Un informe revela que los católicos están abandonando el sacramento de la confesión

Sacerdote católico pensativo en el confesionario que simboliza el abandono de la confesión católica

El informe publicado el pasado 16 de junio de 2025, titulado Catholic Practices and Devotions, del prestigioso Pew Research, debería ser estudiado a fondo por las autoridades de la Iglesia. Forma parte de una serie más amplia dedicada al paisaje religioso de los Estados Unidos y parte de más de 35.000 entrevistas.

En este caso concreto, se centra en las prácticas específicas de los católicos estadounidenses: desde la misa y los sacramentos hasta devociones populares, revelando tanto las luces como las sombras de la vida eclesial contemporánea. La muestra es robusta, nacional y representativa, y está diseñada para que sus resultados puedan ser interpretados con confianza dentro de márgenes muy precisos.

El cristianismo en EE.UU. y el lugar del catolicismo tradicional

Uno de los datos más destacados de este ciclo de estudios es que la caída del cristianismo en Estados Unidos, aunque real, parece haber desacelerado. Actualmente, un 62 % de los adultos estadounidenses se identifican como cristianos, un descenso considerable desde el 78 % en 2007, pero que muestra signos de estabilización en los últimos cinco años. En este panorama, el catolicismo se mantiene como la mayor denominación cristiana individual, representando un 19 % de la población, una cifra relativamente estable desde 2014.

Dentro del universo católico, Pew ha dado un paso más al abordar una realidad que durante años fue marginal pero que, gracias al Summorum Pontificum de Benedicto XV, encontró un nuevo florecimiento: la misa tradicional en latín. Los números revelan que un 13 % de los católicos estadounidenses ha asistido al menos una vez en los últimos cinco años a una misa celebrada según el rito tradicional. Y aunque solo un 2 % lo hace de forma semanal, ese porcentaje —lejos de ser insignificante— muestra una fidelidad constante y organizada, particularmente en diócesis donde se supo implementar generosamente el motu proprio de Benedicto XVI antes de las restricciones impuestas por Traditionis Custodes.

Si consideramos que Estados Unidos ha sido uno de los países donde la aplicación del Summorum Pontificum encontró más tierra fértil —gracias al impulso de un episcopado menos prejuicioso que el Europeo— estos datos reflejan que el interés por la tradición litúrgica, lejos de extinguirse, se ha institucionalizado en ciertos sectores y mantiene viva una llama litúrgica que sigue atrayendo a fieles en busca de profundidad, belleza y sentido de lo sagrado.

La confesión olvidada: el gran dato inquietante

Pero si hay un dato que resuena con gravedad en este informe es el de la práctica del sacramento de la reconciliación. Solo un 23 % de los católicos se confiesa al menos una vez al año. Más alarmante aún: casi la mitad (47 %) declara que nunca se confiesa. Y sin embargo, un porcentaje muy superior recibe la Eucaristía con frecuencia. Entre quienes asisten a misa semanalmente, más del 65 % comulga siempre o casi siempre. Esto confirma algo que se intuye en todo el mundo pero que nadie se atreve a señalar: la disociación entre comunión y confesión, entre el deseo de acercarse al altar y la conciencia de la necesidad de estar en gracia.

Esta disociación, si bien responde a muchos factores culturales, refleja también una debilidad interna: la Iglesia no está enseñando adecuadamente el sentido profundo del sacramento del perdón. No es que falte catequesis —abundan documentos, declaraciones, retiros—, pero sí una pedagogía viva, persistente, pastoralmente asertiva y visible. Hay miedo a parecer duros, a emitir juicio, a sonar autoritarios o desfasados. Pero ese miedo nace de una falsa premisa, cuando en realidad es la vía más luminosa hacia la libertad interior.

La confesión no es un castigo, sino un alivio. No es un mecanismo disciplinario, sino una medicina que restaura el alma. En una sociedad plagada de ansiedad, depresión, medicación constante y vacío existencial, ¿cómo no volver a presentar, con ternura y decisión, la belleza de un sacramento que sana desde dentro, que libera, que restituye la dignidad y devuelve la paz?

No se trata de multiplicar documentos, sino de establecer prácticas claras, visibles, simples: que tras cada misa se recuerde la disponibilidad de confesión, que antes de cada misa se abra un confesionario, que en los tablones parroquiales los horarios de confesión sean obligatorios, que sea anunciado con amor, como quien ofrece un tesoro.

Misericordia, no rigorismo

Hablar de confesión no es hablar de rigorismo, sino de misericordia. Es recordar que Cristo murió y resucitó precisamente para liberarnos del pecado, y que su perdón es real, tangible, sacramental. En una cultura que muchas veces niega el pecado, el anuncio cristiano debe ser valiente: sí, hemos pecado; sí, podemos ser perdonados; sí, hay una fuente de vida nueva.

El informe de Pew, sin pretensión doctrinal, ha mostrado una verdad empírica: los católicos no se confiesan. Y eso debería bastar para impulsar una renovación pastoral concreta, decidida, generosa. Si la sinodalidad es escucha, aquí las autoridades católicas tienen un grito silente que emerge de los datos: un pueblo que se acerca a comulgar sin saber que necesita primero ser sanado.