Por Michael Pakaluk
El plan de Dios para el sustento de una persona en la vejez puede resumirse en cinco palabras: los hijos y la familia extensa.
La Iglesia enseña que esto está afirmado en el Cuarto Mandamiento. “Honra a tu padre y a tu madre” significa obedecerles mientras uno esté bajo su cuidado, y amarles y honrarles siempre, lo cual incluye proveerles las necesidades de la vida cuando son ancianos o están enfermos. “Los hijos deben a sus padres un respeto y una gratitud que se expresan mediante el apoyo material y moral en la vejez y en los momentos de enfermedad, soledad o dificultad.” (CEC 2218)
Se trata simplemente de que los hijos retribuyen a sus padres, tratándolos como sus padres los trataron a ellos. Los incentivos también son sanos: los padres tienen un motivo para tener hijos, educarlos bien, tratarse entre ellos con amor para que sus hijos continúen queriéndolos —y para cuidarse a sí mismos, en última instancia, cuidando de los demás.
En los casos en que una pareja no puede tener hijos, o los hijos han muerto por guerra o enfermedad, entonces —por principio de subsidiariedad— la familia extensa debería intervenir en su lugar, al modo en que María, parienta de Isabel, la ayudó.
Podemos preguntarnos cuál es la obligación más grave: ¿cuidar de los hijos que uno ha engendrado, o cuidar, cuando es necesario, de quienes lo han engendrado a uno? Ciertamente, esta última es una obligación sumamente seria. Cristo mismo arremetió contra los fariseos que invalidaban este mandamiento, enseñando que los hijos podían excusar su falta de apoyo diciendo que los recursos ya estaban dedicados a Dios, bajo la fórmula del “Corbán” (Mc 7,11).
Puede decirse que nuestro propio Corbán hoy es el llamado “seguro” de la Seguridad Social. Supongamos que una pareja anciana trabajó arduamente para criar a cuatro hijos que hoy ganan su sustento. En justicia, podrían esperar recibir de ellos el apoyo que necesitan. Cada uno de esos hijos bien podría aportar el 12,4% de sus ingresos, pues ya están pagando ese mismo porcentaje al Estado. Y sin embargo, esos fondos no pueden tocarse, ya que son “Corbán” —ya están dedicados a pagar las jubilaciones de extraños que no hicieron nada para criarlos.
“Invalidáis el mandamiento de Dios por las tradiciones de los hombres.” Frente al derecho natural que tienen los padres sobre sus hijos, se opone una tradición humana (la Seguridad Social) sumamente débil. Como varias sentencias de la Corte Suprema han dejado claro, los beneficiarios de la Seguridad Social no tienen derecho de propiedad sobre lo que pagaron, ni tienen un contrato exigible. El Congreso podría mañana mismo abolir todo el sistema, por ejemplo, alegando que ya no es prudente seguir endeudándose con gobiernos extranjeros para pagar estas prestaciones.
No es que el gobierno deba intervenir aquí porque las instancias inferiores no puedan hacerlo. Si un joven de 25 años empieza a trabajar ganando 50.000 dólares anuales y, en un sistema obligatorio, invierte en un fondo indexado lo mismo que hoy paga en primas de Seguridad Social (aunque nunca aumente esa contribución), al jubilarse a los 75 años tendrá 8 millones de dólares acumulados. Con eso podrá vivir con holgura con su esposa, cubrir los gastos médicos y dejar herencia a sus hijos. Así de rica es nuestra sociedad. No imagino un caso extraordinario: uso cifras conservadoras para un caso ampliamente común y alcanzable.
Se llega a una cifra igualmente generosa si se imagina que el padre no contribuye nada directamente. En su lugar, los hijos, desde que comienzan a trabajar, aportan un 12,4% de sus ingresos hasta la muerte de sus padres. Sabemos que el sistema es viable, porque ya lo hacemos, para extraños, a través del gobierno.
La Seguridad Social y las escuelas públicas forman un mismo bloque. Los padres son los primeros educadores de sus hijos, y por tanto deberían tener el primer derecho sobre los recursos familiares para educarlos. Sin embargo, ese derecho queda relegado, después de lo que el Estado retiene mediante impuestos a la propiedad. Los padres deberían ser los principales beneficiarios de cualquier deber general que los hijos tengan de cuidar a los ancianos, y sin embargo también quedan en segundo plano, tras lo que el Estado retiene mediante las primas del “seguro” social.
Muchos malinterpretan el concepto de “salario digno” de León XIII como si tratara sólo de sueldos. No: se trata de patrimonio y sustancia. La familia es la célula básica de la sociedad; debe contar con un patrimonio que lo refleje. Contratar al padre es contratar a la familia. Por eso, debe ser remunerado de modo que su esposa e hijos no tengan que trabajar en fábricas. Pero también, de modo que, si viven con moderación, acumulen bienes con el tiempo, ya sea para comprar tierra, fundar un negocio o simplemente no vivir al día. Según el estándar leonino, nuestro sistema de Seguridad Social es un fracaso, porque no contribuye al patrimonio familiar.
Se le llamó “seguro” porque en 1935 pocos hombres vivían más allá de los 70 años, por lo que envejecer sin empleo se consideraba una discapacidad imprevista. En ese tiempo, todos los sistemas conocidos de “seguro social” excluían los riesgos malos, como hacen las pólizas: quien había abandonado a su familia, tenía antecedentes penales o se había negado a trabajar, quedaba descalificado para recibir prestaciones. Los pagos estaban pensados sólo para cubrir lo más básico, lo mínimo indispensable para mantener a alguien fuera del asilo de pobres. (Véase Henry Seager, Social Insurance)
Entonces sólo se recaudaba un 2% del salario. Nuestro esquema actual —donde la jubilación por muchos años no es un “riesgo” sino un “derecho” previsto, donde nadie es descalificado, donde el impuesto es del 12,4% y donde todo el sistema está inflando una deuda nacional que acabará por vaciar el valor del dólar estadounidense— jamás habría sido aprobado.
Los católicos que piensan desde la perspectiva de la Iglesia tienen algo mucho mejor que decir que “no toquen la Seguridad Social”.
Sobre el autor
Michael Pakaluk, especialista en Aristóteles y Ordinarius de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor en la Escuela de Negocios Busch de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, Maryland, con su esposa Catherine, también profesora en la misma escuela, y sus ocho hijos. Su aclamado libro sobre el Evangelio de Marcos es The Memoirs of St Peter. Su obra más reciente, Mary’s Voice in the Gospel of John: A New Translation with Commentary, ya está disponible. Su nuevo libro, Be Good Bankers: The Economic Interpretation of Matthew’s Gospel (Regnery Gateway), ya puede adquirirse en librerías selectas. El Prof. Pakaluk fue nombrado miembro de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino por el Papa Benedicto XVI. Puedes seguirlo en X, @michaelpakaluk
