La estética demoníaca de la sauna gay del suegro de Pedro Sánchez

Frase en mural dentro de sauna decorada con estética demoníaca de la sauna.

Behind Ireland fierce and militant is Ireland poetic, idyllic, passionate, remembering, peaceful and always patriotic.

Esta cita, que en otro contexto podría parecer el encabezado de un panfleto literario o una postal turística, se alza con arrogancia en una pared naranja encendida, escrita en letras góticas que pretenden ser medievales, pero logran más bien una sensación inquietante. No es un monasterio. No es una taberna celta. No es una instalación artística. Es la decoración de una sauna gay en Madrid. Una sauna que, como ya se ha publicado, pertenece al suegro de Pedro Sánchez.

No vamos a repetir lo que otros medios ya han documentado. Aquí no se trata de hablar de escándalos, sino de algo más profundo y perturbador: la estética del lugar. La imagen habla por sí sola: un rincón en penumbra, con falsa piedra, bóvedas simuladas, candelabros de cinco brazos con bombillas amarillentas, y un rincón lateral que simula una hornacina donde uno esperaría ver una imagen de san Patricio… pero no hay santo, ni cruz, ni vela: solo vacío. Y encima, esa frase.

La decoración se presenta como un pastiche de sacralidad desacralizada, de romanticismo ideológico y de erotismo sublimado. Todo huele a sacralización invertida. Una parodia de lo sagrado puesta al servicio de lo carnal. Es una liturgia profana, una especie de templo paródico donde no se ofrece sacrificio a Dios, sino al cuerpo. Donde no se eleva el alma, sino que se exalta lo transitorio.

La elección cromática tampoco es inocente: el rojo anaranjado, que podría recordar al fuego, al infierno, al deseo. El verde irlandés que aparece en el lateral como fondo de esa cita, que mezcla lo bélico con lo poético. La lámpara de falso bronce. La oscuridad acogedora que no invita al descanso, sino a lo oculto.

Todo en esta escena parece construido no solo para ocultar, sino para sugerir una inversión de lo sagrado. Como si el objetivo no fuera solo provocar, sino ofrecer un espacio simbólico donde lo que antes era virtud —castidad, recogimiento, belleza, silencio— se reemplaza por su burla.

Impresiona más, después de ver la imagen, oir a Miguel Bernard afirmar que fuentes policiales le habrían confirmado que miembros del episcopado español eran clientes asiduos.