Un sacerdote explica por qué no ha marcado la X en favor de la Iglesia Católica: «para no ser cómplice, aunque sea con pocos euros, de esta locura». Revela que en su diócesis «hay ya un pequeño grupo de sacerdotes que ha tomado también esta dura decisión».
Marco Tosatti aborda en Italia un asunto que tiene plena vigencia informativa también en España por el periodo en que nos encontramos: el del «8X1000« [en la declaración de Hacienda en Italia, el porcentaje que se dedica a la Iglesia].
Hemos recibido la carta de un sacerdote que les ofrecemos como testimonio de un malestar que, evidentemente, es compartido por gran parte del mundo católico italiano. Preferimos no publicar el nombre de la persona que nos ha expresado libremente sus sentimientos y opiniones, porque vivimos tiempos ligeros y dulces, sobre todo para los clérigos que no se alinean, y no nos parece justo exponerle a una atención misericordísima. Buena lectura.
Estimado Sr.Tosatti:
Quien le escribe es un sacerdote de Santa Romana Iglesia incardinado en una diócesis del norte de Italia. La lectura de la carta que le envió RVC y que usted publicó el 12 de mayo me ha impulsado a escribirle. Con pluma maestra y suma inteligencia, RVC aborda el tema del 8×1000, que un numero cada vez mayor de católicos destinan de mala gana y con gran malestar a la Iglesia católica. Soy uno de ellos… y hace tres años tomé una decisión drástica. Voy directo al grano: desde hace tres años no marco la «X» en la casilla de la Iglesia católica. Y no solo: en mi diócesis (una diócesis de tamaño medio-pequeño), hay ya un pequeño grupo de sacerdotes que ha tomado también esta dura decisión. Y sé de hermanos míos que, en otras diócesis, hacen lo mismo. Le parecerá extraño, incluso contradictorio, que un sacerdote de la Iglesia católica no ponga la X en la casilla a favor de la Iglesia católica… hubo un tiempo en que también a mí me hubiera parecido raro y, tal vez, incluso lamentable, pero intentaré explicarme. Obviamente, mi negativa a apoyar económicamente a la Iglesia no está relacionada con la Iglesia católica en cuanto tal, a la que dedico toda mi vida y mis pobres recursos; mi decisión respecto al 8×1000 es más bien una exigencia de conciencia, dado que no quiero apoyar decisiones y acciones de las jerarquías eclesiásticas que considero contrarias al bien, a la verdad, al Evangelio. RVC ha enumerado algunas de ellas con una ironía espléndida.
La Iglesia católica (me refiero a la dimensión humana y falible de la iglesia, no a la Esposa inmaculada de Cristo), lo digo con un dolor atroz, es cada vez más descarada en su «conversión» a agencia ideológica con una agenda político-cultural muy similar a la de un manifiesto radical-progresista. Cada día que pasa me doy más cuenta, y como yo otros muchos, que las estructuras eclesiásticas se ponen al servicio de ideas anti-cristianas, ideas que a un Pannella o una Bonino no les costaría nada defender… En este sentido, el periódico Avvenire puede ser elegido como paradigma italiano.
No es este el lugar para una disquisición sobre la crisis que afecta a la Iglesia, sus dinámicas y sus causas. Pero creo que todo creyente que tenga los ojos bien abiertos sobre la realidad eclesial que lo rodea, se da tristemente cuenta de la debacle que parece arrollarlo todo. ¿Qué hacer? Desde luego, ¡no ser cómplices! Esta es la razón por la que no pongo la X a favor de la Iglesia católica, para no ser cómplice, aunque sea con pocos euros, de esta locura.
