Si el Santo Padre veía en la “hipocresía” de “grupúsculos” la oposición a la declaración Fiducia supplicans, uno de sus elegidos, el cardenal norteamericano Robert McElroy, de San Diego, ha encontrado otra causa: la homofobia generalizada.
Gran parte de la oposición al permiso que ha concedido Roma a los sacerdotes para que bendigan a parejas en situación objetiva de pecado no se basa en principios doctrinales, asegura el cardenal McElroy, sino en una “prolongada hostilidad” contra gays y lesbianas, en el curso de una sesión del Congreso de Educación Religiosa patrocinado por la Arquidiócesis de Los Ángeles, la reunión católica anual más grande de América del Norte, sobre el tema del Sínodo de Obispos sobre Sinodalidad en curso del Papa Francisco.
«Es totalmente legítimo que un sacerdote se niegue personalmente a realizar las bendiciones descritas en Fiducia porque cree que hacerlo socavaría la fuerza del matrimonio», declara el cardenal. Pero “es particularmente preocupante en nuestro propio país que la oposición a Fiducia se centre abrumadoramente en bendecir a quienes tienen relaciones del mismo sexo, y no tanto a hombres y mujeres que tienen relaciones heterosexuales eclesialmente inválidas».
McElroy es visto en la jerarquía eclesiástica como un prelado especialmente progresista y favorable a las tesis de los colectivos LGTBI. También, como uno de los obispos favoritos de Francisco, que le elevó al cardenalato siendo sufragáneo de un arzobispo, el de Los Ángeles, que no tiene el birrete rojo, una situación un tanto anómala.
“Es crucial subrayar que Fiducia se limita a aclarar dudas sobre la permisibilidad de que un sacerdote bendiga pastoralmente a personas en uniones irregulares o homosexuales en un ambiente y una manera no litúrgicos”, explica. “No se hizo ningún cambio de doctrina”.
Y “si la razón para oponerse a estas bendiciones fuera de verdad que tal práctica diluiría y socavaría el compromiso matrimonial, entonces la oposición debería centrarse al menos igualmente en las bendiciones para estas relaciones heterosexuales en nuestro país», insiste. Y “todos sabemos por qué no es así», concluye McElroy, que atribuye esta actitud a «una animadversión prolongada de demasiadas personas hacia las personas LGBT».
McElroy dice aplaudir la diversidad en la respuesta eclesial a estas bendición -caso aficano, por ejemplo-, pero advirtiendo que “esta descentralización no debe oscurecer de ninguna manera la obligación religiosa que tiene cada iglesia local de proteger con justicia y solidaridad a las personas LGBT en sus vidas y en igualdad de dignidad», dijo.