Mientras buena parte del clero inglés –como el continental, el sinodal y el doméstico– se dedica a contemporizar, a no molestar y a sonreír beatíficamente a todo lo que huela a ideología progresista, ha tenido que aparecer un sacerdote en un rincón de Surrey para recordarle a un diputado que jugar a ser dios tiene consecuencias. Y no solo políticas.
El protagonista de esta historia es el padre Ian Vane, párroco de St. Joseph en Dorking, que ha cometido la osadía de tomarse en serio la fe católica. ¿El crimen? Negarle la comunión a Chris Coghlan, diputado liberal-demócrata que votó a favor de la ley de suicidio asistido. ¿La razón? Muy sencilla: el Catecismo de la Iglesia Católica, la ley de Dios, el respeto a los sacramentos. Vamos, nada que ver con las declaraciones vaporosas y de tonos “compasivos” que suelen recitar tantos obispos cuando se les pregunta por la eutanasia.
Pero aquí no hablamos de declaraciones. El padre Vane advirtió por escrito antes de la votación que, de apoyar la ley, Coghlan no podría acercarse a comulgar. Y, tras el voto, lo cumplió: lo anunció en las misas del domingo, con claridad, sin ambigüedades. Nada de esas típicas fórmulas del “acogemos a todos sin juzgar”. El sacerdote no juzgó el alma del diputado, pero sí el escándalo público de su voto. Y lo hizo con autoridad pastoral, como custodio de los sacramentos, no como tertuliano en la BBC.
Por supuesto, las reacciones no se han hecho esperar. El diputado se dice “indignado”, se presenta como víctima de “presiones religiosas”, denuncia la “coacción”, y hasta insinúa que el cura actúa por tener que firmar sus formularios escolares. Una mezcla de victimismo, amenaza velada y postureo que recuerda más a la política de salón que a la valentía que se le supone a un legislador.
Incluso algunos medios han resucitado la cantinela vaticana de no usar la Eucaristía como “arma política”. Pero aquí no se trata de política, sino de sacramentos. La Eucaristía no es un premio a la coherencia, pero tampoco puede convertirse en un instrumento de legitimación para quienes promueven leyes gravemente contrarias a la fe.
Es refrescante, incluso esperanzador, ver que aún queda clero con columna vertebral. Que no todo está perdido. Que todavía hay quien cree que la misión de un sacerdote es llevar almas al cielo, no ganar seguidores en redes o votos en el Parlamento. El padre Vane nos recuerda que la fidelidad a Cristo cuesta, y que no hay caridad sin verdad.
Desde aquí, gracias, padre Ian. Su ejemplo nos recuerda que no se trata de agradar al mundo, sino de ser testigos de la Verdad. Aunque duela. Aunque escueza. Aunque nos llamen “ultras”. Dios le bendiga por no claudicar.
