El cardenal Castillo Mattasoglio y las siervas del Plan de Dios

El cardenal Castillo Mattasoglio y las siervas del Plan de Dios

Las Siervas del plan de Dios son una asociación pública de fieles de derecho diocesano, nacida en Lima al alero del Sodalicio de vida cristiana. Viven en comunidad, no siendo religiosas visten hábito (a fin de cuentas cada quien puede vestirse como le dé la gana) y se dedican a la atención de personas pobres y necesitadas.

No promueven ninguna ideología, sólo evangelizan con amor y ternura. Durante muchos años su alegría y su entrega generosa atrajeron a muchas jóvenes. Desgraciadamente había en su estilo de vida algunos defectos originados por su fundador, Luis Fernando Figari, motivo por el cual les han prohibido recibir nuevos ingresos, aunque solicitudes de ingreso no faltaron sino hasta hace tres años en que su situación se complicó mucho por falta de apoyo de la autoridad de la que dependen, que es el Arzobispado de Lima.

Figari fue el fundador de las Siervas, pero mantuvo siempre cierta lejanía de ellas puesto que delegó el proceso de fundación en A.G., una “Fraterna” (las Fraternas constituyen otro grupo de mujeres consagradas relacionadas con el Sodalicio), quien pasó a ser la primera Sierva y transmitió a la Asociación de las Siervas algunos defectos y vicios que ella había aprendido de Figari, sobre todo en relación con el abuso de autoridad y el excesivo énfasis en una malentendida fortaleza humana; posteriormente A.G. abandonó la asociación y se desvinculó totalmente de la familia Sodálite.

Hace pocos años algunas ex-miembros de las Siervas comenzaron a presentar denuncias por abuso de autoridad y por sentir que se les había exigido una entrega “inhumana” -no muy distintas a las denuncias que presentan ex-religiosas de congregaciones que nadie toca por tener fundadoras canonizadas-, y a exigir compensaciones económicas. La conciencia de los abusos sufridos, la crisis institucional de toda la familia Sodálite, las denuncias y la inestabilidad que todo esto produjo, hicieron que un buen número de Siervas abandonase el Instituto.

Sin embargo, paradójicamente, el peor abuso de autoridad que han sufrido las Siervas del plan de Dios a lo largo de su historia es el que está cometiendo en este momento el Señor Arzobispo de Lima, Don Carlos Castillo Mattasoglio, al empeñarse en la destrucción de esta Institución, sin el menor atisbo de misericordia y con una actitud que bien podría calificarse de machista hacia unas mujeres que han entregado generosamente su vida al servicio de los pobres, algunas de ellas durante décadas. Sin ningún escrito oficial, probablemente para no dejar constancia de la irregularidad y la injusticia cometidos, y por medio de intermediarios que sólo se comunican de palabra y exigen silencio y reserva, las Siervas están siendo presionadas para que sean ellas quienes opten por su propia disolución. Se les ofrecen tres alternativas: o abandonar la vida consagrada y regresar a su familia; buscar otra orden o congregación que quiera admitirlas, o comenzar alguna nueva fundación pero con la condición de que sea fuera del Perú y sin proporcionarles ningún apoyo para las que deseen esta tercera opción, de manera que parece ser más una opción teórica que real, pues se vería muy feo no darla. Cuentan con poco tiempo para tomar cada una su decisión definitiva y mientras tanto ya alguien está poniendo el ojo en sus pocos inmuebles, que en el mejor de los casos quedarán para la Arquidiócesis de Lima, después de dejar a las hermanas que lo pidan una modesta ayuda económica para recomenzar su vida.

No les han dado la oportunidad y la ayuda para hacer una revisión de su carisma y estilo de vida y seguir adelante, como se ha hecho con otras instituciones en la Iglesia. Y parecería que sólo han sido víctimas de Figari y de la institución las que abandonaron el Instituto echando pestes y no las que han perseverado en el mismo por amor a Dios y al prójimo, y que al presente rondan el número de 60, aunque cada vez el desánimo es mayor al sentirse ignoradas y desamparadas por el pastor del que dependen canónicamente y que nunca ha mostrado el menor interés por acercarse a ellas personalmente.

