Padres, hijos, escuelas, y Papa Pío XI: Sobre la educación cristiana

Comparación visual entre la educación cristiana tradicional y la realidad moderna en familia, con Papa Pío XI escribiendo sobre la formación de la juventud.

Magíster Yousef Altaji Narbón / 3 de junio de 2025

El gran Crisóstomo pregunta retóricamente: ¿Qué obra hay mayor que dirigir las almas, que moldear las costumbres de los jovencitos?. Justo esta pregunta es la motivación que guía todo el sistema, logística, y propósito de la enseñanza cristiana. Viendo el panorama de la corrupción de las costumbres, la proliferación de la vanidad del mundo, y el desconocimiento general de las verdades elementales de nuestra fe, es menester poner la lupa sobre la educación que reciben los niños. Una cantidad pronunciada de los problemas que flagelan nuestra sociedad en la actualidad, y que sin duda alguna nos han de torturar en el futuro, proviene de todo lo que abarca la enseñanza y la docencia a nuestra juventud. Las escuelas hoy en día se han convertido en criaderos de inmoralidades, nido para rebelión constante contra la autoridad, y vertedero de las vulgaridades cuasi-normalizadas en la sociedad moderna; todo esto se intenta tapar con el dedo de la inocencia cínica o la consigna gastada del al fin y al cabo, lo que importa son las notas que demarca la indolencia edurecida de los formadores y padres del presente.

La Santa Madre Iglesia, como buena tutora siempre preocupada por la salvación de las almas, en su enseñanza reiterada durante siglos ha perfeccionado el sistema de educación de manera monumental. Por siglos, la educación en las instituciones católicas se ha caracterizado por ser la mejor que existe, llevando a la expansión de dichas instituciones por todo el mundo. Esta hazaña se pudo lograr por medio de tener los principios en claro y saber bien el propósito de la enseñanza. Como un reloj suizo, todas las piezas del engranaje de educación cristiana se coordinaban de manera perfecta para que todo fluyera con esmero y esfuerzo para salvar las almas. Tanto necesitamos para nuestra época este modelo ejemplar de pedagogía para sobrellevar y evitar los males que azotan a nuestra sociedad.

Como buen pastor de almas, Su Santidad el Papa Pío XI redactó una encíclica que se puede considerar la suma y compendio sobre la materia de la enseñanza cristiana. No podemos dejar de admirar la precisión y sapiencia que expresa el Sumo Pontífice al reconocer los principios elementales de tan prestigioso modelo de pedagogía íntegra que no busca solo llenar a los jóvenes de conocimientos en el orden natural, sino que busquen las cosas de arriba (Colosenses, 3, 1-2). La educación católica traspasa el salón de clases -en realidad veremos que es lo de menos- ya que abarca áreas múltiples y ambientes que se combinan en uno solo para poder permear al joven en todos los aspectos de su vida con el fin de formarlo con la verdad y que ejerza las virtudes que surgen en consecuencia de lo primero. Dada la extensión notable de la encíclica, a continuación se expondrán los puntos llamativos del documento de marras; se recomienda la lectura completa de la misma para mayores profundizaciones y entender a cabalidad lo expuesto:

«…la misma situación general de nuestra época, la agitada controversia actual sobre el problema escolar y pedagógico en los diferentes países y el consiguiente deseo que nos ha sido manifestado con filial confianza por muchos de vosotros y de vuestros fieles, venerables hermanos, e igualmente nuestro afecto tan intenso, como hemos dicho, por la juventud, nos mueven a tratar de nuevo y a fondo este tema, no ya para recorrerlo en toda si inagotable amplitud teórica y práctica, sino para resumir al menos los principios supremos, iluminar sus principales conclusiones e indicar sus aplicaciones prácticas

«…los hombres, creados por Dios a su imagen y semejanza y destinados para gozar de Dios, perfección infinita, al advertir hoy más que nunca, en medio de la abundancia del creciente progreso material, la insuficiencia de los bienes terrenos para la verdadera felicidad de los individuos y de los pueblo sienten por esto mismo un más vivo estímulo hacia una perfección más alta, estímulo que ha sido puesto en la misma naturaleza racional por el Creador y quieren conseguir esta perfección principalmente por medio de la educación. Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos, insistiendo excesivamente en el sentido etimológico de la palabra, pretenden extraer esa perfección de la mera naturaleza humana y realizarla con solas las fuerzas de ésta. Este método es equivocado, porque, en vez de dirigir la mirada a Dios, primer principio y último fin de todo el universo, se repliegan y apoyan sobre sí mismos, adhiriéndose exclusivamente a las cosas terrenas y temporales; y así quedan expuestos a una incesante y continua fluctuación mientras no dirijan su mente y su conducta a la única meta de la perfección, que es Dios, según la profunda sentencia de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti»

