Ayer fue bautizada mi primera nieta y el sacerdote, en una sencilla homilía, nos recordó la importancia abrumadora del sacramento como verdadero nacimiento a la Gracia e incorporación al Cuerpo Místico de Cristo. Nada, en fin, que no hayan sabido los fieles a lo largo de veinte siglos.
Pero al volver a casa y ver el vídeo de Su Santidad con la intención para este mes, me pregunté si va a seguir siendo posible transmitir a las nuevas generaciones de fieles lo que significa la pertenencia a la Iglesia y la marca indeleble del bautismo, cuando el sermoncito ilustrado de Francisco parece equiparar las religiones como caminos igualmente válidos para llegar a Dios.
Lo importante del Evangelio, nos dice el Santo Padre, es la ‘fraternidad’, aunque no aparezca ni una sola vez en el Evangelio, y no la salvación, el pecado, el cielo y el infierno, que aparecen constantemente.
Ser cristiano no es ninguna broma. De hecho, es siempre difícil, y en muchas ocasiones a lo largo de la geografía y de la historia, directamente letal. La historia de la Iglesia ha sido también la historia de los mártires, de persecuciones de las que el mismo Cristo nos habla no como eventualidades desagradables, sino como nuestro destino normal por seguirle: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí primero”.
¿Por qué seguir este espinoso camino, si cualquier otro lleva al mismo destino? ¿Somos los cristianos una panda de masoquistas? Añade que “para nosotros cristianos la fuente de la dignidad humana y de la fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo”. ¿Para nosotros? ¿Para los otros no? Cuando Cristo dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí”, ¿le han traducido mal?
Pero el es Papa, me dicen. Sí, pero una cosa no puede ser verdad y no serlo al mismo tiempo, y quienes se opusieron firmemente a un indiferentismo religioso tan evidente eran igualmente papas. Dios no cambia; para Él, mil años son como un día.
Por lo demás, uno no es judío por llevan una kipá ni musulmana por vestir un velo. Son religiones de verdad, con libros sagrados y mandamientos muy concretos. Y seguirlos con fidelidad les impediría rezar con un seguidor de Cristo, al que el primero debe considerar como un odioso falsario y blasfemo y la segunda, como un profeta al que los cristianos confundimos con el propio Dios.
Así que la soñada “fraternidad de las religiones” de Francisco solo sería posible entre creyentes que no se tomen demasiado en serio sus respectivas creencias.
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