CONFER, o de cómo tener una hiena de mascota no fue la mejor idea

CONFER y acto de perdón rechazado por el público con carteles de NO durante el evento

Leo con verdadero disfrute la crónica del esperpento de ayer de la CONFER: La CONFER pidió perdón por educar a chicas humildes mientras Irene Montero, que nació 15 años después de muerto Franco, repartía carnets de víctima desde la primera fila.

La escena es grotesca: religiosas y religiosos pidiendo perdón, entre lágrimas y aplausos automáticos, a un auditorio que responde gritando ¡ni olvido ni perdón!. Un acto organizado por la CONFER, en la Fundación Pablo VI, con la ministra de Igualdad presidiendo el remordimiento ajeno, y culminado por el boicot de las mismas asociaciones que supuestamente reclamaban el gesto. Un despropósito completo.

Y aún así lo más ofensivo no fue eso. Lo más ofensivo fue que la Iglesia pidiera perdón… por nada.

¿Reformatorios? ¿Represión? ¿Tortura? ¿Pruebas?

Lo dicen sin pestañear: Nos robaron la inocencia, Dios no estaba allí, fue una cárcel. ¿Dónde están los documentos? ¿Dónde están las denuncias, los testimonios contrastados, los informes con rigor judicial? Ah, no: esto va de emociones. De narrativas. De relatos. Todo sirve si se grita con rabia y se imprime en una pancarta.

¿Que en los reformatorios hubo normas, severidad, disciplina? Claro. Como en cualquier centro educativo de la época. ¿Que muchas de esas chicas venían de la calle, de entornos terribles, y fueron alimentadas, vestidas y formadas por religiosas? También. Pero eso no cabe en el relato. Eso no interesa.

Irene Montero, sí: esa Irene Montero

Entre el público, cómo no, apareció Irene Montero, nueva eurodiputada de Podemos, famosa por promover leyes que destruyen la patria potestad, por permitir que menores cambien de sexo sin permiso de los padres… y, sí, por declaraciones infames que blanqueaban la pedofilia. Esa misma.

Esa es la figura con la que los religiosos españoles se sientan a pedir perdón. No ya por el franquismo —que no viene al caso—, sino por haber sido Iglesia, por haber educado con fe, por haber ofrecido una alternativa a la miseria.

Cuando pides perdón por existir

Lo de ayer no fue un acto de humildad. Fue un acto de claudicación. Un trágame tierra institucional. La CONFER no defendió la verdad. No recordó el bien que tantas religiosas hicieron. No matizó ni contextualizó. Solo lloró, se disculpó y bajó la cabeza.

¿Resultado? Las víctimas —supuestas o reales, eso ya ni importa— no aceptaron el perdón. Lo escupieron. Lo despreciaron. Mostraron carteles con un gran NO y se negaron incluso a permitir la clausura del acto.

El mensaje es claro: la Iglesia puede arrodillarse todo lo que quiera, pero nunca será perdonada. Porque no quieren su arrepentimiento. Quieren su desaparición. Lo alucinante es que parece que algunos religiosos no aprendieron en 1936, y ahora vuelven a adoptar un cachorro de hiena como mascota.