La era de la exploración del cosmos despierta nuestra curiosidad y admiración por la armonía de los mundos. En esta época, ya está entre nosotros el próximo ser humano que regrese a la Luna e iniciar una nueva etapa de la era de la exploración espacial para comenzar la colonización de los cuerpos celestes cercanos a nosotros con las nuevas exploraciones y conquistar Marte.
56 años atrás, tres seres humanos alcanzaron la superficie de la Luna en un pequeño y frágil aparato llamado el “Águila”. Se posó levantando una nube de polvo del Mar de la Tranquilidad, extensa planicie así bautizada en 1651 por los astrónomos jesuitas Francesco Maria Grimaldi (1618-1663) y Giovanni Battista Riccioli (1598-1671), observadores de los cielos y pioneros de la cartografía lunar a quienes la humanidad le deben la nomenclatura de los mares de la Luna.
Cuando Neil Armstrong y Edwin Buzz Aldrin tocaron la planicie, millones veían las difíciles imágenes en vivo desde la Luna con todas las complejidades técnicas de la época que transmitieron la distorsionada silueta del joven astronauta de 38 años, bajando del módulo lunar de aluminio grabando para la historia su memorable sentencia del pequeño paso para un hombre. Entre los millones de televidentes había otro Giovanni Battista, sacerdote como el astrónomo jesuita, y era el obispo de Roma, Pontífice y Papa, fascinado por la más grande aventura de la raza humana.
Paulo VI pasó la noche del 20 de julio observando la Luna desde la Specola Vaticana, el observatorio del Papa en Castelgandolfo. En la madrugada del 21 de julio de 1969 fue testigo de los primeros pasos del ser humano en la superficie lunar, conocido por su mensaje a los astronautas del Apollo 11: “Estamos cercanos a ustedes con nuestros buenos deseos y oraciones, Juntos, con toda la Iglesia católica, el Papa Paulo VI, los saluda”.
Ese fue el pináculo de la emoción papal; sin embargo, Paulo VI dedicó otras reflexiones ante la conquista de la Luna para meditar sobre el ser humano y su lugar en el cosmos. El discurso del Santo Padre en la audiencia general del 16 de julio de 1969, el día del despegue del Apollo 11, evocó a Julio Verne y su viaje “De la Tierra a la Luna”, fantástica travesía hecha realidad. Más allá del increíble viaje que inició ese día, Paulo VI especuló sobre el infinito poder de Dios creador de todas las cosas: “Esta audaz aventura nos impone a todos poner atención y hacer un alto en nuestra vida en la Tierra para recordar la inmensa y misteriosa realidad en la cual nuestra vida se desarrolla. Los antiguos contemplaban el cielo más que nosotros, se imaginaban fantasías, construían mitos inconsistentes y teorías falaces, daban al marco astronómico una gran importancia efectiva; no conocían las leyes físicas y matemáticas de la ciencia moderna, pero pensaban más que nosotros en la existencia del universo. Una lección de astronomía por parte de una mente creadora, una potencia secreta y superior… ¿No vienen a nuestros labios las palabras familiares enseñadas por Cristo: Padre nuestro que estás en el cielo? Sí carísimos hijos, vienen a nuestros labios esas palabras mientras contemplamos la grade empresa de los primeros astronautas que pondrán su pie sobre el silencioso y pálido satélite de la Tierra desafiando inmensas dificultades y casi honrando la inmensa obra del Creador…”
Dos días después de los pasos de Armstrong y Aldrin, mientras se efectuaba el regreso a la Tierra, Paulo VI volvió sobre el suceso en la audiencia general para iluminar esos grandes hechos con la luz de la fe. El miércoles 23 de julio de 1969 remarcó la necesidad de profundizar en el acontecimiento y dar respuesta desde la fe “para comprender las exploraciones y las conquistas que el hombre va haciendo de lo creado, y que nosotros, seguidores de Cristo, no estemos excluidos de la contemplación de la tierra y del cielo ni de la alegría de su progresivo y maravilloso descubrimiento”.
Los astronautas del Apollo 11 dieron la vuelta al mundo como héroes de la carrera espacial. El 19 de octubre de 1969 se reunieron con el Papa en la Ciudad del Vaticano. Durante la audiencia, el beato pontífice declaró la admiración por el coraje y espíritu que consumaron la conquista del satélite a través del “servicio a la humanidad y en el espíritu de la paz. Nuestras oraciones y las de la Iglesia en todo el mundo estuvieron con ustedes en todo momento del viaje; Nos, en nombre de toda la Iglesia, damos nuestras más sinceras felicitaciones a ustedes, a los científicos, técnicos, trabajadores y todos quienes contribuyeron al conocimiento y realización de esta hazaña suprema. Además felicitamos al Presidente y pueblo de su amada nación por hacer posible esta exploración con generosidad de espíritu por el bien de la humanidad entera”.
En el estudio del Palacio Apostólico examinó una copia del microfilme con los saludos de los setenta y tres líderes mundiales y que permanece hoy en el Mar de la Tranquilidad. Ahí está el de Paulo VI, el nombre de un Pontífice reposa en la Luna como primer antecedente de otros que adornan un cuerpo celeste como el asteroide 8661 Ratzinger nombrado en honor a Benedicto XVI gracias a la comunidad astronómica alemana.
Armstrong, Aldrin y Collins entregaron al Santo Padre una muestra pequeña de los veintidós kilos de rocas recogidos durante las veinte horas de actividad sobre la superficie de otro mundo. Esos signos providenciales de la historia hicieron posible que, 300 años después, el nombre del padre Giovanni Battista Riccioli, el cartógrafo de la Luna, se uniera con la emoción y fe de otro Giovanni Battista, el Vicario de Cristo Paulo VI, quien tuvo en sus manos una minúscula partícula de la “magnífica desolación” del Mare Tranquilitatis soñado por el astrónomo jesuita.
56 años después, otro Papa tuvo un gesto simbólico de ese memorable 20 de julio. León XIV se asomó al famoso Observatorio Vaticano, quizá Robert Francis Prevost, como estadunidense, tuvo esa fascinación por la exploración del espacio cuando a sus 14 años era un adolescente que vivió la fiebre de la Luna de aquel lejano 1969. Quizá un recuerdo que ahora León agradece al haber platicado con el último de los sobrevivientes, vía remota, de la histórica misión del Apollo 11, Buzz Aldrin, el segundo hombre en la Luna quien, en redes sociales, agradeció la plática con León XIV para recordar la histórica misión, también agradeció la bendición del Papa y la oración que juntos hicieron por la vida y la salud
En esos misterios de la Providencia, León XIV se puso en el mismo lugar de su predecesor en un signo que demuestra que debemos levantar los ojos al cielo para levantarnos de la tierra y además, como dijo a los estudiantes de astronomía en el curso de verano del Observatorio vaticano, el 16 de junio, al citar a San Agustín: Compartir la alegría y el asombro que les produce contemplar las «semillas» que, en palabras de San Agustín, Dios ha esparcido en la armonía del universo (cf. De Genesis ad litteram, V, 23, 44-45). Cuanta más alegría compartan, más alegría crearán y, así, a través de su búsqueda del conocimiento, cada uno de ustedes podrá contribuir a la construcción de un mundo más pacífico y justo.
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
