Los radicales chilenos no se han leído ‘Fratelli tutti’

Los radicales chilenos no se han leído ‘Fratelli tutti’

Todo empezó cuando, en una temprana entrevista concedida al órgano jesuita Civiltà Cattolica -luego llovería un incesante chaparrón-, Su Santidad se definió de izquierdas. Lo hizo por ‘via negativa’, que decían los escolásticos: “Yo nunca he sido de derechas”.

En esa frase estaba encapsulado mucho de lo que ha sido hasta ahora su pontificado, si solo hubiéramos sabido leerla.

Empezando por su ‘estilo’ indirecto, sinuoso, de ‘iniciar procesos’. El Papa no dijo directamente que era de izquierdas, sino por descarte, y pronto habríamos de familiarizarnos con esta forma de expresión que le permite dejar claro lo que quiere decir sin decirlo expresamente.

En segundo lugar, dejaba claro que el suyo iba a ser un pontificado político, eso que se llama pudorosamente en términos eclesiásticos ‘social’. ¿A cuento de qué tiene el Vicario de Cristo que definirse según los criterios políticos del mundo, alienando a una enorme proporción de sus hijos? El Papa tiene como misión confirmar a sus hermanos en la fe y gobernar la Iglesia, toda la Iglesia, y declarar su ideología política de entrada solo podía tener un efecto divisivo y servir de advertencia de que esa ideología iba a tener un peso inusual en su pontificado.

En tercer lugar, la declaración denunciaba una mentalidad anclada en el pasado. La de izquierda y derecha nunca fue una taxonomía muy precisa, pero en nuestro siglo ya carece casi de todo sentido. ¿Quién podría decirle a un socialista clásico de, digamos, 1950, que las grandes multinacionales iban a repetir con entusiasmo todos los mantras que fuera pariendo la izquierda? ¿Con qué cara escucharían los entusiastas de la Revolución que tendrían de su lado a todo el sistema capitalista, que les financiarían los grandes bancos y les bailarían el agua las instituciones capitalistas?

Pero no fue esa la primera vez que el Santo Padre se ha expresado como si siguiéramos viviendo a finales de los sesenta, como cuando habla de curas rígidos tocados con la teja, de predicadores que asustan con el infierno o confesores que convierten el Sacramento de la Penitencia en una cámara de tortura, cosas todas que contrastan vívidamente con lo que cualquier fiel puede ver en su parroquia.

En cuarto lugar, un cristiano de izquierdas es un hombre entregado a un romance imposible, a un amor nunca correspondido.

La izquierda existe, es coherente, es omnicomprensiva. La derecha, no: ¿qué tiene que ver el liberal -o ‘neoliberal’, si se prefiere- que odia el Estado, con el Estado Social de los tradicionalistas o con la adoración del Estado de los fascistas? Ni siquiera son mínimamente compatibles.

La izquierda, en cambio, en su gradación, tiene un plan completo, una visión del mundo y del hombre que es, por eso mismo, incompatible con cualquier fe transcendente. La derecha no tiene por qué ser cristiana; la izquierda es necesariamente anticristiana. La concepción de la religión como un rival a abatir, como el ‘opio del pueblo’, está en su misma génesis y en su historia. Chile es un ejemplo, como lo fue hace unos meses Estados Unidos, como lo fueron los mártires de nuestra Guerra Civil algunos de los cuales ha beatificado el propio Francisco, como lo son hoy y ayer los fieles chinos obligados a sustituir en sus casas las imágenes de Cristo por otras de Mao.

De hecho, la izquierda real tiene un historial tan espantoso que para mantener su dominio sobre las mentes de la gente nunca se compara con realidades, sino con sueños. Critica sus enemigos por los defectos innegables que tienen, como toda obra de hombres, pero exige que a ella se la juzgue por sus nobles intenciones, no por sus macabras realidades.

Esa apelación a la utopía -en el fondo, a ese anhelo del Cielo que todos tenemos- es reconocible en Fratelli tutti como en tantos otros mensajes del Papa. Su proclamación de hermandad universal parece ignorar la realidad de la naturaleza caída; habla de ‘gobernanza global’ como si no hubiera una posibilidad muy cierta de que un estado global se convirtiera en la tiranía definitiva, de la que ya es imposible escapar.

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