Heiligenkreuz, primer objetivo del nuevo equipo al frente del Dicasterio para la Vida Consagrada
Desde el medio Silere non possum se lanza una advertencia clara: ha comenzado la veda contra los monasterios tradicionales. En una reciente publicación, el medio revela que el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha ordenado una visita apostólica a la histórica abadía cisterciense de Heiligenkreuz, en Austria, una de las comunidades monásticas más florecientes de Europa.
La decisión lleva la firma del nuevo equipo que dirige el Dicasterio: la hermana Simona Brambilla, nombrada prefecta en enero, y la hermana Tiziana Merletti, secretaria desde mayo. Ambas religiosas, formadas en un clima ideológico claramente progresista, parecen dispuestas a actuar con firmeza contra aquellas comunidades que no se ajustan a su modo de entender la vida religiosa.
Monasterios tradicionales que prosperan, en el punto de mira
Heiligenkreuz, una abadía que combina fidelidad a la tradición, liturgia rica y vida comunitaria vibrante, ha logrado algo que muchas otras no: atraer numerosas vocaciones. Y no es un caso aislado. Dentro de diversas órdenes monásticas se observa una tendencia creciente: muchas abadías, gozando de la autonomía jurídica que les reconoce el Derecho Canónico, están optando por vivir su carisma de forma más fiel a sus reglas fundacionales, es decir, con una interpretación más tradicional. Este renovado fervor no solo atrae vocaciones, sino que, en muchos casos, revitaliza la vida espiritual de sus entornos.
Pero este éxito parece haber despertado recelos en sectores eclesiásticos poco dispuestos a permitir modelos alternativos a un progresismo todavía dominante. Esta visita apostólica no respondería a problemas internos reales, sino que se trataría de una acción motivada por criterios ideológicos y por presiones internas dentro de la misma orden cisterciense, encabezadas por el abad general Mauro Giuseppe Lepori.
Una estrategia de desgaste contra lo que funciona
Lepori, identificado con una línea más acomodada a los nuevos tiempos y cercano al movimiento de Comunión y Liberación, habría puesto en la diana a Heiligenkreuz y a otras abadías similares por no seguir sus orientaciones. Lejos de la neutralidad que debería caracterizar su función, ha impulsado un proceso de fiscalización que, más que buscar el bien de las comunidades, parece orientado a castigar su éxito.
Detrás de muchas de estas visitas apostólicas hay poco más que rumores, críticas sin fundamento o informes anónimos. La fórmula es sencilla: cuando una comunidad tradicional crece, alguien –ya sea por ideología o por celos personales– lanza acusaciones más o menos veladas. Con eso basta para abrir un proceso que puede terminar en la intervención externa o incluso en la destitución del abad legítimamente elegido.
Lo que sucede en Heiligenkreuz es un síntoma de algo más amplio: un clima de hostilidad institucional hacia formas tradicionales de vida religiosa, especialmente cuando estas prosperan. Y la visita apostólica no es una excepción, sino un primer paso visible de una política que podría intensificarse en los próximos meses.
Si se castiga el florecimiento de los monasterios fieles a la Regla y a la tradición, ¿qué tipo de renovación se pretende para la vida consagrada? La pregunta queda abierta, mientras en Austria una comunidad orante espera la llegada de los inspectores enviados desde Roma.
