La mañana del 7 de septiembre de 2025, la Plaza de San Pedro se convirtió en el corazón palpitante de la Iglesia universal. Más de setenta mil fieles se congregaron para asistir a la canonización de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, presidida por el Papa León XIV. Desde primeras horas, grupos de jóvenes, familias y comunidades parroquiales llenaron los accesos al Vaticano, ondeando banderas entre las que destacaban las de Italia, España, Polonia y Brasil, en un ambiente de fiesta y oración.
Entre los asistentes destacaron autoridades civiles italianas como el presidente de la República, Sergio Mattarella, el presidente de la Cámara de Diputados, Lorenzo Fontana, y el ex presidente del Senado, Pier Ferdinando Casini, además de representantes de asociaciones laicales y movimientos juveniles.
La procesión de las reliquias
Uno de los momentos más emotivos fue la presentación de las reliquias. En el caso de Carlo, se llevó un fragmento de su corazón, signo de su ardiente amor por la Eucaristía. De Pier Giorgio se presentó un pedazo de su jersey de montaña, evocación de su vida sencilla y su pasión por la naturaleza. Ambas reliquias fueron llevadas en procesión hasta el altar e incensadas solemnemente por el Papa.
La fórmula solemne de canonización
El rito alcanzó su culmen cuando León XIV pronunció en latín la fórmula oficial:
“Declaramos y definimos santos a los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, y los inscribimos en el Catálogo de los Santos, estableciendo que en toda la Iglesia sean devotamente honrados entre los santos.”
Con estas palabras, Frassati y Acutis fueron inscritos definitivamente en el canon de los santos de la Iglesia mientras las campanas repicaban.
El saludo cercano del Papa
Antes de iniciar la Misa, el Papa se dirigió espontáneamente a los fieles con un mensaje sencillo y directo que reflejó el clima de la jornada:
“Hoy es una hermosa celebración para toda Italia, para toda la Iglesia, para todo el mundo.”
Estas palabras fueron recibidas con entusiasmo por los presentes, que corearon cánticos y ondearon banderas como signo de alegría compartida.
La homilía: no desperdiciar la vida
En su homilía, León XIV vinculó las lecturas de la liturgia con la vida de los dos nuevos santos, recordando que ambos supieron responder con generosidad al proyecto de Dios:
“Los santos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis son una invitación para todos nosotros, sobre todo para los jóvenes, a no malgastar la vida, sino a orientarla hacia lo alto y hacer de ella una obra maestra.”
El Papa subrayó que Frassati y Acutis fueron dos laicos enamorados de Cristo, capaces de reflejar su amor tanto en la Eucaristía como en el servicio a los pobres y en la entrega cotidiana:
“Pier Giorgio y Carlo vivieron este amor por Jesucristo sobre todo en la Eucaristía, pero también en los pobres, en los hermanos y en las hermanas.”
Las familias, protagonistas discretas
La participación de las familias fue otro signo destacado. La madre de Carlo, Antonia Salzano, siguió la ceremonia desde la primera fila, con lágrimas visibles al escuchar el nombre de su hijo proclamado entre los santos. Los hermanos de Carlo participaron en la liturgia: Michele leyó la primera lectura en inglés y toda la familia presentó las ofrendas en el altar. La familia Frassati, presente con varios descendientes, acompañó en silencio y oración la entrega de la reliquia de su antepasado.
Un signo para la Iglesia de hoy
La canonización de Frassati y Acutis se enmarca en el Jubileo de la Esperanza 2025 y se presenta como uno de los hitos de este Año Santo. Ambos santos, unidos ahora en el mismo altar, ofrecen a la Iglesia contemporánea modelos cercanos de santidad juvenil: uno desde la entrega social y la vida universitaria del siglo XX, otro desde la cultura digital y la devoción eucarística del siglo XXI.
La jornada concluyó con un clima de oración y júbilo. Entre pancartas y cantos se repetían las frases más queridas de los nuevos santos: la de Frassati, “Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin una lucha continua por la verdad, no es vivir, sino vegetar”, y la de Acutis, “La Eucaristía es mi autopista al Cielo”.
Con esta canonización, la Iglesia ofrece al mundo un mensaje claro: la santidad no pertenece al pasado ni a unos pocos escogidos, sino que está abierta hoy a todos, y especialmente a los jóvenes.
