En 2019, el Papa Francisco lo nombró obispo de Trondheim, convirtiéndose en uno de los pocos obispos católicos de Noruega y en una figura de referencia para la Iglesia en Escandinavia. Su inteligencia y madurez lo hicieron pronto un referente, tanto dentro como fuera de los muros del monasterio.
Una voz lúcida para nuestro tiempo
Como escritor y teólogo, Varden ha sabido leer el momento actual de la Iglesia con una mirada de fe. En un texto reciente, reflexionaba así sobre la herencia del Concilio Vaticano II y la nueva generación católica:
“Los jóvenes católicos de hoy no son ingratos hacia los dones recibidos del Concilio; pero no pueden simplemente pensar como sus abuelos, ni están interesados en seguir «golpeando caballos muertos» o en mantener vivo un aggiornamento que se ha convertido en un proyecto fosilizado, definido por un giorno (día) cuyo sol ya se ha puesto.
Lo que ellos anhelan es despertar una nueva aurora: descubrir la fuerza salvadora de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, pero que a la vez renueva todas las cosas, muchas veces derribando las falsas dicotomías propias de cada época.”
Un signo de esperanza
Su llegada a Roma como miembro del Dicasterio para el Clero se produce en un momento crucial: el clero necesita acompañamiento, formación y, sobre todo, volver a las fuentes de su vocación. Varden, con su síntesis de erudición académica, hondura monástica y sensibilidad pastoral, puede aportar una voz clara y necesaria.
En un tiempo en que a menudo se percibe una carencia de perfiles intelectualmente exigentes en las altas instancias de la Iglesia, su nombramiento es una señal alentadora: todavía hay obispos jóvenes, brillantes y fieles, que reciben reconocimiento.
El caso de Erik Varden recuerda que el Espíritu Santo sigue suscitando hombres capaces de unir la tradición con el presente, la verdad con la belleza, la inteligencia con la santidad. Y que la Iglesia, incluso en medio de las dificultades, no deja de ofrecernos motivos para la esperanza.
