Este viernes, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Cerro de los Ángeles volvió a ser el escenario elegido por el obispo de Getafe, Mons. Ginés García Beltrán, para reunir a todo su presbiterio. En una Misa concelebrada por decenas de sacerdotes, y ante seminaristas, religiosos y fieles, se evocó —con palabras y gestos— el sentido pastoral y simbólico de este lugar que ha marcado la historia espiritual contemporánea de España.
La consagración, el fusilamiento y la permanencia
El Cerro de los Ángeles es uno de los lugares más cargados de significado del catolicismo español. El 30 de mayo de 1919, el rey Alfonso XIII, rodeado de autoridades civiles y eclesiásticas, consagró solemnemente España al Sagrado Corazón de Jesús, dando forma pública a una devoción que había calado hondo en la vida nacional desde finales del siglo XIX.
Ese acto, cargado de simbolismo religioso y político, fue posteriormente atacado con saña durante la Guerra Civil. En agosto de 1936, milicianos republicanos fusilaron simbólicamente la estatua del Corazón de Jesús, gritando “¡Muera Cristo Rey!” antes de dinamitarla. El hecho convirtió al cerro en un símbolo de la persecución religiosa de los años treinta.
Reconstruido en la posguerra, el cerro ha permanecido como referencia espiritual del Reinado Social de Cristo y, desde la creación de la Diócesis de Getafe en 1991, como su corazón simbólico y litúrgico.
Un discurso pastoral con centro en el corazón herido
Mons. García Beltrán abrió su homilía recordando el sentido histórico y afectivo del lugar:
Nos reunimos hoy nuevamente en este Cerro de los Ángeles, corazón espiritual de nuestra diócesis, donde resuena desde hace más de un siglo la voz de un pueblo que se consagró como Iglesia y como Nación al Corazón de Jesús. Aquí, donde el Corazón herido de Cristo ha latido con fuerza en medio de las alegrías y de las pruebas, nos disponemos a adentrarnos en el misterio que celebramos hoy: el amor insondable, tierno y fiel del corazón de nuestro Salvador.
La estructura de la homilía giró en torno a tres imágenes: el Buen Pastor del Evangelio de Lucas, la profecía de Ezequiel y la carta a los Romanos de San Pablo. Cada una fue interpretada como expresión concreta del amor activo y no condescendiente del Corazón de Cristo.
No es un pastor resignado, ni un moralista que enumera faltas. Es un Dios que busca, que arriesga, que se implica, y cuando encuentra a la oveja no le lanza reproches, al contrario, se la carga sobre los hombros muy contento. Este detalle conmovedor revela un rasgo esencial del corazón de Jesús. Su alegría no está en tener rebaños perfectos, sino en recuperar a quien se ha perdido.
La homilía subrayó que el Corazón de Jesús no es “solo un símbolo”, sino vida concreta, providencia que sale a nuestro encuentro. García Beltrán describió a la Iglesia como lugar donde ese amor sigue operando:
¿No es esto acaso lo que vemos en cada confesionario, en cada eucaristía, en cada abrazo fraterno? ¿No es esto lo que late silenciosamente en la oración de nuestros jóvenes, en las visitas a los enfermos, en la entrega callada de tantos servidores que no se ven ni hacen ruido, pero están?
Dirigiéndose al clero presente, insistió:
No podemos conformarnos con ser administradores, estamos llamados a ser imagen viva de ese buen pastor que no descansa hasta encontrar, curar y salvar.
Contra la tibieza y la división
En uno de los pasajes más claros de tono pastoral y social, el obispo habló de la misión de los sacerdotes en un mundo dividido:
Un cristiano no puede ser hombre que divide, que hace bandos, sino que une, que reconcilia. Tenemos que ser de todos y para todos. En esta tarea no podemos ser tibios ni mirar a los propios intereses.
Frente al idealismo vacío, reclamó una comunidad visible:
Urgente es hoy dar testimonio de un mundo nuevo, no un ideal abstracto, sino una comunidad visible donde habite la justicia, la paz, el amor, en definitiva, donde habite Dios.
Y añadió una imagen que sintetiza bien la espiritualidad del Cerro:
Somos una diócesis, queridos hermanos, a los hombros de Cristo. Cada uno somos esa oveja que Cristo lleva sobre sus hombros.
María, madre sacerdotal
En el tramo final, García Beltrán se dirigió a la Virgen María, vinculando su maternidad espiritual con la misión sacerdotal:
Ella fue la primera en dejarse llevar al hombro por ese buen pastor. En la hora de la cruz, con el corazón traspasado, se convirtió también en madre nuestra, pero de un modo especial, en madre sacerdotal, en madre de los sacerdotes. Lo sabemos bien. Ella nos conoce, nos comprende, nos cuida, nos espera cada vez que flaqueamos.
Y concluyó con una frase que sintetiza todo el recorrido teológico y espiritual de la celebración:
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confiamos.
El cerro sigue hablando
A más de un siglo de la consagración de España, el Cerro de los Ángeles mantiene intacta su capacidad de convocar e interpelar. En un tiempo donde las certezas religiosas han sido sustituidas por la volatilidad emocional o ideológica, el Corazón herido de Cristo, fusilado simbólicamente pero no vencido, sigue latiendo. Para unos, como signo de memoria y consuelo. Para otros, como reproche. Para todos, como pregunta.
