León XIV denuncia la fe convertida en experiencia privada y llama a una pastoral valiente

León XIV denuncia la fe convertida en experiencia privada y llama a una pastoral valiente

En un poderoso mensaje con motivo del seminario “Evangelizar con las familias de hoy y de mañana: desafíos eclesiológicos y pastorales”, Su Santidad el Papa León XIV ha exhortado a toda la Iglesia a renovar su compromiso pastoral con las familias del mundo, en particular aquellas alejadas espiritualmente o que se sienten excluidas de la vida eclesial.

El seminario, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, se celebra en la antesala del Jubileo de las Familias, Niños, Abuelos y Ancianos, y ha reunido a expertos para reflexionar sobre el papel insustituible de la familia en la transmisión de la fe.

El Papa advierte que, en tiempos de creciente privatización de la fe y difusión de estilos de vida alejados de lo espiritual, es esencial que la Iglesia no sólo mantenga abierta su puerta, sino que salga al encuentro de quienes se sienten lejos. “¿Cuántas personas hoy simplemente no oyen la invitación a encontrarse con Dios?”, pregunta en su mensaje.

Llamando a obispos, sacerdotes y laicos por igual a convertirse en “pescadores de familias”, León XIV resalta que la evangelización no puede reducirse a normas morales, sino debe centrarse en el “maravilloso encuentro con Jesús”. El Pontífice también subraya la necesidad de comunidades vivas y acogedoras que acompañen tanto a matrimonios jóvenes como a padres que desean transmitir la fe a sus hijos.

En un tono esperanzador, pero también firme, el Papa concluye animando a toda la Iglesia a trabajar por nuevas formas de cercanía, comprensión y acompañamiento, recordando que aunque cada generación tiene sus desafíos, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.


Mensaje completo de Su Santidad el Papa León XIV

Desde el Vaticano, 28 de mayo de 2025

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra que, en vísperas de la celebración del Jubileo de las Familias, los Niños, los Abuelos y los Ancianos, un grupo de expertos se haya reunido en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida para reflexionar sobre el tema: “Evangelizar con las familias de hoy y de mañana: desafíos eclesiológicos y pastorales”.

Este tema expresa claramente la preocupación maternal de la Iglesia por las familias cristianas de todo el mundo, como miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo y núcleo primario de la Iglesia, a quienes el Señor confía la transmisión de la fe y del Evangelio, especialmente a las nuevas generaciones.

La profunda sed de infinito presente en el corazón de cada ser humano hace que los padres tengan el deber de hacer descubrir a sus hijos la paternidad de Dios. En palabras de san Agustín: “Teniendo en ti la fuente de la vida, en tu luz veremos la luz” (Confesiones, XIII, 16).

Nuestro tiempo está marcado por una creciente búsqueda de espiritualidad, particularmente evidente en los jóvenes, que anhelan relaciones auténticas y guías en la vida. Por eso, es importante que la comunidad cristiana tenga visión de futuro al discernir los desafíos del mundo actual y al alimentar el deseo de fe presente en el corazón de cada hombre y mujer.

Este esfuerzo exige una atención especial a aquellas familias que, por diversas razones, están espiritualmente más alejadas: las que no se sienten involucradas, dicen no estar interesadas o se sienten excluidas de las actividades habituales, pero que aun así quisieran formar parte de una comunidad en la que puedan crecer y caminar con otros. ¡Cuántas personas hoy simplemente no oyen la invitación a encontrarse con Dios!

Lamentablemente, ante esta necesidad, una “privatización” de la fe cada vez más extendida impide a menudo a estos hermanos y hermanas conocer la riqueza y los dones de la Iglesia, lugar de gracia, fraternidad y amor.

Como resultado, a pesar de sus deseos sanos y santos, mientras buscan sinceramente caminos para ascender por sendas emocionantes hacia la vida y la alegría abundante, muchos terminan apoyándose en puntos de apoyo falsos, incapaces de sostener el peso de sus necesidades más profundas, y que los hacen retroceder, alejándose de Dios y naufragando en un mar de preocupaciones mundanas.

