“La espiritualidad… es la vida vivida en el Espíritu. No vida espiritualista, no vida escapista, no vida intimista, sino una vida entera movida, sostenida, impulsada por los dones del Espíritu Santo y por las virtudes teologales y cardinales.”
Desde ahí, lanza un diagnóstico que no elude la crudeza: “Hoy hay muy poca conciencia del pecado… incluso entre quienes llevan vida sacramental. Hay poca confesión frecuente y mucha comunión atolondrada.” La raíz, sostiene, es una formación deficiente: “La catequesis de nuestros abuelos era más profunda que la de muchos universitarios actuales.”
Tres enemigos que debilitan la vida interior
En su repaso de la situación actual, González Chaves identifica tres grandes enemigos de la espiritualidad contemporánea.
El primero es la sensiblería, es decir, reducir la religión a emociones pasajeras:
“Hoy se apela casi solo a la sensibilidad… cuando lo que hay que formar son la inteligencia y la voluntad, las dos manos del alma para actuar.”
El segundo enemigo es la novelería, esa búsqueda del último libro, la última canonización, la última frase del Papa o la moda pastoral de turno.
Y el tercero, quizá el más llamativo, es lo que llama “maravillosismo”:
“Hay un afán casi morboso de sensacionalismo con apariciones y mensajes que no resisten el más elemental análisis metafísico, teológico o estético. La gente quiere prodigios cuando lo que necesita es doctrina, oración y sacramentos.”
No obstante, no se queda en la queja. Su propuesta es clara: volver a los fundamentos de siempre, “leer a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz, a San Francisco de Sales, porque ahí está todo el tesoro de la espiritualidad católica”.
Ascética y mística: dos caminos inseparables
El padre Ravassi le pregunta por las grandes etapas de la vida espiritual —ascética y mística— que la tradición ha enseñado. González Chaves responde con una síntesis luminosa:
“La ascética ha de estar presente hasta el final de la vida, porque hasta el final nos acechan el mundo, el demonio y la carne. Y la mística debe entrar desde el principio, aunque sea de manera incipiente.”
Con ello desmonta un error frecuente: imaginar la mística como fenómenos extraordinarios. “Los estigmas o las visiones no son la esencia de la mística. La mística es que el alma se deja mover cada vez más por los dones del Espíritu Santo, hasta poder decir con San Pablo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.”
El secreto de un cuarto de hora
Si hubiera que escoger un consejo práctico para cualquier católico, González Chaves no duda: un cuarto de hora de oración mental diaria. Recuerda a San Enrique de Ossó, quien aseguraba que “el alma que hace cada día un cuarto de hora de oración no necesita demonio que la tiente”.
Ese cuarto de hora, insiste, puede ser en casa, en la iglesia, incluso en el metro. No se trata de fórmulas complicadas, sino de tratar de amistad con Dios, como decía Santa Teresa:
“Oración no es otra cosa que tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama.”
Junto a la oración mental, el rosario ocupa un lugar central:
“El rosario es una escuela de oración… el peor rosario es el que no se reza. Quien empieza por el rosario y lo sigue bien, termina por la mística.”
Y añade una nota realista sobre la adoración eucarística, cada vez más extendida:
“Es una santa moda, mientras no se convierta en cosificación. La oración ante el Santísimo ha de ser de rodillas, con reverencia, con penitencia. No es un momento para la guitarrita y el cojín.”
¿Cómo habla Dios?
La pregunta es inevitable: ¿cómo distinguir la voz de Dios de la autosugestión? El sacerdote responde con sobriedad:
“Dios suele hablar por lo que permite o traza, por los acontecimientos. Si de la oración sales con humildad, confusión de ti mismo, reconocimiento de tus pecados, algo se está moviendo. Pero cuidado con canonizar cada idea que se nos cruza en la capilla.”
Por eso desconfía de los discernimientos interminables. La clave es más sencilla: rezar con fidelidad, dejar que la vida en el Espíritu vaya marcando el camino y aceptar que “el alma se va cristificando poco a poco, sin dejar de ser humana ni de tener temperamento”.
Pocos libros, pero buenos
En cuanto a lecturas, González Chaves es claro: mejor pocos y clásicos que mucho ruido moderno. Cita en primer lugar la Sagrada Escritura y la Imitación de Cristo:
“El Kempis se abre por donde sea y siempre te sale lo que necesitas.”
Después recomienda a Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales (Introducción a la vida devota, Tratado del amor de Dios), San Alfonso María de Ligorio (Práctica del amor a Jesucristo, Glorias de María) y algunas síntesis modernas como Royo Marín (Teología de la perfección cristiana), Garrigou-Lagrange (Las tres edades de la vida interior) o Philipon OP (sobre Sor Isabel de la Trinidad).
Y concluye con un toque de orgullo hispano:
“Los grandes maestros espirituales han escrito en español… Tenemos tesoros inmensos. Mejor leer todos los días una página de Santa Teresa que acumular decenas de títulos olvidados en la estantería.”
Una espiritualidad sobria y fecunda
La entrevista deja claro que González Chaves no apuesta por recetas novedosas ni devociones extravagantes. Su propuesta es de una sobriedad tradicional y fecunda: confesión frecuente, Eucaristía, un cuarto de hora diario de oración, rosario, lectura de clásicos y fidelidad en lo ordinario.
En un tiempo de ofertas espirituales apresuradas, su voz recuerda lo esencial: la santidad no consiste en buscar fenómenos, sino en dejar que Cristo viva en nosotros a través del Espíritu.
“La infancia espiritual exige echarse a los brazos de Dios. No es cursilería: es acero.”