Además del sufrimiento de las Siervas por esa injusta arbitrariedad, está el sufrimiento de los pobres a los que ellas se han dedicado y que van quedando desamparados: los niños de la calle en Filipinas que viven en condiciones materiales y morales precarias, los siempre ignorados indios de Huamanga, los alumnos del colegio para niños discapacitados y los enfermos del hospital en Lima, los ancianos abandonados en un hogar en Chile, los pobres de Angola, de Colombia, de Ecuador, etc… a los que trae sin cuidado la historia de las siervas y sólo quieren a sus “monjitas” cercanas, que les dan el consuelo y la alegría de sentirse amados por ellas y por Jesús. Dudo mucho que el ahora Eminentísimo Señor Cardenal Castillo, al parecer tan preocupado de los pobres, vaya a dar la cara ante estos hermanos en los que sufre Cristo para pedirles perdón por no hacer nada, sino mas bien favorecer que se les arrebaten a las únicas personas en el mundo que les regalan cariño gratuito, los acompañan, los consuelan, los acarician, les dan una esperanza…, pero que a él le resultan antipáticas porque las fundó Figari, que era de derechas. Aun si no da la cara ante estos pobres, tendrá que darla tarde o temprano ante el Juez, que tal vez no le dirá “estuve enfermo y en la cárcel y no viniste a verme”, simple omisión, pero sí “estuve solo y abandonado y me arrebataste la compañía y el consuelo, porque me quitaste a la madre y a la hermana que me lo ofrecía, la privaste de su vocación de servirme». Parece que el Señor Arzobispo sabe mucho de sociología, pero no tanto de pasar hambre, ni de sentir soledad y abandono.

Para el Señor Arzobispo, en ninguna de las instituciones dentro del Sodalicio puede haber carisma fundacional porque el fundador actuaba por motivos políticos (y por cierto no los de la línea de ‘San ‘Gustavo Gutiérrez, que al parecer eran sólo motivos espirituales). Y parece que de ahí su obsesión por procurar con todos los medios su desprestigio y destrucción. Olvida o ignora su Eminencia que los carismas son dones que el Espíritu Santo ofrece no para la santificación de su receptor sino para el enriquecimiento de toda la Iglesia, es decir que de un pecador puede surgir una obra buena, hasta el punto que a lo largo de la historia el carisma del episcopado y aun del papado se ha otorgado a individuos poco santos que han hecho cosas buenas, y que corresponde a los pastores no sofocar el Espíritu de un plumazo, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (Cfr. LG 12); ¿es que no hay nada bueno en las Siervas del plan de Dios que merezca ser conservado, aunque no simpatice con ellas? Si no le gusta la familia Sodálite entonces que no la apoye, pero tampoco la destruya, que son parte del rebaño que el Señor le ha confiado para que lo pastoree como Él lo hace, no matando a las enfermas sino sanándolas y colocándolas sobre sus hombros, ojalá recuerde esto cuando ostente el santo palio arzobispal.

Olvida o ignora su Eminencia que incluso si la intención de Figari era desordenada, el Señor es capaz de purificar la obra y orientarla para el bien, de modo análogo a como convirtió las intenciones de San Vicente de Paúl y de San José de Calasanz, quienes veían inicialmente en el sacerdocio un medio para enriquecerse y posicionarse socialmente y terminaron fundando familias religiosas dedicadas a los pobres; cierto que en Figari no se dio esa conversión, pero es claro que de un inicio malo puede surgir una realidad buena. Fue así que Dios depositó su promesa en Salomón, hijo de los adúlteros David y Betsabé, así como en tiempos menos lejanos hizo un santo de nuestro Martín de Porres, fruto también de una relación adulterina (motivo que le ganó el desprecio de más de algún puritano;) a Jesús le importa más el desarrollo de las cosas que su origen. Olvida o ignora que Jesús supo dar otra oportunidad al publicano Mateo, a Pedro que lo negó tres veces, y quizá también alguna vez a su Eminencia. Olvida o ignora que “todo contribuye al bien para los que aman a Dios, incluso el pecado”, según la afirmación atribuida a San Agustín. Olvida el Eminentísimo Señor que en alguna vigilia pascual ha escuchado al diácono referirse al mismísimo pecado de Adán como “feliz culpa”, y que Cristo limpia los pecados y hace nuevas todas las cosas. ¿No puede el Señor hacer algo nuevo con las Siervas del plan de Dios a pesar de que su fundador tuvo una intención desviada?

Hace algunos años afirmó nuestro Arzobispo que “nadie se convierte con el Sagrario”. Yo invitaría cordialmente a su Eminencia a que, si todavía piensa de este modo, dedique todos los días una hora a la adoración eucarística; acepte el desafío de practicarla durante un año, y verá cómo el Señor igual lo convierte, le da una fe más viva, una misericordia más auténtica y le hace menos sociólogo y más pastor. Y si no, por lo menos que practique lo que dice creer, es decir que la conversión se obtiene yendo “al encuentro con las personas que nos interpelan y que son dramas humanos en donde surge la posibilidad de encontrar al Señor” (palabras suyas); en eso su Eminencia tiene razón porque las Siervas del plan de Dios lo vienen haciendo desde hace años y a los que sí las conocemos, las escuchamos, las tratamos, nos parece ver en ellas señales de auténtica conversión que no se deben ignorar so pena de destruir una obra de Dios.

 

Julio Gómez de Samartín.

Lima, Perú.

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