No es solo un escándalo: es una tomadura de pelo

No es solo un escándalo: es una tomadura de pelo

De las muchas críticas que se le pueden hacer y se le han hecho a Fiducia supplicans, quizá la más obvia es que nos toma por idiotas. Porque todo el mundo, a estas alturas de la historia y de este pontificado, puede ver con claridad de qué va la vaina y por dónde van los tiros, que no son otros que un acercamiento tan desesperado como insensato a lo que quiere el Mundo, entendido en un sentido teologal.

No diré que no pueda negarse, porque el lenguaje humano también está para eso, para negar lo más evidente, pero es en vano. Se trata de cambiar la doctrina en algo tan asentado, inamovible y claro como la moral sexual, no solo constante en la historia de la Iglesia sino anterior a esta en las Escrituras y aún en la pura ley natural.

La vía LGTB es hoy obligatoria en el mundo en todas sus manifestaciones, ya han doblado la cerviz ante ella lo mismo gobiernos y partidos que empresas y universidades y cualquier estancia que uno imagine. Así que esta jerarquía que lleva décadas en busca de su encaje en el siglo, retorciendo el mensaje y humillándose ante el poder, ‘aggiornándose’, y que en este pontificado ha pisado el acelerador con su obsesión climática y su manía presuntamente inclusiva, tenía que dar el paso.

No puede decir de golpe que todo el monte es orégano a partir de ahora, porque la enseñanza es demasiado clara y demasiado constante, pero tampoco hace falta. La Piedra Filosofal no está ahora tanto en la teología como en su desprecio, en el hallazgo del mágico elixir: lo ‘pastoral’.

Hasta ahora, lo pastoral significaba la traslación de la doctrina general a los casos particulares, de la enseñanza eterna e inmutable a las circunstancias de cada momento. Hoy, en cambio, y como empezamos a ver en Amoris laetitia, puede significar lo contrario de lo doctrinal. La doctrina dice una cosa, pero ‘pastoralmente’ puede convenir ignorarla. Y, como se ha hartado de decir Francisco, el hecho es más importante que la idea.

También cree el Papa reinante que el tiempo es superior al espacio y que lo que importa es abrir ‘procesos’. Eso es Fiducia supplicans, como ha entendido mejor que nadie el padre James Martin, el ‘apóstol de los LGTB’, a quien le ha faltado tiempo para ‘bendecir’ a dos amigos cogiditos de la mano y con pocas trazas de estar pidiendo fuerzas para abandonar su estilo de vida. Multiplíquese esa imagen por unos cuantos miles y ya hemos cambiado la doctrina sin tener que tocarla.

Uno entiende que, en la realidad, no se puede decir que no se cambia nada y, al mismo tiempo, que se está introduciendo una importante novedad. Como no puede decirse que no se bendicen uniones pero sí parejas. O que todo el problema está en que no se confunda con un matrimonio, como si las uniones homosexuales en sí mismas no constituyeran una relación ilícita. O que se pretende clarificar cuando se siembra mucha más confusión.

Pero la prueba del nueve del nuevo documento está en lo que han advertido inmediatamente, casi diría instintivamente, esas periferias tan amadas de boquilla: que el asunto, innecesario cuanto menos, trata de subvenir a los caprichos de los sedicentes católicos de los países ricos y aburguesados, cediendo a su relativismo moral, mientras los países pobres son tan ignorados como mártires.

Es decir, aceptemos ex hypothesi que lo que Fernández escribe tenga un pase, creamos que no se cambia una yod de la doctrina y que, en realidad, al bendecir a las parejas no se bendice aquello que las constituye como parejas, sino a los individuos que la forman, tan pecadores como podamos ser cualquiera al ser bendecidos. Si es así, si se pueden bendecir grupos humanos porque se está bendiciendo individualmente a cada uno de sus miembros, ¿por qué hablar de parejas homosexuales e irregulares, y no de grupos dedicados a actividades ilegítimas en general?

Hay dos respuestas que se imponen. La primera ya está dicha: se trata de complacer a un grupo muy concreto, a una exigencia doctrinal del mundo, no menor que el Cambio Climático.

La segunda es que la imagen sería desastrosa y resultaría invendible. Porque nos obligaría a plantear la bendición -’espontánea’, entiéndanme, sin un rito formal- del Cártel de Medellín, de una logia masónica, de una clínica abortista o de un campo de exterminio. No se escandalicen: en todos esos casos, se estaría bendiciendo a los individuos que forman esos colectivos, pecadores como todos. Y eso no cuela.

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