(Marco Tosatti/Stilum Curiae)- La muerte del cardenal Silvestrini (descanse en paz) me impulsó a rebuscar en las notas de hace muchos años, cuando aún era el vaticanista de La Stampa, o apenas terminaba de serlo. Eran los años de Benedicto XVI y el cardenal Bertone, con quienes había una relación de simpatía natural. En esos años tenía relaciones frecuentes, más que ahora, con personas de su equipo o, en cualquier caso, cercanas a él. Recordaba vagamente algo, y hurgando en las notas -hay muchas, y muchas que nunca se publicaron, la mayoría- se confirmó. Había una historia
Fue una historia, en ese momento, no me impresionó particularmente. Ahora representa una curiosidad; más aún porque, como sabemos, el que ha sido designado recientemente Presidente del Consejo proviene de Villa Nazaret, es personal de la institución; y Villa Nazaret es la escuela de formación de la élite, dirigida y administrada por la élite de la Santa Sede, es decir, la diplomacia. Silvestrini -y, probablemente antes que él, Casaroli, y después de él, Parolin y Celli- hizo todo lo posible para encontrar salidas profesionales (que podrían ser interesantes para el futuro de «su» Iglesia) para los alumnos. Recuerdo las recomendaciones urgentes hechas a los directores de los periódicos para encontrar una manera de atraer a los aficionados ansiosos e imaginativos a las filas de los mismos. Pero este es otro asunto. En las notas encontré la divertida historia de uno de mis referentes en la Secretaría de Estado bertoniana. Divertido porque, con el cinismo típico de ciertos prelados, se subrayaba la ingenuidad de los laicos bien intencionados…
En resumen, parece que tan pronto como Ettore Gotti Tedeschi fue nombrado Presidente del IOR, el cardenal Silvestrini se apresuró a visitarlo.
No era solo una visita de cortesía: le pidió que continuara contribuyendo, como hacía su predecesor (Caloia), al mantenimiento de Villa Nazaret, y le pidió una suma en torno a los 150.000 euros al año.
Riendo, me explicaron que Gotti Tedeschi quedó muy desconcertado por la solicitud, que dijo que según él era demasiado alta, y que no le parecía estar en línea con las aportaciones que normalmente se dan a las obras de carácter religioso.
Pero se trataba de una solicitud hecha por un cardenal del prestigio de Silvestrini y, por lo tanto, decidió hablar de ello con el secretario de Estado, el cardenal Bertone.
Aparentemente, el Secretario de Estado declaró estar de acuerdo con las reservas expresadas por el Presidente del IOR. El amigo me explicó, sin que hubiese necesidad, que dos consideraciones jugaron un papel en esto: Silvestrini era considerado un amigo del presidente anterior y un «enemigo» del pontificado de Ratzinger y, en consecuencia, de Bertone. ¡Que había sido nombrado Secretario de Estado sin pertenecer a la casta de los diplomáticos! Por lo tanto, Bertone invitó a Gotti Tedeschi a encontrar una solución dando poco.
Por lo que me dijeron, Gotti Tedeschi trató de usar una vía de salida profesional: le pidió al cardenal Silvestrini poder consultar el presupuesto, cuantitativo y cualitativo, de Villa Nazaret, para evaluar así las necesidades y decidir, sobre esta base, la contribución a realizar por parte del IOR, que debería ser aprobada por el Consejo de Administración.
La historia, para mí, terminó allí. Pero unas semanas más tarde volví a ver a mi persona de contacto y, después de hablar sobre varios otros temas, le pregunté, de pasada, de cuánto había sido la contribución a Villa Nazaret. Estalló en una fuerte risotada y me dijo. «Bertone le dijo al presidente del IOR que otorgara la suma completa solicitada por Silvestrini». Le pidieron las razones de un cambio tan radical: «Silvestrini es muy poderoso, mejor mantenerlo como amigo…».
Por supuesto, de los presupuestos nunca se volvió a discutir.
Publicado por Marco Tosatti en Stilum Curiae.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.