
No pretendo hacer apología doctrinal sobre la corredención de María Santísima. Supongo que una causa por la que hoy día no es dogma, es por haberse entendido que el título puede ser más confuso que aclaratorio. Pero creo que es buena ocasión para dignificar el papel de la Virgen, que no es una discípula más de Nuestro Señor.
La Iglesia se ha preocupado a lo largo de la historia por dar títulos a la Virgen que la traten con justicia y la definan ante los creyentes. No son piropos exagerados, sino aquellas atribuciones que la califican para que el pueblo de Dios sepa quién es. La Iglesia ejercía su función magisterial, es decir, de enseñanza, y no la de un adulador mitómano. La Virgen María no es una creyente más: es Reina de los cielos.
María, al ser la madre de Jesús y sentenciar el «hágase en mi según tu palabra», no está actuando como un fiel anónimo, sino que está siendo el instrumento fundamental para el nacimiento de Nuestro Señor. Su papel en la Salvación supera el de cualquier persona en la humanidad, con la excepción lógica de Su Hijo.
Nótese que el Ángel San Gabriel, al saludar a María usó la expresión SHALOM LAJ. Shalom era y es el saludo común entre los judíos, pero SHALOM LAJ era un saludo reservado para la realeza. El Ángel se coloca en una posición inferior respecto de Maria, que la trata como una reina. Además, a Ella le corresponde el título propio de las madres de reyes, en este caso, del Rey de Reyes.
Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías. Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra. Entonces ella dijo: Te hago una pequeña petición; no me la niegues. Y el rey le dijo: Pide, madre mía, porque no te la negaré (1 Reyes 2:19-20).
Estas verdades, tan cuidadosamente guardadas por la tradición de la Iglesia, definen a María, a la que tenemos en los altares de los templos y no a nuestra izquierda como un cristiano más; a la que rezamos con devoción; ante la que nos arrodillamos; a la que la Iglesia ha dedicado el rosario; y a la que tantas conversiones debemos. Es más que un creyente. Es más que un santo. Los padres de la Iglesia la llamaban la Nueva Eva. Nosotros y el Papa le decimos: «Bendita tú eres entre todas las mujeres […] Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores».
El título de María corredentora no implica que la Salvación no venga por Jesús. Expresa el papel único de María colaborando con el único redentor del mundo. Nosotros decimos “a Cristo por María», y no “María sin Cristo.» De hecho, San Pablo habla de todos los cristianos como “colaboradores de Dios” (1 Cor 3,9), sin significar que sean dioses igual a Dios. Nosotros rezamos a los santos, a la Virgen, e incluso nosotros mismos pedimos a Dios por amigos y familiares, ejerciendo un curioso papel salvífico con nuestros hermanos. «Salvarnos en racimo», dicen algunos sacerdotes.
Curioso el fenómeno en el que pareciera que la única cristiana no corredentora es María. Más curioso aún, cuando el ecumenismo parece elevar el papel de otras religiones, perjuras de Jesús, como corredentoras de las personas «siempre que nos hagan mejores.»
Aprovechemos este debate no para crear polémica, sino para entender mejor a María y profundizar en nuestra veneración a Ella.
Salve, Regina, Mater Misericordiae…