Palabras improvisadas antes de la Santa Misa con el Rito de Canonización
¡Buenos días a todos! ¡Feliz domingo y bienvenidos! ¡Gracias!
Hermanos y hermanas, hoy es un día de gran alegría para toda Italia, para toda la Iglesia y para todo el mundo. Antes de comenzar la solemne celebración de la Canonización, quería saludarlos y decirles unas palabras a todos ustedes, porque, si bien la celebración es muy solemne, también es un día de gran alegría. Quería saludar especialmente a tantos jóvenes, chicos y chicas, que han venido a esta Santa Misa. Es verdaderamente una bendición del Señor encontrarnos ya que han venido de diferentes países. Es realmente un don de la fe que queremos compartir.
Después de la Santa Misa, les pido que tengan un poco de paciencia, espero poder ir a saludarlos a la plaza, ya que ahora están un poco lejos. Espero al menos poder saludarlos.
Saludo a los familiares de los dos Beatos, casi Santos, a las delegaciones oficiales, a los numerosos obispos y sacerdotes que han venido. Un aplauso para todos ellos, ¡gracias también a ustedes por estar aquí! ¡Religiosos y religiosas, y a la Acción Católica!
Nos preparamos para esta celebración litúrgica con la oración, con el corazón abierto, deseando recibir verdaderamente esta gracia del Señor. Y así sentir en el corazón lo mismo que vivieron Pier Giorgio y Carlo: este amor por Jesucristo, sobre todo en la Eucaristía, pero también en los pobres, en los hermanos y hermanas. También ustedes, todos nosotros, estamos llamados a ser santos. ¡Que Dios los bendiga! ¡Feliz celebración! ¡Gracias por estar aquí!
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Queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura hemos escuchado una pregunta: «[Señor,] ¿y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?» (Sab 9,17). La hemos oído después de que dos jóvenes beatos, Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, fueran proclamados santos, y eso es providencial. En el libro de la Sabiduría, esta pregunta está atribuida precisamente a un joven como ellos: el rey Salomón. Cuando murió David, su padre, él se dio cuenta de que disponía de muchas cosas: el poder, la riqueza, la salud, la juventud, la belleza, el reino. Pero esta gran abundancia de medios le había hecho surgir una pregunta en su corazón: “¿Qué debo hacer para que nada se pierda?”. Y había entendido que el único camino para encontrar una respuesta era pedir a Dios un don aún mayor: su Sabiduría, para poder conocer sus proyectos y adherir a ellos fielmente. Se dio cuenta, en efecto, que de ese modo todas las cosas encontrarían su lugar en el gran designio del Señor. Sí, porque el riesgo más grande de la vida es desaprovecharla fuera del proyecto de Dios.
También Jesús, en el Evangelio, nos habla de un proyecto al que adherir hasta el final. Dice: «El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27); y agrega: «cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (v. 33). Es decir, nos llama a lanzarnos sin vacilar a la aventura que Él nos propone, con la inteligencia y la fuerza que vienen de su Espíritu y que podemos acoger en la medida en que nos despojamos de nosotros mismos, de las cosas y de las ideas a las que estamos apegados, para ponernos a la escucha de su palabra.
Muchos jóvenes, a lo largo de los siglos, tuvieron que afrontar este momento decisivo de la vida. Pensemos en san Francisco de Asís: como Salomón, también él era joven y rico, y estaba sediento de gloria y de fama. Por eso partió a la guerra, esperando ser nombrado “caballero” y revestirse de honores. Pero Jesús se le apareció en el camino y le hizo reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Vuelto en sí, dirigió a Dios una pregunta sencilla: «Señor, ¿qué quieres que haga?». [1] Y a partir de allí, volviendo sobre sus pasos, comenzó a escribir una historia diferente: la maravillosa historia de santidad que todos conocemos, despojándose de todo para seguir al Señor (cf. Lc 14,33), viviendo en pobreza y prefiriendo el amor a los hermanos, especialmente a los más débiles y pequeños, al oro, a la plata y a las telas preciosas de su padre.
