La primera lectura de hoy es una explicación del programa académico del reformado Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia por parte de mons. Pierangelo Sequeri, el rector del instituto:
«La recomposición del pensamiento y de la práctica de la fe con la alianza global del hombre y de la mujer ya es, con toda evidencia, un lugar teológico planetario para la remodelación transcendental de la forma cristiana, y para la reconciliación de la criatura humana con la belleza de la fe. Dicho en términos más sencillos, mediante la superación de toda separación intelectualista entre teología y pastoral, espiritual y vida, conocimiento y amor, se trata de que esta evidencia sea más persuasiva para todos: el conocimiento de la fe se ocupa de los hombres y mujeres de nuestro tiempo».
¿Quéqué?
Hace días que la blogosfera católica protesta airadamente por estas dos frases, y la palabra «gnóstico» ha aparecido con frecuencia. Un comentaristacon una mentalidad literaria ha comparado el discurso de mons. Sequeria los patrones lingüísticos de los agentes de N.I.C.E. en la novela de C. S. Lewis, Esa horrible fortaleza. Yo en cambio pensé en H. L. Mencken y la memorable autopsia que realizó al discurso inaugural del presidente Warren G. Hardingel 4 de marzo de 1921:
«Dejando de lado a un profesor de universidad o a dos docenas y media de periodistas dipsomaníacos, [Harding] ocupa el primer lugar en mi Valhalla de literatos. Es decir, escribe el peor inglés que he visto en mi vida. Me recuerda una hilera de esponjas mojadas; me recuerda a una colada hecha jirones y tendida. Me recuerda a una sopa de frijoles rancia, a los gritos de las universidades, a perros ladrando estúpidamente en noches interminables. Es tan horroroso que hasta se desliza una especie de grandeza.Se alarga fuera del oscuro abismo (¡he estado a punto de escribir absceso!) del menosprecio y se arrastra descabelladamente hasta el pináculo más alto de la sofisticación. Es estruendo y titubeo. Es aleteo y garabato. Son disparates».
(Habrá quién crea que la sopa de palabras de mons. Sequeri tiene más sentido en el italiano original. Sin embargo, es igual de incomprensible en la lengua nativa del buen monseñor).
El Instituto Juan Pablo II fue fundado en 1982 para ayudar a reformar la teología moral católica. A lo largo de tres décadas, el Instituto ha formado una nueva generación de estudiosos católicos comprometidos con la convicción evangélica de que la libertad nos hace libres en el sentido más profundo de libertad humana. Además, los estudiosos del instituto, siguiendo la guía de su santo patrono, han ayudado a crear las bases sólidas para la teología moral católica a través de una reflexión filosófica sobre la naturaleza de la persona humana, creada hombre y mujer y hecha para la comunión al compartir el don divino de la vida.
En las ocasiones en que he tenido el honor de dar alguna conferencia en el Instituto (cuya sede está ubicada en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma), he visto a un cuerpo docente y a unos estudiantes intelectualmente curiosos y pastoralmente sensibles. Todos eran plenamente conscientes de las dificultades que implicaba proponer la ética de la Iglesia sobre el amor humano en culturas dominadas por un concepto de la persona humana como un crispado manojo de deseos cuya satisfacción es un «derecho humano». Sin embargo, estaban decididos a llevar adelante la propuesta de la Iglesia de una manera preciosa, porque estaban convencidos de que la verdad lleva a la felicidad, que la felicidad lleva a la beatitud y que la beatitud es el centro de la vida moral.
Ahora el Instituto Juan Pablo II ha sido secuestrado por una nueva manada de vándalos que están llevando a cabo un nuevo saqueo de Roma. Los nuevos vándalos marchan bajo la bandera del «acompañamiento» pastoral.Pero hace tiempo que está claro que su propósito principal es deconstruir la encíclica de Juan Pablo II sobre la teología moral, Veritatis Splendor, y sus enseñanzas sobre el hecho de que algunas acciones son sencillamente equivocadas. Punto. Y que ningún cálculo de intenciones y consecuencias puede dar a dichas acciones un valor moral. Para ayudar a este programa de destrucción, los vándalos han despedido a los profesores titulares del instituto, han rehecho el plan de estudios y han contratado a nuevos profesores cuyo conocimiento de la doctrina católica es, como mucho, flojo. E intentan justificar este vandalismo con la sandez del «lugar teológico planetario para la remodelación transcendental de la forma cristiana».
Es un sinsentido descomunal, que no tiene nada que ver ni con la Nueva Evangelización, ni con la atención pastoral misericordiosa. Y sí con una rendición cobarde ante el espíritu del tiempo.
Publicado por George Weigel en First Things.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.