sección La Tercera del diario ABC, el prelado critica el avance de una “hostilidad inacabada” contra el cristianismo y señala los mecanismos ideológicos que, a su juicio, buscan neutralizar su influjo en la vida social.
Sanz Montes comienza el texto señalando que “nos dan pautas quienes no participan en la vida cristiana, o la contradicen con sus hechos y dichos”, y critica que estos actores pretendan dictar a los obispos “cómo debemos hacer las homilías, cuáles son los argumentos válidos, y dónde estar en un protocolo cada vez más restrictivo”.
A su juicio, se trata de una extraña forma de “venganza que respira rencores, con pulsiones resentidas en una hostilidad inacabada”.
En este contexto, el arzobispo advierte que se ha producido una redefinición del relato público, en la que los adversarios de la fe cristiana han “ido configurando un escenario que expropia los espacios y censura las palabras”.
Así, se sustituye la libertad de expresión por una “versión excluyente de lo que se puede pensar, decir y vivir”, donde “las palabras se tornan sospechosas, los gestos se consideran ofensivos, las presencias cristianas se desautorizan”.
Sanz Montes denuncia que esta exclusión no se limita al plano simbólico o cultural, sino que se manifiesta también en el ámbito legal.
Se promulgan leyes que cercenan los derechos, coartan ideológicamente las libertades, e imponen una uniformidad secularista”, afirma.
Este nuevo “totalitarismo blando”, según el prelado, disimula su carácter autoritario con una aparente defensa de los derechos, cuando en realidad busca “inmovilizar nuestras presencias” y “cancelar lo que somos y representamos”.
Ante este panorama, el arzobispo de Oviedo propone una respuesta cristiana que no pase por el resentimiento o el victimismo, sino por la fidelidad a la verdad del Evangelio.
No ha habido herida en la que no hayamos puesto el bálsamo del consuelo y el amor que las curaba”, escribe, rechazando la idea de que la Iglesia haya sido una fuente de división o exclusión.
Por el contrario, defiende que “cada lágrima ha sido enjugada con ternura, cada sonrisa brindada, cada pregunta amada y respondida, cada oscuridad encendida y abrazada”.
En un tono pastoral, Sanz Montes recuerda que la misión de los cristianos no es imponer su fe, sino “proponer con convicción y belleza, en el nombre de Dios mismo, nuestro amigo caminante junto al dolor humano”.
Y añade:
Somos los únicos que no nos quedamos en el diagnóstico, ni nos sentamos en la bancada de la queja. Hemos sido el único pueblo que ha ofrecido consuelo donde no lo había”.
En la parte final de su reflexión, el arzobispo enfatiza la necesidad de volver a escuchar la Palabra de Dios para aprender de su sabiduría, ya que “el que Dios nos dice no es un saber teórico, sino un modo de vivir y de amar”.
Invita así a los cristianos a resistir con firmeza a quienes “desde sus púlpitos ideológicos o sus nuevos altares sin cruz” promueven “formas de neobarbarie, tribalismos, subyugaciones, y dictaduras disfrazadas de libertad”.
Es la batalla en la que estamos hoy”, concluye el arzobispo.
Los perdedores pueden ser de papel al denigrarnos con calumnias y falacias, o leyes que cercenan derechos; pero la victoria será siempre de la verdad que nos hace libres”.
Jesús Sanz Montes es arzobispo de Oviedo desde 2010 y miembro destacado del episcopado español. En los últimos años ha sido una de las voces más críticas frente a los procesos de secularización, defendiendo la libertad religiosa y la visibilidad del mensaje cristiano en el ámbito público, cultural y educativo.
Texto íntegro del artículo publicado en ABC
Demolición moral
Por Jesús Sanz Montes
«Nos dan pautas quienes no participan en la vida cristiana, o la contradicen con sus hechos y dichos, sobre cómo debemos hacer los obispos las homilías, cuáles son los argumentos válidos, y dónde estar en un protocolo cada vez más restrictivo y excluyente. Hay detrás una extraña venganza que respira rencores, con púlpitos resentidos en una hostilidad inacabada. Se trata de la batalla cultural donde se expropian los espacios y se censuran las palabras, calumnias y falacias, o leyes que cercenan los derechos y acorralan ideológicamente las libertades. Así se disimula o desacredita, se intenta anular e invisibilizar nuestra presencia, y crear relatos alternativos desde los que eclipsar de tantos modos nuestro mensaje.»