¡Y cuántos otros santos y santas podríamos recordar! A veces nosotros los representamos como grandes personajes, olvidando que para ellos todo comenzó cuando, aún jóvenes, respondieron “sí” a Dios y se entregaron a Él plenamente, sin guardar nada para sí. A este respecto, san Agustín cuenta que, en el «nudo tortuosísimo y enredadísimo» de su vida, una voz, en lo profundo, le decía: «Sólo a ti quiero». [2] Y, de esa manera, Dios le dio una nueva dirección, un nuevo camino, una nueva lógica, donde nada de su existencia estuvo perdido.
En este marco, contemplamos hoy a san Pier Giorgio Frassati y a san Carlo Acutis: un joven de principios del siglo XX y un adolescente de nuestros días, ambos enamorados de Jesús y dispuestos a dar todo por Él.
Pier Giorgio encontró al Señor por medio de la escuela y los grupos eclesiales —la Acción Católica, las Conferencias de San Vicente de Paúl, la F.U.C.I. (Federación Universitaria Católica Italiana), la Orden Tercera de Santo Domingo— y dio testimonio de ello a través de su alegría de vivir y de ser cristiano en la oración, en la amistad y en la caridad. Hasta el punto de que, a fuerza de verlo recorrer las calles de Turín con carritos repletos de ayuda para los pobres, sus amigos lo llamaban “Empresa de Transportes Frassati”. También hoy, la vida de Pier Giorgio representa una luz para la espiritualidad laical. Para él la fe no fue una devoción privada; impulsado por la fuerza del Evangelio y la pertenencia a asociaciones eclesiales, se comprometió generosamente en la sociedad, dio su contribución en la vida política, se desgastó con ardor al servicio de los pobres.
Carlo, por su parte, encontró a Jesús en su familia, gracias a sus padres, Andrés y Antonia —presentes hoy aquí con sus dos hermanos, Francesca y Michele— y después en la escuela, también él, y sobre todo en los sacramentos, celebrados en la comunidad parroquial. De ese modo, creció integrando naturalmente en sus jornadas de niño y de adolescente la oración, el deporte, el estudio y la caridad.
Ambos, Pier Giorgio y Carlo, cultivaron el amor a Dios y a los hermanos a través de medios sencillos, al alcance de todos: la Santa Misa diaria, la oración, y especialmente la adoración eucarística. Carlo decía: «Cuando nos ponemos frente al sol, nos bronceamos. Cuando nos ponemos ante Jesús en la Eucaristía, nos convertimos en santos», y también: «La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos». Otra cosa esencial para ellos era la confesión frecuente. Carlo escribió: «A lo único que debemos temer realmente es al pecado»; y se maravillaba porque —son palabras suyas— «los hombres se preocupan mucho por la belleza del propio cuerpo y no se preocupan, en cambio, por la belleza de su propia alma». Ambos, además, tenían una gran devoción por los santos y por la Virgen María, y practicaban generosamente la caridad. Pier Giorgio decía: «Alrededor de los pobres y los enfermos veo una luz que nosotros no tenemos». [3] Llamaba a la caridad “el fundamento de nuestra religión” y, como Carlo, la ejercitaba sobre todo por medio de pequeños gestos concretos, a menudo escondidos, viviendo lo que el Papa Francisco ha llamado «la santidad “de la puerta de al lado”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7).
Incluso cuando los aquejó la enfermedad y esta fue deteriorando sus jóvenes vidas, ni siquiera eso los detuvo ni les impidió amar, ofrecerse a Dios, bendecirlo y pedirle por ellos y por todos. Un día Pier Giorgio dijo: «El día de mi muerte será el día más bello de mi vida»; [4] y en su última foto, que lo retrata mientras escalaba una montaña de Val di Lanzo, con el rostro dirigido a la meta, había escrito: «Hacia lo alto». [5] Por otra parte, a Carlo, siendo aún más joven, le gustaba decir que el cielo nos espera desde siempre, y que amar el mañana es dar hoy nuestro mejor fruto.
Queridos amigos, los santos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis son una invitación para todos nosotros, sobre todo para los jóvenes, a no malgastar la vida, sino a orientarla hacia lo alto y hacer de ella una obra maestra. Nos animan con sus palabras: “No yo, sino Dios”, decía Carlo. Y Pier Giorgio: “Si tienes a Dios como centro de todas tus acciones, entonces llegarás hasta el final”. Esta es la fórmula, sencilla pero segura, de su santidad. Y es también el testimonio que estamos llamados a imitar para disfrutar la vida al máximo e ir al encuentro del Señor en la fiesta del cielo.
