“Ya mero no llegaba al año de obispo”

“Ya mero no llegaba al año de obispo”

En una narración que pone de manifiesto el peligro en diversas regiones de México, el obispo de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, José de Jesús González Hernández, recordó un episodio vivido hace más de una década, cuando fue baleado por un comando armado que lo confundió con un jefe criminal. El incidente ocurrió poco después de su consagración como obispo de la Prelatura Territorial de Jesús María del Nayar, en 2010, y ha sido compartido recientemente como testimonio de protección divina.

González Hernández, franciscano originario de Etzatlán, Jalisco, y nacido el 25 de diciembre de 1964, fue ordenado sacerdote en 1994 y nombrado obispo de Nayar el 19 de mayo de 2010. Según su relato, apenas había cumplido un año en el cargo cuando decidió emprender su primera visita pastoral a la sierra nayarita, un territorio marcado por la violencia y el crimen organizado.

«Yo fui y me hinqué, recién hecho obispo, no tenía ni el año de ser obispo (…) y ya voy a hacer mi visita pastoral y me hinqué delante de ella [la Virgen María] y allí me encomiendo a ella», narró el obispo, enfatizando cómo se encomendó a la Virgen antes de partir. «Le digo virgencita, tú eres la pastora, tú conoces a tus hijos, yo no, apenas me hicieron obispo, no conozco el territorio, ni conozco la gente (…) yo me encomiendo a ti, que tú vayas por delante y yo por detrás».

Apenas dos días después de iniciar la visita, el vehículo en el que viajaba el obispo —una camioneta todo terrenonueva— fue interceptado por un comando armado. Los atacantes, que buscaban a un hombre apodado «el bigotón» confundieron al prelado, quien luce una barba prominente con su objetivo o alguien que lo ocultaba.

«Nos confundieron un comando, un comando especial que buscaban a un bigotón, pues se encontraron con un barbón, pero pensaron que el barbón llevaba escondido al bigotón, nos confundieron y nos balearon», explicó González Hernández. Las balas no iban dirigidas a las llantas, como en las películas para detener el vehículo, sino directamente a la cabeza para «liquidarnos». «Ráfagas, todavía tengo aquí en los oídos el ruido de las ráfagas y no nos dio ninguna bala».

Milagrosamente, ninguno de los ocupantes —el obispo y dos acompañantes, todos sacerdotes— resultó herido. Al bajar del vehículo con las manos en alto, González Hernández vestía su hábito franciscano y su pectoral cruzado, lo que reveló su identidad. Los atacantes, al darse cuenta del error, se disculparon: «Discúlpenos, nos equivocamos, le vamos a pagar los cristales de su camioneta».

El obispo respondió con calma: «No se preocupen por los cristales de la camioneta, lo bueno es que no nos mandaron al otro lado». La tensión dio paso a un momento inesperado cuando uno de los hombres armados, aún con su arma humeante, reconoció la intervención divina: «Es que usted tiene al todopoderoso», dijo, señalando el pectoral. González Hernández afirmó: «Que sí, que él es el todopoderoso, por eso sus balas no nos dieron».

El atacante, aparentemente creyente, pidió la bendición del obispo y agachó la cabeza. Aunque el prelado confesó haber sentido el impulso de defenderse —»yo tenía ganas de darle un rodillazo en la nariz, sacarle el mole (sangre)»—, optó por la prudencia: «Pero pensé todavía trae el arma, ahora si me puede dar y ni a mártir llego». Uno a uno, los miembros del comando formaron fila para recibir la bendición.

Antes de partir, los agresores advirtieron: «No nos echen al gobierno». El obispo y sus compañeros, nerviosos, tuvieron dificultades para encender la camioneta, pero finalmente se marcharon. Aunque acordaron no denunciar el incidente, González Hernández no pudo contenerse y lo compartió con el cardenal de Guadalajara: «Cardenal, señor, ya mero no llegaba al año de obispo, pero la virgen me cuidó». El cardenal respondió: «Señal que hace falta usted allí».

Este relato, que González Hernández ha compartido en homilías y entrevistas recientes, sirve como testimonio de fe en medio de la violencia. Atribuye su supervivencia a la intercesión de la Virgen María, a quien se encomendó: «Si uno se encomienda a ella, ella no defrauda». En un contexto más amplio, el obispo enfatiza la esperanza y el servicio a los vulnerables, recordando palabras del Evangelio: «No tengan miedo, pueblo mío (…) ningún mal va a prevalecer sobre ustedes».

La experiencia en Nayarit no es aislada en la trayectoria de González Hernández. Desde su traslado a Chilpancingo-Chilapa en 2022, una diócesis azotada por el crimen organizado en Guerrero, ha impulsado diálogos para treguas entre grupos armados, buscando paz en regiones conflictivas. Su labor resalta los riesgos que enfrentan los líderes religiosos en México, donde la Iglesia a menudo media en zonas de alto peligro.

Este episodio, aunque ocurrido hace años, cobra relevancia actual ante el repunte de violencia en estados como Guerrero y Nayarit, recordando la delgada línea entre la fe y el peligro en el país.

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