Lo señala nuestro sabio refranero, “Zapatero, a tus zapatos”, para indicar que nadie debe distraerse en su menester, ni siquiera con el pretexto de hacer un bien que puede resultar ajeno a lo suyo. Y esto pretende recordarnos a los pastores de la Iglesia como algunos adversarios desean afearnos el oficio que tenemos en razón de nuestra misión. Se sentirá arder una historia de siglos, o se intentará desempolvar la ceniza de un ideologizado pasado que resucita fantasmas para intentar repetir sus odios. Todo eso hace parte de una hostilidad inacabada. Se trata de una extraña venganza que respira rencores y odios viejos, donde algunas presencias como es la del mensaje cristiano resultan incómodas en el escenario público.
Por eso resulta que nuestros ‘zapatos’ cristianos deben también pisar con respeto y decisión ese escenario plural, sin complejos ni medias tintas, con las dificultades culturales y legales, agravadas por falacias, faltones y leyes que lo dificultan todo. Nos quieren callados, escondidos o desaparecidos. No se nos niega un espacio desde la hostilidad, sino que se pretende silenciar o anular lo que somos. No es que no puedan soportarnos, es que no quieren escucharnos.
Ellos nos roban las palabras de Jesús y las vacían de sentido, o las pervierten hasta hacerlas irreconocibles. Se indignan cuando no repetimos sus mantras y eslóganes, o cuando no asumimos sin reservas sus dogmas ideológicos. Se escandalizan de nuestra belleza, el amor que Dios mismo es, nuestro amigo caminante junto al hombre herido.
Por eso hemos de ir con el mapa de nuestro Señor, donde no han llegado los pies de los misioneros con sus zapatos cristianos, ni ingenua ni ciegamente, sino calzando la Buena Noticia de la esperanza. No ha habido herida en la que no hayamos puesto el bálsamo del consuelo y el amor que las curaba, como tampoco ha existido conflicto, trinchera o barricada donde no hayamos intentado levantar la bandera que reconcilia los pueblos y abraza sus almas. Cada lágrima ha sido enjugada con ternura, cada sonrisa brindada, cada pregunta amada y respondida, cada oscuridad encendida y abrazada.
Para expresar esto hemos debido aprender la sabiduría de lo que Dios nos dice en su Palabra, y ejercer un discernimiento que no sólo nutre con la gracia de lo que Dios provee, pero también hemos debido encontrar razones para nuestras posturas, en medio de las grandes cuestiones antropológicas, culturales, económicas, políticas, sociales, donde no se trata de imponer la fe, sino de ser luz que hace ver y sal que da gusto a la vida. Y nuestros zapatos cristianos han caminado tantas veces sobre causas nobles y justas, que no podemos ahora renunciar a ello, aunque intenten callarnos desde instancias institucionales o administrativas que se subordinan a los poderes más extraños y oscuros, a las ideologías más sumamente anacrónicas, obsoletas y subyugadoras. Esta es la batalla en la que estamos. Hoy los perdedores pueden ser de papel al denigrarnos con improperios y difamaciones, pero nosotros no hemos dejado de poner el pie en la historia con nuestra verdad y nuestra esperanza.
Llegados al escenario nacional, hay intentos de silenciar la voz cristiana en el campo de la cultura, de la enseñanza, de la familia, de la moral, de la acción política, sin pudor y sin medida. Una imposición uniformadora que nos quiere a todos recortados según el perfil que aplaudan los lobbies y que anulen toda diferencia que venga de la fe y la razón. Nos han robado las palabras, como lo dijo el gran pensador italiano Augusto Del Noce, y ahora intentan robarnos los espacios. Pero más aún: pretenden robarnos la esperanza, amputando toda transcendencia, sustituyendo el misterio por la técnica, el sentido por el cálculo.
No es nuestra guerra desde el resentimiento ni la revancha, ni desde la imposición violenta. Pero sí es nuestra lucha desde la razón y la fe, desde la libertad y el amor. Necesitamos saber dar razones de nuestra esperanza, y también argumentos para no abdicar del bien, de la verdad y de la belleza. En esto estamos, sabiendo que los tiempos son recios y la noche oscura. Pero hemos aprendido a caminar de noche, bajo el amparo de las estrellas. Nuestros zapatos cristianos tienen el polvo de tantos caminos recorridos. Y no los dejaremos en la puerta. Porque sin ellos, no hay cristianismo.
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Jesús Sanz Montes, OFM
Arzobispo de Oviedo