Durante el pontificado de Francisco se instaló en el imaginario católico una idea reduccionista del compromiso social. Sus mensajes a políticos y responsables públicos parecían girar de forma obsesiva en torno a un único eje: la acogida de migrantes y refugiados. Aunque el tema es legítimo y urgente en muchos contextos, la forma en que se presentaba transmitía la sensación de que el católico, a nivel social, sólo estaba interpelado a abrir su casa al refugiado, como si todo lo demás quedara en segundo plano. Problemas tan palpables como la inseguridad en los barrios, la delincuencia, el tráfico de drogas o la erosión de la convivencia quedaban fuera del horizonte del discurso pontificio, como si no merecieran una palabra explícita de la Iglesia.
Esa visión parcial dejó una impronta fuerte: muchos fieles percibieron que el único mensaje social de la Iglesia era unirse a una ONG para acoger refugiados, mientras que las dificultades reales de millones de familias —la precariedad laboral, el miedo a la violencia en la calle, la degradación del entorno social— parecían no interpelar a la conciencia católica. Esa falta de equilibrio generó la impresión de un discurso desconectado de la vida cotidiana, como si los católicos no tuvieran nada que decir frente a las situaciones de inseguridad o crisis de convivencia que afectan de manera directa a los pueblos de Europa y del mundo.
Frente a esto, el discurso de León XIV a la delegación de Créteil marca un cambio nítido. No sólo vuelve a colocar a Cristo en el centro —recordando que sin Él no se puede hacer nada— sino que además pone sobre la mesa los problemas concretos que viven los barrios: violencia, drogas, desempleo, inseguridad. Que un Papa hable de estas cuestiones como algo que interpela directamente a los políticos católicos puede parecer lo más normal, pero hoy suena disruptivo, incluso revolucionario, tras años en que estos temas estaban silenciados en la predicación social pontificia.
Este giro rompe un tabú y devuelve a la Iglesia un papel más integral en la vida social. El mensaje ya no se limita a una consigna humanitaria única, sino que aborda la complejidad real de la vida de los pueblos. Los católicos reciben así un llamado claro: su fe tiene algo que decir no sólo sobre las pateras, Lampedusa o la acogida de migrantes, sino también sobre la justicia, la seguridad, la convivencia y la lucha contra la degradación social. En ese contraste se percibe el paso de un discurso parcial y obsesivo a otro más completo y enraizado en la doctrina social de la Iglesia.
traducción completa al español del discurso de León XIV a la delegación política de la diócesis de Créteil (28 de agosto de 2025):
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Audiencia a una Delegación de Personalidades Políticas de Francia (Diócesis de Créteil)
Discurso del Papa León XIV – 28 de agosto de 2025
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con vosotros!
Estoy seguro de que muchos de vosotros habláis inglés, ¿verdad? Voy a intentar hablar francés, contando con vuestra benevolencia.
Saludo cordialmente a Su Excelencia monseñor Dominique Blanchet, y doy la bienvenida a todos vosotros, elegidos y personalidades civiles de la diócesis de Créteil, en peregrinación a Roma.
Me alegra recibiros en vuestro camino de fe: regresad a vuestros compromisos cotidianos fortalecidos en la esperanza, más firmes para trabajar en la construcción de un mundo más justo, más humano, más fraterno, que no puede ser otra cosa que un mundo más impregnado del Evangelio. Ante las derivas de todo tipo que viven nuestras sociedades occidentales, no podemos hacer nada mejor, como cristianos, que volvernos hacia Cristo y pedir su ayuda en el ejercicio de nuestras responsabilidades.
Por eso, vuestro camino, más que un simple enriquecimiento personal, es de gran importancia y utilidad para los hombres y mujeres a quienes servís. Y es tanto más loable cuanto que en Francia no es fácil, para un elegido, debido a una laicidad a veces malinterpretada, actuar y decidir en coherencia con la propia fe en el ejercicio de responsabilidades públicas.
La salvación que Jesús obtuvo con su muerte y resurrección abarca todas las dimensiones de la vida humana: la cultura, la economía y el trabajo, la familia y el matrimonio, el respeto de la dignidad humana y de la vida, la salud, pasando por la comunicación, la educación y la política. El cristianismo no puede reducirse a una simple devoción privada, porque implica un modo de vivir en sociedad marcado por el amor a Dios y al prójimo que, en Cristo, ya no es un enemigo sino un hermano.
Vuestra región, lugar de vuestros compromisos, debe afrontar grandes cuestiones sociales como la violencia en algunos barrios, la inseguridad, la precariedad, las redes de la droga, el desempleo, la desaparición de la convivencia… Para hacerles frente, el responsable cristiano se fortalece con la virtud de la caridad que lo habita desde su bautismo. Esta es un don de Dios, una «fuerza capaz de suscitar nuevos caminos para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde dentro estructuras, organizaciones sociales, ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva, la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos impulsa a buscar efectivamente el bien de todas las personas» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 207). He aquí por qué el responsable cristiano está mejor preparado para afrontar los desafíos del mundo actual, naturalmente en la medida en que vive y testimonia la fe operante en él, su relación personal con Cristo que lo ilumina y le da esa fuerza. Jesús lo afirma con vigor: «porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5); no debe sorprender, entonces, que la promoción de “valores” —por muy evangélicos que parezcan— pero “vaciados” de Cristo, su autor, sea incapaz de cambiar el mundo.
Entonces, monseñor Blanchet me pidió algunos consejos que daros. El primero —y el único— que os daría es uniros siempre más a Jesús, vivir de Él y testimoniarlo. No hay separación en la personalidad de un personaje público: no existe, por un lado, el político y, por otro, el cristiano. Existe el político que, bajo la mirada de Dios y de su conciencia, vive cristianamente sus compromisos y responsabilidades.
Estáis llamados, pues, a fortaleceros en la fe, a profundizar en la doctrina —en particular en la doctrina social— que Jesús ha enseñado al mundo, y a ponerla en práctica en el ejercicio de vuestras funciones y en la redacción de las leyes. Sus fundamentos están en profunda sintonía con la naturaleza humana, la ley natural que todos pueden reconocer, incluso los no cristianos, incluso los no creyentes. No hay que temer, entonces, proponerla y defenderla con convicción: es una doctrina de salvación que busca el bien de todo ser humano, la edificación de sociedades pacíficas, armoniosas, prósperas y reconciliadas.
Soy muy consciente de que el compromiso abiertamente cristiano de un responsable público no es fácil, en particular en ciertas sociedades occidentales en las que Cristo y su Iglesia son marginados, a menudo ignorados, a veces ridiculizados. Tampoco ignoro las presiones, las directrices de partido, las «colonizaciones ideológicas» —para retomar una feliz expresión del Papa Francisco—, a las que los políticos están sometidos. Deben tener coraje: el coraje de decir a veces «¡no, no puedo!», cuando está en juego la verdad. También aquí, sólo la unión con Jesús —¡Jesús crucificado!— os dará ese coraje de sufrir en su nombre. Él lo dijo a sus discípulos: «En el mundo tendréis tribulación, pero tened confianza: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Queridos amigos, os agradezco vuestra visita y os aseguro mi más sincero aliento para la continuación de vuestras actividades al servicio de vuestros conciudadanos. Conservad la esperanza de un mundo mejor; mantened la certeza de que, unidos a Cristo, vuestros esfuerzos darán fruto y serán recompensados. Os confío, a vosotros y a vuestro país, a la protección de Nuestra Señora de la Asunción, y de corazón os imparto la Bendición Apostólica.
