Recientemente, después de publicar un artículo donde sugería que las clases de religión no sirven para acercar a los jóvenes a Cristo, he recibido un correo que me ha dejado absolutamente perplejo.
Nada más y nada menos que un profesor de religión en Madrid, indignado por mi crítica, me exige una disculpa. ¿El motivo? Que la clase de religión no es solo un espacio para la formación espiritual, ¡sino su medio de vida!
En sus palabras, y cito: “Tengo una familia y pretendéis que me quede en la calle porque unos rojos y herejes estén campando a sus anchas.” Es decir, por lo visto no solo debemos preocuparnos por la calidad de la enseñanza religiosa, sino también por la estabilidad económica de aquellos que se dedican a impartirla. No sabía yo que la religión era una cuestión de subsistencia laboral.
Permítame, estimado profesor, responderle con una carta abierta:
Carta abierta al profesor Eduardo.
Estimado Eduardo,
En primer lugar, me alegra que, en medio de la indignación, haya encontrado tiempo para defender su profesión. Supongo que este es el espíritu que busca inculcar a sus alumnos: el valor del compromiso, la defensa de lo que uno cree, aunque en este caso lo que usted defiende no sea tanto la enseñanza de la fe como su propio empleo.
Permítame decirle que me sorprende su enfoque. Hasta ahora, pensaba que la clase de religión tenía un propósito más elevado: formar a los jóvenes en la fe católica, acercarles a Cristo y ayudarles a vivir los sacramentos. Pero, al parecer, he estado equivocado. Según usted, la clase de religión debe defenderse porque es un trabajo, un modo de ganarse la vida.
Ahora entiendo por qué los alumnos salen de esas clases sin la menor idea de quién es Cristo, pero con conocimientos profundos sobre la Agenda 2030. Después de todo, si el objetivo es simplemente mantener su sueldo a fin de mes, poco importa si los jóvenes descubren la fe o no, ¿verdad? Mientras paguen las facturas…
Disculpe si no comparto su perspectiva. Verá, el argumento de que “tengo una familia que alimentar” puede ser válido para otros oficios, pero la enseñanza de la religión debería ser algo más que una cuestión de supervivencia económica. Si un profesor de religión enseña la fe por compromiso sincero con Cristo y la Iglesia, perfecto. Pero si lo hace únicamente para no quedarse en la calle, entonces creo que estamos hablando de algo muy distinto, y ahí radica el problema.
Yo no critico la existencia de la clase de religión porque quiera dejarle sin trabajo, sino porque creo que si esa clase no sirve para lo que se supone que debería —enseñar a Cristo—, entonces, ¿qué sentido tiene?
Así que no, no voy a disculparme. No porque no valore su esfuerzo, sino porque no creo que defender la clase de religión como si fuera un puesto de trabajo cualquiera sea la solución. Si realmente la clase de religión fuera un lugar donde se enseña la fe, donde los jóvenes redescubren a Cristo y su mensaje, sería el primero en defenderla. Pero hasta que eso ocurra, me temo que no compartiré su preocupación por el paro.
Le deseo lo mejor en su camino, Eduardo, y de corazón espero que encuentre la forma de enseñar con pasión lo que verdaderamente importa. Y si en algún momento decide que la enseñanza de la religión es algo más que un simple trabajo, estaré encantado de retractarme.
Un saludo muy cordial,
El autor