La significativa elección al cardenalato del obispo Robert McElroy

La significativa elección al cardenalato del obispo Robert McElroy

Resulta tentador leer la elección de Robert McElroy, obispo de San Diego, para el colegio cardenalicio como la respuesta del Vaticano a la decisión del arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, de ordenar a sus sacerdotes que nieguen la Comunión a la política proabortista Nancy Pelosi.

Lo distintivo del cardenalato es que convierte a sus miembros en electores del Papa, por lo que la elección de los cardenales es un manifiesto tácito del Papa reinante sobre el perfil del pontífice que quiere para su sucesor.

Francisco se ha mostrado especialmente activo en este campo, ampliando el número de cardenales e ignorando la política de sus predecesores, que solían alternar aspirantes de una y otra tendencia. El Santo Padre hoy solo elige a quienes se alinean claramente con sus propias líneas o, en el peor de los casos, no se hace notar por su postura contraria.

Y es que Francisco, como hemos tenido ocasión de contar en numerosas ocasiones, está obsesivamente preocupado por hacer irreversibles sus reformas que, informalmente, podríamos denominar ‘Vatica II Plus’. No deja de ser curioso que quien continuamente habla de no temer a los cambios y de abrirse a lo inesperado pretenda que, en su caso, se haga una excepción a la regla y todo quede atado y bien atado, pero eso es otra cuestión.

La cuestión ahora es la nómina de próximos cardenales, electores de un nuevo Papa que no puede estar muy lejano por la implacable ley de la biología; y entre todos ellos, uno en especial: el obispo norteamericano de San Diego, Robert McElroy.

¿Qué sabemos de McElroy? Bastante, pero una de sus iniciativas destaca sobre las demás, no tanto por ser la más significativa cuanto por su conexión con la actualidad: hace casi exactamente un año, McElroy defendió que el presidente Joe Biden reciba la Sagrada Eucaristía, argumentando que quienes niegan la comunión a los políticos pro-abortistas pasan por alto el racismo. Es decir, una determinación frontalmente contraria a su colega, también de California, Salvatore Cordileone.

McElroy escribió entonces en un ensayo aparecido en la publicación jesuita America que “la propuesta de excluir de la Eucaristía a los líderes políticos católicos pro-abortistas es un paso equivocado” y que “traerá consecuencias tremendamente destructivas.

De hecho, McElroy es uno de los firmantes de una carta enviada por una sesentena de obispos norteamericanos para que no se debatiera la ‘coherencia eucarística’ en la última plenaria del episcopado gringo, un verdadero ‘quién es quién’ del modernismo eclesial en Estados Unidos.

Unos años antes, en 2019, McElroy defendió en la asamblea plenaria de los obispos norteamericanos, reunidos en Baltimore, que se eliminara el aborto como “prioridad preeminente” en una carta sobre la formación de las conciencias dirigida a los fieles, alegando que es una inclusión “en discordancia con la enseñanza” del Papa y un perjuicio para los fieles.

McElroy, que fue el primer prelado norteamericano en reaccionar públicamente al Sínodo de la Amazonía asegurando estar dispuesto a ordenar diaconisas en cuanto existiera la oportunidad, hizo estas desconcertantes declaraciones en defensa de una enmienda presentada por el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago y organizador de la minicumbre episcopal sobre abusos sexuales de clérigos celebrada en Roma en febrero, para que se eliminara el aborto como “prioridad preeminente” en un documento de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (USCCB) dirigido a orientar a los fieles en la batalla cultural.

La elección de alguien así para elegir al próximo Papa o incluso aspirar al Papado da idea del tipo de pontífice por el que Francisco espera ser sucedido, en un gesto que, como suele suceder con el Santo Padre, tiene más peso que las palabras.

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