¿Quién es Jorge Bustos, el perfil elegido por los obispos para relevar a Herrera en la COPE?

Jorge Bustos posando con otras personalidades durante un evento público

Pocos casos ilustran mejor la transformación de un escritor brillante en vocero partidista que el de Jorge Bustos (Madrid, 1982). Prometedor exponente de una generación que desafiaba los límites del discurso público desde sus columnas, su trayectoria se ha convertido en el retrato de una claudicación. Lo que hace quince años comenzó como rebeldía ilustrada ha desembocado en una sumisión empalagosa al dictado del Partido Popular. Con su designación como sucesor de Carlos Herrera en COPE, Bustos coronará un proceso de domesticación ideológica hecho a la medida del ‘búmer’ pepero, bendecido por unos obispos que aún piensan en coordenadas de otra década.

El numerario rebelde

Formado en una familia del Opus, Jorge Bustos fue durante años el alumno modelo del club: brillante, obediente, competitivo, con toda la panoplia del numerario perfecto. Estudió Filología en la Complutense, ganó el Premio Nacional de Licenciatura y tradujo a Virgilio mientras fundaba revistas literarias. Era el chico que todo supernumerario querría como yerno.

Pero el corsé aprieta, y el carisma del Opus —tan eficaz como asfixiante— acabó reventando por dentro. En algún momento de su veintena dorada, Bustos se quita el celibato y los mocasines y se lanza a la reinvención: una etapa de rebeldía ilustrada, entre el cinismo irónico y la pose de canallita erudito donde alcanza su mejor versión literaria.

Sin embargo, hay improntas que no se borran. Del Opus ha conservado ese olfato fino para detectar la vía de acceso al poder y recorrerla con astucia. Eso sí, la sumisión ya no es a un carisma religioso, sino a una línea editorial. El director espiritual ahora es un gallego despistado.

Época dorada en La Gaceta

En La Gaceta de los Negocios, el desaparecido diario de Intereconomía, Bustos firmó entre 2009 y 2013 sus mejores piezas: columnas ácidas, cargadas de referencias literarias, rebosantes de ironía, que no temían apuntar al centro mismo del dogma sistémico. Era un francotirador al estilo de Julio Camba: más antisistema que conservador, más esteta que doctrinario.

Con el cierre del periódico, sobrevivió como freelance, aún brillante, aún incómodo. Pero su vida personal y un sentido utilitarista de la profesión pronto le empujaron a las mieles del periodismo de partido, donde con dos neuronas no es difícil abrirse paso.

La integración en el sistema: talento al servicio del poder

Su bautismo como tertuliano radiofónico fue en RNE al servicio de la mafia de Soraya, la célebre cloaca que ejecutaba campañas contra sus enemigos —¿recuerdan lo de Rodrigo Rato?— coordinando los resortes del Estado con periodistas controlados. De ello dejó constancia el fallecido David Gistau, a quien Bustos admiraba como una grupi hasta límites delirantes (se apuntó a su gimnasio para conocerle), quien dejó constancia en su columna de ABC de una humillación pública a Bustos muy ilustrativa:

«María Pico, de cuyo concepto de la comunicación ya tuvo una muestra este cronista una vez que la vio avasallar, en el pasillo del Parlamento, a un tertuliano que por aquel entonces buscaba hueco en el oficio y que acababa de debutar en los programas de RNE: «Recuerda quién te ha puesto ahí», le dijo Pico».

Su posterior llegada a El Mundo y su conversión en tertuliano estrella de COPE marcaron el inicio de una nueva etapa: la de la previsibilidad. Su verbo se volvió más plano, más moderado, menos libre. El Bustos que un día ridiculizó la cursilería de la corrección política acabó moldeando su estilo al protocolo mediático más servil de la derecha liberal en los años de Kitchen y de un Partido Popular especialmente delincuencial. Lo que fue un estilo insurgente devino en mero trámite institucional al servicio de unos personajes y unas tácticas que pasarán a la historia negra de la política española.

Este tránsito ideológico también ha estado acompañado de una transformación personal. Su nueva pareja, Patricia Reyes, pasó de defender los vientres de alquiler en Ciudadanos a —tras un periodo al regazo de Florentino Pérez— ocupar altos cargos con Ayuso en las direcciones generales más ideológicas del gobierno madrileño, desde las que se financian agendas abortistas y LGTBI.

La encendida defensa de Bustos del gobierno de Madrid, en el que trabaja su pareja, contrasta con su reacción a la propuesta del ejecutivo de Castilla y León de ofrecer a las madres la posibilidad de escuchar el latido fetal de sus hijos. En ese caso, Bustos sentenció que el vicepresidente de Castilla y León «carece de competencias, pero por desgracia no carece de aparato fonador», y añadió que «el protocolo del tal Gallardo no puede aplicarse más que en su imaginación».

En los últimos años, Bustos se ha afianzado como portavoz oficial del feijóismo —tras haber servido fielmente al casadismo— en el entramado mediático de la derecha. Su obsesión: deslegitimar a Vox, dejando un rastro de hemeroteca en el que lleva más de un lustro vaticinando el inminente, irremediable, ya a punto, descalabro del partido de Abascal.

Si no hubiera madurado, hoy sería de Vox, llegó a declarar con displicencia en The Objective.

Con esa actitud, ha dedicado columnas a ridiculizar propuestas provida —como la del latido fetal en Castilla y León— y a defender la ambigüedad moral del PP como virtud estratégica. Ha hecho de la equidistancia un escudo, y del servilismo, una línea editorial.

La bendición episcopal: sucesor de Herrera en clave sistémica

El punto culminante de este proceso de integración llega ahora, con la decisión de los obispos de la Conferencia Episcopal Española de situarlo al frente de las mañanas de COPE. Lo que podría parecer una apuesta por un liderazgo periodístico firme es, en realidad, un premio al conformismo.

Para la jerarquía episcopal, Bustos representa la derecha domesticada: dócil, previsible, pepera. Lo eligen no por su talento —ya amortizado—, sino porque encarna esa mezcla de corrección política y obediencia que tranquiliza a los despachos de un sistema que tiene poco de católico y que languidece, aunque no lo quieran ver. Confunden prudencia con cobardía y equilibrio con claudicación.

El servilismo de la Conferencia Episcopal hacia el PP —a través del aparato anestésico de la COPE— es uno de los síntomas más tristes del extravío de una jerarquía que sigue creyendo que el catolicismo puede sobrevivir escondido bajo la mesa de la derecha liberal, aunque esa derecha ya no exista. Acomodados en un marco de corrección política y clientelismo mediático, muchos obispos se resisten a reconocer que los consensos demoliberales han implosionado y que la ventana de Overton se ha desplazado: ya no estamos en los años 90.

Hoy, los católicos no tenemos por qué conformarnos con una derecha tibia, abortista, LGTBista, rendida a una agenda ideológica catastrófica. No tenemos por qué aceptar lecciones morales de los palmeros de un Partido Popular que envió sicarios disfrazados de sacerdote a amordazar a la familia de su tesorero, ni aplaudir a quienes han cambiado el talento por obediencia servil en los reservados de los restaurantes caros de Madrid, donde se decide más sobre la COPE que en las oficinas de Añastro. La fe no necesita padrinos mediocres, sino testigos valientes.