Quién es Daniel Escobar: De escolán en el Valle a firmar su profanación

Quién es Daniel Escobar: De escolán en el Valle a firmar su profanación
Es el sacerdote designado por el cardenal José Cobo para representar a la diócesis de Madrid en el jurado impulsado por el Gobierno con el fin de profanar el Valle de los Caídos. Su nombre aparece en las actas junto al resto de miembros de la comisión encargada de dar forma al plan político que pretende transformar la basílica pontificia en un museo ideológico. La paradoja es que ese sacerdote, hoy delegado episcopal de Liturgia, conoció el Valle en su niñez como escolán, y allí nació su vocación.

Del canto de la escolanía a la firma de la profanación

Daniel Alberto Escobar Portillo (Villarrobledo, 1977) vivió de niño en el Valle de los Caídos. Entre 1988 y 1991 formó parte de su escolanía, y allí descubrió las pasiones que marcarían su vida: la música y la liturgia. Aquellos años de canto coral bajo la gran cruz y de formación espiritual en la basílica pontificia sembraron una vocación que más tarde se convertiría en sacerdocio.

No es un dato menor: su biografía personal está íntimamente ligada al mismo lugar que ahora, como delegado episcopal de Liturgia de la archidiócesis de Madrid, le toca avalar en un proceso que avanza hacia su profanación.

Un liturgista al servicio de Cobo

Tras ingresar en el seminario y ordenarse en 2006, Escobar orientó su camino al estudio y la enseñanza. Se doctoró en Sagrada Liturgia en Roma y se licenció en Teología y en Música Sacra. Hoy es profesor en la Universidad San Dámaso, canónigo de la Almudena y delegado episcopal de Liturgia.

Su trayectoria ha estado marcada por la academia y la celebración cuidada del culto, no por la política. Por eso resulta especialmente llamativo verlo ahora como el nombre que figura en las actas del jurado del concurso público que el Gobierno impulsa para intervenir en el Valle de los Caídos. Fue designado por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, para representar a la diócesis en ese órgano. Oficialmente su papel sería garantizar ciertos acuerdos: la no desacralización de la basílica, la continuidad del culto y la permanencia de la comunidad benedictina.

En la práctica, su firma aparece junto a la de los demás jurados en un proceso que contempla incluso intervenciones en la nave, en la cúpula y en la capilla del Santísimo, con la finalidad de transformar un lugar de oración en un museo político.

Una maniobra para anestesiar a los benedictinos

La designación de Escobar se puede interpretar también como un movimiento calculado de Cobo para mantener calmada a la comunidad benedictina que aún reside en la abadía. El compromiso del arzobispo de Madrid con el gobierno es claro: que los benedictinos no hagan ruido, que asistan anestesiados y desactivados a la profanación.

La imagen de una comunidad religiosa resistiendo públicamente en defensa de la basílica sería demasiado potente y podría echar por tierra los planes profanadores.

Tras la expulsión contra sus votos sagrados del padre Santiago Cantera, prior de la comunidad, colocar como rostro visible a un sacerdote que fue escolán del Valle, con cercanía y biografía vinculada al lugar, puede servir como argumento para generar una falsa tranquilidad. Se pretende transmitir a la comunidad benedictina que alguien “próximo” supervisa el proceso, cuando en realidad su papel se limita a dar cobertura eclesial a la mayor profanación de un templo en la historia reciente de España.

El niño de la escolanía convertido en aval de la profanación

Ahí está la paradoja. El niño que aprendió a cantar en la escolanía bajo la cruz más grande del mundo, y que halló allí la semilla de su vocación, es hoy el sacerdote que, con su firma, da cobertura institucional a un proceso que amenaza con vaciar al Valle de los Caídos de su esencia católica.

Con su rúbrica, Escobar no solo queda asociado a una operación política: se convierte en el rostro eclesial de una profanación que pretende transformar la basílica pontificia, la nave, la cúpula y hasta la capilla del Santísimo en un museo rojo al servicio del relato izquierdista.

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