Entre ellos se encuentran padres y madres, niños, jóvenes y adolescentes, que a veces se ven alienados por estilos de vida ilusorios que no dejan espacio para la fe, y cuya difusión se ve facilitada por el uso incorrecto de medios potencialmente buenos —como las redes sociales—, pero que resultan perjudiciales cuando transmiten mensajes engañosos.

Lo que impulsa a la Iglesia en su labor pastoral y misionera es precisamente el deseo de salir como “pescadora” de la humanidad, para salvarla de las aguas del mal y la muerte mediante el encuentro con Cristo.

Quizá muchos jóvenes de hoy, que eligen la convivencia en lugar del matrimonio cristiano, en realidad necesitan que alguien les muestre, de forma concreta y clara —especialmente con el ejemplo de vida— lo que es el don de la gracia sacramental y la fuerza que de ella se deriva. Alguien que les ayude a comprender “la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida” que Dios da a los esposos (SAN JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, 1).

Del mismo modo, muchos padres, al educar en la fe a sus hijos, sienten la necesidad de comunidades que los apoyen para crear las condiciones adecuadas que permitan a sus hijos encontrar a Jesús, “lugares donde se vive la comunión del amor, que tiene su fuente última en Dios” (FRANCISCO, Audiencia General, 9 de septiembre de 2015).

La fe es ante todo una respuesta al amor de Dios, y el mayor error que podemos cometer como cristianos es, en palabras de san Agustín, “afirmar que la gracia de Cristo consiste en su ejemplo y no en el don de su persona” (Contra Iulianum opus imperfectum, II, 146).

En esta situación, corresponde a los Obispos, como sucesores de los apóstoles y pastores del rebaño de Cristo, ser los primeros en echar las redes al mar y convertirse en “pescadores de familias”. Pero también los laicos están llamados a participar en esta misión y a convertirse, junto con los ministros ordenados, en “pescadores” de parejas, jóvenes, niños, mujeres y hombres de todas las edades y condiciones, para que todos puedan encontrarse con el único Salvador.

Les pido entonces que se unan a la labor de toda la Iglesia para salir al encuentro de aquellas familias que ya no vienen a nosotros, para aprender a caminar con ellas y ayudarlas a acoger la fe y convertirse a su vez en “pescadoras” de otras familias.

No se desanimen ante las situaciones difíciles que enfrentan. Es cierto que las familias de hoy tienen muchos problemas, pero “el Evangelio de la familia también nutre semillas que todavía esperan crecer, y sirve de base para cuidar esas plantas que se están marchitando y no deben ser descuidadas” (FRANCISCO, Amoris Laetitia, 76).

¡Cuánta necesidad hay de promover el encuentro con Dios, cuyo amor tierno valora y ama la historia de cada persona! No se trata de dar respuestas apresuradas a preguntas difíciles, sino de acercarse a las personas, escucharlas y tratar de comprender junto con ellas cómo enfrentar sus dificultades.

Y esto requiere estar dispuestos, cuando sea necesario, a abrirse a nuevas formas de ver y actuar, porque cada generación es diferente y tiene sus propios desafíos, sueños y preguntas. Sin embargo, en medio de todos estos cambios, Jesucristo sigue siendo “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8).

Queridos hermanos y hermanas: ¡gracias por lo que hacen! Que el Espíritu Santo los guíe en el discernimiento de criterios y métodos que apoyen y promuevan los esfuerzos de la Iglesia para acompañar a las familias. ¡Ayudemos a las familias a escuchar con valentía la propuesta de Cristo y las palabras de aliento de la Iglesia!

Los recordaré en mis oraciones y les imparto cordialmente mi Bendición Apostólica.

LEÓN PP. XIV

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