«…la educación consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser y debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual ha sido creado, es evidente que así como no puede existir educación verdadera que no esté totalmente ordenada hacia este fin último…no puede existir otra completa y perfecta educación que la educación cristiana

…los principios indicados resulta clara y manifiesta la excelencia insuperable de la obra de la educación cristiana, pues ésta tiende, en último análisis, a asegurar el Sumo Bien, Dios, a las almas de los educandos, y el máximo bienestar posible en esta tierra a la sociedad humana.

…la educación, por abarcar a todo el hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, en el orden de la naturaleza y en el orden de la gracia, pertenece a estas tres sociedades [en el orden natural: La familia, el Estado, y en el orden sobrenatural: la Iglesia] necesarias en una medida proporcionada, que responde, según el orden presente de la providencia establecido por Dios, a la coordinación jerárquica de sus respectivos fines.

Y esto por dos razones: porque la Iglesia, como sociedad perfecta, tiene un derecho propio para elegir y utilizar los medios idóneos para su fin; y porque, además, toda enseñanza, como cualquier otra acción humana, tiene una relación necesaria de dependencia con el fin último del hombre, y por esto no puede quedar sustraída a las normas de la ley divina, de la cual es guarda, intérprete y maestra infalible la Iglesia.

…es derecho inalienable de la Iglesia, y al mismo tiempo deber suyo inexcusable, vigilar la educación completa de sus hijos, los fieles, en cualquier institución, pública o privada, no solamente en lo referente a la enseñanza religiosa allí dada, sino también en lo relativo a cualquier otra disciplina y plan de estudio, por la conexión que éstos pueden tener con la religión y la moral.

La Iglesia ha podido hacer y ha sabido hacer todas estas cosas, porque su misión educativa se extiende también a los infieles, ya que todos los hombres están llamados a entrar en el reino de Dios y conseguir la salvación eterna.

En primer lugar, la misión educativa de la familia concuerda admirablemente con la misión educativa de la Iglesia, ya que ambas proceden de Dios de un modo muy semejante. Porque Dios comunica inmediatamente a la familia, en el orden natural, la fecundidad, principio de vida y, por tanto, principio de educación para la vida, junto con la autoridad, principio del orden…La familia recibe, por tanto, inmediatamente del Creador la misión, y por esto mismo, el derecho de educar a la prole; derecho irrenunciable por estar inseparablemente unido a una estricta obligación…

León XIII en otra de sus memorables encíclicas sobre los principales deberes del ciudadano cristiano, donde expone en breve síntesis el conjunto de los derechos y deberes de los padres: «Los padres tienen el derecho natural de educar a sus hijos, pero con la obligación correlativa de que la educación y la enseñanza de la niñez se ajusten al fin para el cual Dios les ha dado los hijos. A los padres toca, por tanto, rechazar con toda energía cualquier atentado en esta materia, y conseguir a toda costa que quede en sus manos la educación cristiana de sus hijos, y apartarlos lo más lejos posible de las escuelas en que corren peligro de beber el veneno de la impiedad»

La Iglesia, en efecto, consciente como es de su divina misión universal y de la obligación que todos los hombres tienen de seguir la única religión verdadera, no se cansa de reivindicar para sí el derecho y de recordar a los padres el deber de hacer bautizar y educar cristianamente a los hijos de padres católicos; es, sin embargo, tan celosa de la inviolabilidad del derecho natural educativo de la familia, que no consiente, a no ser con determinadas condiciones y cautelas, que se bautice a los hijos de los infieles o se disponga de cualquier manera de su educación contra la voluntad de sus padres mientras los hijos no puedan determinarse por sí mismos a abrazar libremente la fe.

el Estado tiene el derecho, o, para hablar con mayor exactitud, el Estado tiene la obligación de tutelar con su legislación el derecho antecedente —que más arriba hemos descrito— de la familia en la educación cristiana de la prole, y, por consiguiente, el deber de respetar el derecho sobrenatural de la Iglesia sobre esta educación cristiana.

Todo el que se niega a admitir estos principios y, por consiguiente, rechaza su aplicación en materia de educación, niega necesariamente que Cristo ha fundado su Iglesia para la salvación eterna de los hombres y sostiene que la sociedad civil y el Estado no están sometidos a Dios y a su ley natural y divina. Lo cual constituye una impiedad manifiesta, contraria a la razón y, particularmente en materia de educación, muy perniciosa para la recta formación de la juventud y ciertamente ruinosa para el mismo Estado y el verdadero bienestar de la sociedad civil.

…nunca se debe perder de vista que el sujeto de la educación cristiana es el hombre todo entero, espíritu unido al cuerpo en unidad de naturaleza, con todas sus facultades naturales y sobrenaturales, cual nos lo hacen conocer la recta razón y la revelación

Por esta razón es falso todo naturalismo pedagógico que de cualquier modo excluya o merme la formación sobrenatural cristiana en la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se funde, total o parcialmente, en la negación o en el olvido del pecado original y de la gracia, y, por consiguiente, sobre las solas fuerzas de la naturaleza humana. A esta categoría pertenecen, en general, todos esos sistemas pedagógicos modernos que, con diversos nombres, sitúan el fundamento de la educación en una pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño o en la supresión de toda autoridad del educador, atribuyendo al niño un primado exclusivo en la iniciativa y una actividad independiente de toda ley superior, natural y divina, en la obra de su educación.

Está muy difundido actualmente el error de quienes, con una peligrosa pretensión e indecorosa terminología, fomentan la llamada educación sexual, pensando falsamente que podrán inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la carne con medios puramente naturales y sin ayuda religiosa alguna; acudiendo para ello a una temeraria, indiscriminada e incluso pública iniciación e instrucción preventiva en materia sexual, y, lo que es peor todavía, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones, para acostumbrarlos, como ellos dicen, y para curtir su espíritu contra los peligros de la pubertad

El primer ambiente natural y necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. Por esta razón, normalmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en una bien ordenada y disciplinada familia cristiana; educación tanto más eficaz cuanto más claro y constante resplandezca en ella el buen ejemplo, sobre todo de los padres y el de los demás miembros de la familia.

…el oficio y el deber fundamental de la educación de los hijos están hoy día poco o nada preparados muchos de los padres, demasiado sumergidos en las preocupaciones temporales.

la escuela, considerada en su origen histórico, es por su misma naturaleza una institución subsidiaria y complementaria de la familia y de la Iglesia; y la lógica consecuencia de este hecho es que la escuela pública no solamente no debe ser contraria a la familia y a la Iglesia, sino que debe armonizarse positivamente con ellas, de tal forma que estos tres ambientes —escuela, familia e Iglesia— constituyan un único santuario de la educación cristiana, so pena de que la escuela quede desvirtuada y cambiada en obra perniciosa para la adolescencia.

La eficacia de la escuela depende más de los buenos maestros que de una sana legislación. Los maestros que requieren una escuela eficaz deben estar perfectamente preparados e instruidos en sus respectivas disciplinas, y deben estar dotados de las cualidades intelectuales y morales exigidas por su trascendental oficio, ardiendo en un puro y divino amor hacia los jóvenes a ellos confiados, precisamente porque aman a Jesucristo y a su Iglesia, de quien aquéllos son hijos predilectos, y buscando, por esto mismo, con todo cuidado el verdadero bien de las familias y de la patria.

En nuestra época ha crecido la necesidad de una más extensa y cuidadosa vigilancia, porque han aumentado las ocasiones de naufragio moral y religioso para la juventud inexperta, sobre todo por obra de una impía literatura obscena vendida a bajo precio y diabólicamente propagada por los espectáculos cinematográficos, que ofrecen a los espectadores sin distinción toda clase de representaciones, y últimamente también por las emisiones radiofónicas, que multiplican y facilitan toda clase de lecturas. Estos poderosísimos medios de divulgación, que, regidos por sanos principios, pueden ser de gran utilidad para la instrucción y educación, se subordinan, por desgracia, muchas veces al incentivo de las malas pasiones y a la codicia de las ganancias. San Agustín gemía y se lamentaba viendo la pasión que arrastraba también a los cristianos de su tiempo a los espectáculos del circo, y describe con un vivo dramatismo la perversión, felizmente pasajera, de su discípulo y amigo Alipio. ¡Cuántos jóvenes perdidos por los espectáculos y por los libros licenciosos de hoy día son llorados amargamente por sus padres y sus educadores!

…la juventud debe estar armada y fortalecida cristianamente contra las seducciones y los errores del mundo, el cual, como advierte una sentencia divina, es todo él concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida (Jn 2,16)

El fin propio e inmediato de la educación cristiana es cooperar con la gracia divina en la formación del verdadero y perfecto cristiano; es decir, formar a Cristo en los regenerados con el bautismo, según la viva expresión del Apóstol: ‘Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros’ (Gál 4,19)…Por esto precisamente, la educación cristiana comprende todo el ámbito de la vida humana, la sensible y la espiritual, la intelectual y la moral, la individual, la doméstica y la civil, no para disminuirla o recortarla sino para elevarla, regularla y perfeccionarla según los ejemplos y la doctrina de Jesucristo.

el verdadero cristiano, formado por la educación cristiana, es el hombre sobrenatural que siente, piensa y obra constante y consecuentemente según la recta razón iluminada por la luz sobrenatural de los ejemplos y de la doctrina de Cristo o, para decirlo con una expresión ahora en uso, el verdadero y completo hombre de carácter. Porque lo que constituye el verdadero hombre de carácter no es una consecuencia y tenacidad cualesquiera, determinadas por principios meramente subjetivos, sino solamente la constancia en seguir lo principios eternos de la justicia, como lo reconoce el mismo poeta pagano, cuando alaba inseparablemente ‘iustum ac tenacem propositi virum’, es decir, la justicia y la tenacidad en la conducta; justicia que, por otra parte, no puede existir en su total integridad si no es dando a Dios lo que a Dios se debe como lo hace el verdadero cristiano.

Consideraciones de fondo:

Esta docencia que hace el Sumo Pontífice es tocante en particular en nuestros tiempos cuando podemos ver los efectos nocivos de haber abandonado de manera voluntaria los principios regentes y el sistema de la educación cristiana. Se podría denominar también este texto como una especie de carta magna sobre la doctrina de la Santa Iglesia sobre cómo debe ser la enseñanza; hay otros temas que toca Papa Pío XI dentro de la encíclica, como son los temas de: la educación sexual, la coeducación, el rol de moderación del Estado en la docencia, entre otros puntos que, dada la cobertura del escrito, es imposible tratar en un artículo de índole sintético.

Lo primero que podemos valorar es a quienes denomina el Papa, basado en el magisterio perenne de la Santa Iglesia, como los actores principales e imprescindibles de todo este esfuerzo didáctico. Tenemos principalmente a la familia, que es el ambiente donde empieza y termina todo. Si la familia tiene buenas costumbres, como el ejemplo responsable de los padres, en conjunto con un orden establecido de disciplina para todos, en esa familia han de resplandecer los frutos más brillantes que naturalmente engendra la Iglesia Católica. Es únicamente por medio de las familias cristianas de moral sana y pensamiento crítico que se puede santificar a la sociedad de manera total. El Estado tiene un papel clave en la buena formación de la juventud por tener las riendas del poder temporal. Necesita velar para que todas las condiciones para que la Iglesia y la familia puedan fungir en sus respectivas tareas de educación se puedan dar de manera ininterrumpida, aunado a darle el privilegio exclusivo a la verdad, cortando el influjo de elementos venenosos que quieran inmiscuirse en los ambientes donde se desarrolla la juventud. Sustancialmente, el Estado no debe caer bajo la falsa premisa de darle valor igual a todas las ideas solo por el hecho de ser expandidas por doquier; es de su cuidado el no darles derechos a aquellas cosas que vayan en contra de la verdad bajo el pretexto de la tolerancia e igualdad. La Iglesia, madre y maestra de las naciones con sus gentes, es la piedra angular en lo obligatorio para la recta educación de los jóvenes. Ella es quien ostenta un rol principal en la buena formación de todo el mundo. Siendo custodia y maestra de las naciones, es la que tiene el poderío de modelar al ser humano para que pueda cumplir con su fin último: conocer, servir, y amar a Dios.

Las citas resaltantes mencionadas en el epígrafe superior expuestas por el sucesor de San Pedro son suficientemente claras como tal; en razón de la laudable sencillez de palabras del Papa, vamos a aplicar las doctrinas planteadas por el mismo a la situación actual de tono deplorable. Señalamos, en conjunto con Pío XI, primero a la familia, específicamente a papá y mamá. ¡Diametral y en contradicción está el perfil del padre de familia moderno con lo que exterioriza Su Santidad! Son minoría los padres que llenan la mitad de los requisitos formalizados por el Papa. La chabacanería en la crianza de los hijos es la norma regente, fusionada al cinismo en decir que se preocupan por ellos cuando la realidad demuestra que poca (o nada) de atención les prestan por estar metidos en redes sociales viendo vanidades y tonterías. Más saben los padres de hoy en día sobre la última moda en TikTok que el estado espiritual de sus hijos; todo esto va en una amalgama de prioridades invertidas a cambio de la salvación eterna de los que Dios envió a sus vidas para criar.

Consiste la crianza que dan los padres a sus hijos en nuestra era, en proveer únicamente por las necesidades temporales de sus hijos, en menoscabo de cualquier otra cosa trascendental. Amargamente, los hijos, en una amplia cantidad de casos, se ven o se tratan como una especie de carga que los padres tratan con la funesta máxima de con tal que sean felices, que escojan lo que quieran ser o hacer. Padres de familia, revisar las calificaciones no es darle el debido cuidado a los jóvenes; estar pegados a los influencers para escuchar sus superficiales consejos y bajunerías para guiar a la familia, no es ni responsable ni sensato. Andar metidos en el yoga, meditación Reiki, las prácticas de la Nueva Era, los pasatiempos excesivos, el relativismo moral, entre otras sandeces pregonadas por los hedonistas, no es bueno bajo ninguna óptica para uno mismo ni para los hijos. Es impresionante ver la cantidad exorbitante de padres ensañados (en muchos casos de forma inconsciente) en insistir que sus dependientes sigan el mismo camino que lleva el mundo hacia el abismo por medio de las modas, desfachateces, y banalidades cochinas disponibles en todos los medios posibles. Hay un cerro interminable de señalamientos que se pueden incoar contra los padres modernos, pero terminaremos con uno a manera de suma: la corrupción en todos los aspectos de la vida cotidiana, que la vida familiar se ha constituido en una gran mayoría de componentes anticristianos para eventualmente volver la convivencia en una guerra fría de mundanidades para conquistar la meta de la autodestrucción de todos.

El segundo bloque referido en su contenido por el Papa Pío XI concierne a los maestros y a las mismas escuelas o lugares de enseñanza. Accionando el mismo ejercicio de comparación realizado previamente, justo sobre este tema podemos abarcar amplias críticas sobre la gravedad para las almas que hoy en día se presentan en los profesores y en las escuelas. El nivel de inmoralidad y degenere tan extendido por las escuelas es tema para llorar con dolor fuerte en el corazón. Las escuelas prestadas a las ideas de la revolución, mezclada con dejar la puerta abierta a la mayor cantidad de perversiones pasadas por ideas novedosas siendo aceptadas en todas partes, es lo que priva a las almas de los más pequeños del conocimiento de las altísimas realidades. Por el liberalismo, secularismo, pensamiento naturalista, y un mar de sofismas generalizados por doquier, es la razón de que las escuelas se han convertido en lugares donde se contaminan los jóvenes de los vicios más perversos posibles, y peor aún, los padres ni cuenta se dan por la dejadez dolosa que tienen con el bienestar de sus dependientes. Esto llega a suceder no por letras inertes en libros o por conceptos sin voz, sino que se expande por profesores contaminados y convencidos en las premisas anticristianas que se han diseminado por el mundo. ¡Oh, estos maestros y profesores, cuánto daño hacen con una sola clase! Solo con darle la oportunidad de enseñar a un grupo de jóvenes sobre alguna materia, es exponerlos al peligro de conocer sobre aquellas cosas que han de interferir con la elevación de su intelecto para quedar al mismo estado que los trogloditas hipnotizados con las demostraciones vulgares de la época. Buenos y santos centinelas de almas como San Ezequiel Moreno y Mons. Pedro Schumacher, en sus cartas pastorales para las escuelas, confirmaban con claridad el perfil de los encargados con formar a los estudiantes; debían ser personas de buena reputación, con una vida moral decente, altamente capacitados en su área de estudio, piadosos, y tallados en el molde de la virtudes. En cortas palabras, en el tiempo que corre, encontrar a un solo profesor con la mitad de estos requisitos es un milagro.

Esta carta magna pintada con prudencia sobrenatural por el Papa Pío XI necesita constituir el marco del plan de ruta de todos los institutos de formación y para las familias que conocen sus deberes como católicos. Son limitados los puntos dentro de esta encíclica que se podrían considerar teóricos; el Romano Pontífice mete empeño en que el documento sea práctico y aplicable de manera sumaria. El tema de marras es para dar cursos enteros para seguir demostrando la contradicción palpable en la era moderna con todos y cada uno de los puntos que suman para constituir la enseñanza plena del ser humano. Cerramos con una cita de San Marcelino de Champagnat que sirva de reflexión para el maestro que pueda leer el presente artículo, para reordenar su pedagogía conforme a la verdadera elevación del cuerpo y del alma:

La buena educación de los niños pide que se les ame, y se les ame a todos por igual. Ahora bien, esto supone la entrega absoluta a su formación y el uso de cuantos medios pueda sugerir un entusiasmo habilidoso para infundirles la piedad y la virtud.