A esta razón de conciencia se añade otra, de tipo «estratégico». La enorme crisis que está dañando a la Iglesia, que según muchos no tiene precedentes, no sólo nos pide no ser cómplices de la obra de «autodemolición», sino que nos pide además un compromiso activo para combatir el error, cada uno según las propias posibilidades y competencias, el propio papel. En este compromiso se incluyen los Dubia de los cardenales, la Correctio filialis, la reciente declaración del cardenal Eijk, el compromiso teológico, filosófico e histórico de muchos para resistir a y corregir la marea pan-herética que va en aumento. Todas ellas son iniciativas bendecidas, pero ya Aristóteles decía que es inútil dialogar con quien niega el principio de no contradicción. Y es fácil reconocer que esta negación del principio de no contradicción es, precisamente, una constante en quien está llevando a cabo la autodemocilición de la Iglesia (¿recuerda, Sr. Tosatti, el 2+2=4, pero también igual a 5, del padre Spadaro? Además, todo el capítulo VIII de Amoris Laetitia está construido despreocupándose de la «contradicción no admite argumento» -Dante Alighieri, Infierno, Canto XXVII,120-). Se trata, en el fondo, de un praxismo revolucionario agnóstico (el gran filósofo tomista Cornelio Fabro diría ateísmo, dado el principio de inmanencia supuesto teóricamente) engalanado retóricamente de cristianismo. Pero, ¿cómo se combate un praxismo como este, difundido de manera penetrante y metastásica en todo el cuerpo eclesial? Ciertamente, el compromiso de verdad a nivel doctrinal es irrenunciable, pero temo que es absolutamente ineficaz respecto a unas estructuras de poder eclesiástico dominadas por dicho praxismo irracional. Quien asume la ideología de la praxis no atiende a más «razones» que la fuerza bruta de la efectividad que se impone. He aquí, entonces, que el dinero (o, mejor, la falta de él) se convierte en el argumento más eficaz. «Hacer pasar hambre» económica a las estructuras eclesiásticas es, tal vez, la única medicina capaz de detener el desarrollo cancerígeno de las metástasis. Y que quede claro, ¡lo digo con lágrimas en los ojos!
Quitarle recursos económicos a la Iglesia católica en su actual estado patológico es hacer el bien a la Iglesia católica, pues así se contribuye a bloquear el desarrollo tumoral que la aflige.
Algunos podrían objetar: pero, ¿con qué vivirán los sacerdotes buenos y honestos? ¿Cómo se financiarán las obras pías que la Iglesia lleva a cabo? Comprendo la objeción; objeción que, como cristiano y sacerdote, me he planteado largamente. Pienso que la Providencia sabrá encontrar la manera para financiar a los buenos y sus obras sin tener que pasar por la caja de la oficialidad institucional eclesiástica. No sólo sabrá encontrarla, sino que ya la encuentra, porque muchas iniciativas hermosas y santas crecen sin la contribución de los fondos procedentes de marcar la X en la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. Además, no poner la X en favor de la Conferencia Episcopal italiana (CEI) no significa no reconocer la obligación de «subvencionar las necesidades materiales de la Iglesia, cada uno según sus posibilidades», como dice el precepto. Cada creyente está llamado a contribuir, también económicamente, a la obra de la Iglesia. El 8×1000 sería una modalidad de esto pero, de facto, lo que hace es contribuir a la autodemolición de la Iglesia más que a la acción que le es propia (la deseada por Nuestro Señor para Su Iglesia).
En resumen y concretamente: que cada uno dé su propia contribución (también económica) sólo a esos sacerdotes, religiosos y obras que realizan el mandato de Cristo sin hacer concesiones y sin desviarse. Al resto, ¡lo bueno es «ponerlos a dieta»!
Personalmente, con lo poco que tengo, sostengo realidades que han dado prueba de catolicidad diamantina: una comunidad monástica pequeña y sana, una revista católica, algún parroquiano anciano que recibe la pensión mínima, algunas familias católicas en dificultad. Pero a los varios Galantino, Avvenire y Caritas, todos ellos por desgracia en primera línea en el apoyo al «negocio de los inmigrantes que está orientado a suicidar a la propia Iglesia» (RVC), ¡ni un sólo céntimo!
Y a los que me recriminan esta actitud, les podría decir que mi decisión es una elección ecuménica que aplica el espíritu del Concilio, visto que mi 8×1000 lo destino a los hermanos ortodoxos. ¡Ecumenismo contributivo!
En Cristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con afecto,
UN SACERDOTE
Publicado por Marco Tosatti en Stilum Curiae y traducido por Helena Faccia Serrano para InfoVaticana.