La Navidad es custodiar la vida incluso enfrentando al mismo Herodes

La Navidad es custodiar la vida incluso enfrentando al mismo Herodes

Pbro. José Juan Sánchez Jácome / ACN.- No tiene relevancia simplemente anecdótica. No se trata únicamente de recordarlo como si fuera solo un hecho penoso que mancilló el alma bondadosa y alegre del pueblo veracruzano. No es un asunto que aconteció en nuestro pasado reciente como si fuera una cosa que ya sucedió y se ha quedado en el pasado.

Lamentablemente no ha quedado solo como una fecha vergonzosa de nuestro pasado reciente, pues las consecuencias de la despenalización del aborto en nuestro querido estado de Veracruz, desde aquel funesto 20 de julio de 2021, ha abierto una espiral de violencia que se practicará en los mismos centros de salud destinados para cuidar y salvar la vida, no para quitarla violenta y desalmadamente.

La terrible ola de violencia que padecemos desde hace más de una década -y que sigue cobrando vidas inocentes y llenando de luto a las familias veracruzanas-, abre ahora un nuevo frente para ejercer la violencia con el respaldo de la ley, al quitarle la vida a los niños en los mismos centros sanitarios donde los médicos tradicionalmente cumplen de manera celosa su juramento hipocrático de usar su conocimiento y su poder para salvar la vida, especialmente de los más inocentes y desvalidos.

Las consecuencias de esta legislación son funestas, pues además de privar de la vida a los niños indefensos, favorece y normaliza esta ola de violencia que desprecia, instrumentaliza y denigra la vida humana. Normalizar la violencia con una legislación como ésta es lo más penoso, escandaloso y peligroso para una sociedad que ha desarrollado el conocimiento científico, además de que deshonra y resta autoridad moral a un gobierno que se presume diferente, pero que precipita al país con estos mecanismos de destrucción.

Cuánto lamentamos, estos días de Navidad, la decisión de nuestros gobernantes, porque sería muy ingenuo de nuestra parte creer que sólo fueron los diputados veracruzanos los únicos responsables de esta atroz decisión, completamente contraria a la tradición centenaria del pueblo veracruzano de amar, respetar y servir a la vida humana.

En este tiempo podemos tener la razón, pero reina y se impone la sinrazón en el ambiente y en la política, ante leyes como el aborto que se burlan de las evidencias y desprecian el orden de la naturaleza. Cuando pisoteamos las cosas sagradas y desconocemos los valores, qué seguridad puede haber, qué respeto se puede pedir, qué más estará por suceder. Nadie estará a salvo. Eso ha pasado con el aborto, con el matrimonio que es parodiado y con la familia que es banalizada.

Decía la Madre Teresa de Calcuta: “Si una madre puede asesinar a su propio hijo en su propio vientre, ¿qué queda para que tú y yo nos matemos el uno al otro?”. Si el bebé ya no está seguro en el vientre materno, nadie más lo estará en este mundo.

En estos días de niños, de fiestas y de familia duele más la normalización de la violencia y se abre aún más la herida causada por las mismas autoridades que juraron y prometieron defender a los más débiles, y que ahora sirven a causas extranjeras e ideológicas, en detrimento de la idiosincrasia del pueblo mexicano.

En medio de la reflexión que genera este tiempo de Navidad ante la llegada de Jesús, reconocemos que nos toca, como José y María, defender al Niño y no dejar de maravillarnos por la bondad y hermosura de la vida para que nunca claudiquemos en esta misión de proteger a los más débiles, a pesar de las presiones, amenazas e imposiciones ideológicas.

Chesterton lo explicaba así: “Porque el aborto es y será un crimen, aunque sea defendido por quienes se autodeclaran defensores de los Derechos Humanos”. Por su parte, Amparo Medina señalaba que: “Cada vez que asesinan un niño en un aborto, asesinan la misma imagen de Dios… Cada vez que hacen un aborto o legalizan un aborto, abortamos un regalo de Dios”.

En una reflexión acerca del aborto, el cardenal italiano Angelo Comastri decía:

“Dios mío no puedo imaginar un hijo que no pueda decir: Mamá.
Igualmente no logro imaginar a un hijo a quien se le niegue la alegría de poder decir: papá.
No, Dios mío.
Esto es demasiado.
Es demasiado contra la vida.
Es demasiado contra la humanidad.
Es demasiado contra la verdad”.

Por lo tanto, celebrar la Navidad es celebrar el nacimiento de Jesús y el don de la vida que seguirá siendo una bendición para los pueblos y las familias. Dentro de este ambiente de reflexión tampoco es anecdótica la historia de Herodes que sigue bien representado en este tipo de ideologías y tendencias políticas que se ponen del lado del poderoso, eliminando a los niños.

La Navidad se trata de salvar la vida, de favorecer el nacimiento y de maravillarse ante el don de la vida. La Navidad es ofrecer posada a un Dios que sigue pidiendo nuestra acogida para que este misterio termine por iluminarnos y nos lleve al asombro de la vida humana.

Bastaría que nuestros gobernantes regresaran sobre la maravilla y el misterio que rodea el día de su propio nacimiento, precisamente porque siguen reconociendo el don de la vida, cada vez que sus amigos y familiares celebran el día de su nacimiento.

Hemos recibido la vida y eso se convierte siempre en un motivo de celebración, al reconocer el inmenso bien que Dios nos ha hecho al darnos la vida. Chesterton lo plantea de esta forma: “El primer dato sobre la celebración de un cumpleaños es que es una forma de afirmar desafiante, y hasta extravagantemente, que es bueno estar vivo. Pero hay un segundo hecho sobre los cumpleaños: al alegrarme por mi cumpleaños, me alegro por algo que no hice yo mismo”.

Nuestros gobernantes seguirán celebrando el día de su nacimiento y sus amigos y familiares -de manera íntima y festiva- les seguirán diciendo: “gracias por haber nacido”. Sin embargo, de manera contradictoria impedirán el nacimiento de tantos bebés.

Henri Nouwen explica la maravilla de nuestro nacimiento con estas palabras: “Hay que celebrar los cumpleaños. Creo que es más importante celebrar un cumpleaños que el aprobar un examen, un ascenso o cualquier victoria. Porque celebrar un cumpleaños significa decirle a uno: -¡Gracias por ser tú!- Celebrar un cumpleaños es celebrar la vida y alegrarse por ella. En un cumpleaños no decimos: -Gracias por lo que has hecho, o dicho, o conseguido-. No, lo que decimos es: -¡Gracias por haber nacido y estar entre nosotros! En los cumpleaños celebramos el presente. No nos lamentamos de lo ocurrido ni especulamos sobre el porvenir, sino que lo felicitamos y le decimos: -¡Te queremos!-”

La generación que nos tuvo en brazos el día de nuestro nacimiento se alegró y se maravilló con nuestra vida. Que esta Navidad, por lo tanto, al tener en nuestros brazos al Niño Jesús, nos alegremos con su venida, agradezcamos la vida que hemos recibido, celebremos la vida de nuestros semejantes y nos comprometamos a defender el nacimiento de los bebés, incluso enfrentando al mismo Herodes.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando