¿Nos toman por tontos?

"¿Nos toman por tontos? El Papa y su portavoz sonríen durante un vuelo oficial, pese a la polémica sobre la misa tradicional

Durante años, nos repitieron con tono grave y rostro compungido que la restricción de la Misa tradicional era una exigencia pastoral, fruto de una dolorosa pero necesaria constatación: que la mayoría de los obispos del mundo —¡la mayoría, eh!— pedían al Papa que pusiera coto a tanto misal de 1962, a tanto incienso, a tanto gregoriano… Por el bien de la unidad, decían. Por la paz litúrgica. Por la comunión eclesial.

Pues bien: era mentira. O, siendo indulgentes, era un relato muy creativo. Ahora sabemos, gracias al trabajo valiente de Diane Montagna, que la mayoría de los obispos consultados no querían ningún cambio legislativo, y que consideraban que modificar Summorum Pontificum haría más daño que bien. Sí, justo lo contrario de lo que nos vendieron. Ni la consulta era desfavorable a la Misa tradicional, ni el informe de la Congregación para la Doctrina de la Fe apoyaba la demolición que vino después. Era todo una operación de imagen.

Una intervención… sin base

¿Y qué hace ahora el portavoz vaticano? Tartamudea, regaña a los periodistas, y se agarra a unos supuestos informes confidenciales que, curiosamente, nadie ha visto, nadie ha citado y que el Papa olvidó mencionar en su documento. Qué conveniente. Es como si alguien publicara una ley impopular y, cuando se descubre que la encuesta en que dice basarse no apoya la medida, saliera corriendo a decir que en realidad había otra encuesta. Secreto de Estado, por supuesto.

El humo del relato

Y mientras tanto, ¿dónde quedan los fieles a los que se les prohibió celebrar la Misa que les alimentaba el alma? ¿Dónde quedan los sacerdotes que fueron expulsados de sus parroquias por celebrar lo que la Iglesia nunca ha abrogado? ¿Dónde queda la manida misericordia, el caminar juntos, la acogida de la diversidad que tanto gustaban predicar?

La realidad es que ni ellos mismos se creían esas palabras con las que se les llenaba la boca. Era puro humo, retórica vacía al servicio de una agenda. Ahora que el humo empieza a disiparse, nos damos cuenta de que bajo el barniz sinodal se escondía una imposición autoritaria, construida sobre un relato fabricado a conveniencia. Y lo peor: sin decirnos la verdad.

¿Y ahora qué?

Ahora, el Vaticano tiene dos opciones. O admite el error, o se aferra al relato. Pero lo que no puede hacer es seguir pidiendo obediencia ciega mientras se ríe de los hechos. Porque la comunión eclesial no se construye sobre la manipulación, ni sobre informes enterrados, ni sobre comunicados leídos con cara de póker. Se construye con verdad, con caridad y con justicia. Y eso, por ahora, brilla por su ausencia.