De Biden, la inmigración, el Cambio Climático y el aborto

De Biden, la inmigración, el Cambio Climático y el aborto

De todo el asunto en torno a la inmigración masiva, lo más escandaloso -aunque no lo único- es su monumental hipocresía. Y es que si los pueblos deben poder moverse con absoluta libertad y sin restricción alguna entre países, si eso es un derecho humano, ¿por qué no abrir, sin más, las fronteras? ¿Por qué establecer un engorroso sistema burocrático para entrar en un país, para obtener la residencia e incluso la nacionalidad?

Mientras no se haga eso, abolir solo unos controles, para determinada gente, es premiar la ilegalidad, algo que no parece muy defendible desde el punto de vista católico. No tiene sentido, ni parece muy justo, que unos tengan que pasar controles y someterse a requisitos -los inmigrantes y residentes legales- mientras que a otros se les permite llegar a la misma meta sin pasar por ellos. Por otra parte, todos esos requisitos legales obligan al inmigrante legal a someterse a una peligrosísima ordalía, a ponerse en manos de las mafias de traficantes de personas y a arriesgar la vida propia y la de los suyos.

Porque esa es la ‘solución’ de Biden, que tanto alegra a los clericales de Alfa & Omega y, por extensión, a casi toda la jerarquía católica a ambos lados del Atlántico: mantener las fronteras, pero premiar su vulneración, creando todos los incentivos para fomentar una actividad que se mantiene ilegal. ¿Es algo para alegrarse?

Por otra parte, debemos creer que estas medidas, que fomentan un tráfico inhumano, incentivan la ilegalidad y empujan a emprender una arriesgada aventura, favorecen a los ‘descartados’, a los pobres y marginados de este mundo. Si es así, ¿por qué todas las multinacionales, esas mismas que utilizan mano de obra en régimen de semiesclavitud en el Tercer Mundo, hacen incesante presión política para fomentar la inmigración? ¿Por la bondad de su tierno corazón?

No parece coherente. Pero se explica mejor si se entiende que la entrada masiva de inmigrantes aumenta el contingente de mano de obra barata, lo que permite producir con costes más bajos, en detrimento de los trabajadores nativos. Por otra parte, sus países de origen pierden a su población más dinámica, haciendo endémica su pobreza.

Un reciente informe británico sobre violación de derechos humanos en China denuncia la complicidad de grandes y conocidas marcas occidentales en la esclavización de poblaciones uigures. Y son las mismas multinacionales que presionan para que aumente la entrada masiva de inmigrantes en Estados Unidos y otros países occidentales.

Algo similar sucede con esa otra iniciativa de Biden, tan aplaudida por el estamento clerical: la ‘lucha contra el Cambio Climático’. La lucha en sí está tan vagamente definida que es difícil saber si se está ganando: todas las profecías concretas sobre este elusivo proceso han resultado fallidas, y la moda ahora consiste en atribuir todos los fenómenos imaginables a esta apocalipsis mundana. Así es difícil equivocarse, cuando un suceso confirma tu tesis y el contrario, también.

No sabemos en qué va a consistir en concreto el Cambio Climático -cuándo y cuánto y cómo-, ni cómo detenerlo o si se puede detener, ni siquiera si es globalmente negativo para el planeta, o haríamos mejor preparándonos para él. Pero, eso sí, sabemos que es muy importante que Estados Unidos se sume a esa transferencia de riqueza que es el Acuerdo de París, aunque se logre a costa de decenas de miles de empleos.

Ninguna ambigüedad, en cambio, tiene para un católico el asunto del aborto legal: es un crimen, un crimen terrible que se comete sobre el más inocente de los seres y que corrompe, por tanto, toda la estructura social del país que lo permite. Y eso es lo que Biden promete, pero de alguna manera debemos creer que queda compensado por sus política migratorias y medioambientales.

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