El arzobispo de Pamplona, monseñor Francisco Pérez González, aborda en su reciente carta pastoral la «presunción de ser bueno y sin pecado».
«Hoy se habla mucho de que lo más importante es el “ser buenos” y no se explica con profundidad lo que esto significa puesto que la bondad no es una pose ante los demás con las apariencias de aires bondadosos cuando tal vez por dentro, en la interioridad del alma, se vive en podredumbre vital y espiritual (en pecado)», escribe el arzobispo.
Pérez González lamenta que «para justificarnos nos fijamos en las debilidades y fallos de los demás«. Por ello, «cuando uno se considera limitado y pecador es más comprensible y misericordioso ante los demás pues, de lo contrario, uno se dedica a husmear en los pecados y debilidades ajenas», afirma el prelado navarro.
Monseñor Francisco Pérez defiende que «nada merece tanto elogio y respeto como una persona que reconoce sus debilidades, faltas y pecados mostrando siempre un sincero propósito de enmienda y cambiar de vida, es decir convertirse». Sin embargo, remarca que «la bondad no nace de un puro sentimentalismo ideologizado, que marca las pautas de cómo se debe actuar para ser aplaudido y reconocido por los demás».
El arzobispo de Pamplona argumenta que «esto, y si así se vive, conlleva una mentira existencial que produce insatisfacción y descontento. El “buenismo” que hoy tanto se ensalza no tiene reglas ni normas puesto que todo vale y se doblega con sensibilidad egoísta. Esta presunción lleva a creer que todos somos buenos y el pecado ya no existe puesto que éste, para la mentalidad progresista, es represivo y de épocas anteriores promovidas por el autoritarismo». Además, asegura que «para el ‘buenismo’ no importan las leyes de la naturaleza y menos aun las leyes de Dios: los mandamientos».
«Desde el punto de vista sicológico y espiritual cuando impera el puritanismo de creer en una falsa bondad y se afirma que el pecado es fruto de mentes anticuadas, lo que posteriormente sobreviene y -es común constatar- que van creciendo personas sin sentimiento de culpa y se dedican a fiscalizar neuróticamente las faltas o culpas de los demás», explica el arzobispo.
Añade Pérez González que «las consecuencias no sólo conllevan deficiencias psicológicas sino lastres de inmadurez humana y espiritual. De ahí que se llegue a la mediocridad y la tibieza». «Y la humildad nos hace ver lo que somos, es decir, que no somos perfectos. De los presuntuosos no es el Reino de Cielos sino de los sencillos que se consideran débiles y pecadores. Tal vez uno de los grandes males que pueden hacer tanto daño en nosotros y entre nosotros es el orgullo de creer que somos ya buenos y no necesitamos nada ni a nadie», defiende Francisco Pérez quien concluye su misiva recordando que «lo más saludable nos lo dicta el Señor: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Aquí no vale el “buenismo” y no cabe el presuntuoso que piensa que no comete pecado».