Lo sucedido en Chiapas es una tragedia que se suma a la de miles de migrantes en el mundo. Sea en una balsa en el Mediterráneo, en una barcaza en el canal de Yucatán, en Ceuta o Ciudad Juárez, un contenedor de tráiler en Tuxtla Gutiérrez, la cuestión migratoria ha rebasado las capacidades de los estados nacionales.
Justo en 2016, en el marco de la celebración de los festejos guadalupanos, el arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, dirigió una sentida oración a la Virgen de Guadalupe por los migrantes en México. En ese año, amagaban las políticas migratorias del gobierno de Donald Trump al ser electo presidente de los Estados Unidos. Y en su plegaria, Norberto Rivera Carrera, solicitó la intercesión de la Virgen para tocar “el corazón endurecido del nuevo presidente electo quien, siendo cristiano, como él lo declaró, no puede ver a los pobres y a los inmigrantes como enemigos, sino como hermanos con quienes debe ser tolerante, generoso y justo”.
No sólo esta oración tuvo Trump, Rivera Carrera también pidió por México, “enfermo de violencia y herido de injusticias a fin de conmover el corazón de los violentos y pecadores”
Esta fue la oración del cardenal Norberto Rivera Carrera pronunciada el 14 de diciembre de 2016:
Virgen de Guadalupe, intercede por tus hijos migrantes
Oración del cardenal Rivera Carrera.
A ti, Santa Madre de Dios, te invocamos como consuelo de los afligidos, y en este día de tu fiesta bendita, te hemos traído, como si fuera una ofrenda, la aflicción de millones de tus hijos que emigraron a los Estados Unidos de América en busca de pan para su familia, de educación para enfrentar el futuro, de hospitalidad de aquellos que también algún día fueron forasteros, y que supieron formar una gran nación diversa en sus culturas.
Tus hijos que emigraron, Madre Piadosa, se llevaron el recuerdo de sus familias y pueblos, pero también te llevaron a ti. Por eso, hoy no hay templo católico en los Estados Unidos que no dé posada a tu bendita Imagen, porque eres patrona y emperatriz de México, y de todo el continente. Tu Manto amoroso cruza océanos y cobija también a las Islas Filipinas, pero en realidad eres Madre de todos los cristianos, porque para tu amor no hay razas, no hay fronteras, no hay ricos o pobres, ni santos ni pecadores; tú abrazas a todos, tú nos consuelas a todos, amas como verdadera Madre, sin distinciones, pues sólo buscas la felicidad de tus hijos, y esa felicidad no está en este valle de lágrimas, sino en el cielo, en la salvación que nos da tu Hijo, en la verdad, la belleza y la libertad que sólo Dios nos puede dar.
¡Oh, Virgen Clementísima!, repite a tus hijos afligidos y amenazados aquellas palabras llenas de ternura y consuelo que le revelaste al humilde san Juan Diego: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿Por ventura no estás en mi regazo? ¿Qué más has de necesitar? » Fortalece a los padres que se angustian ante la posibilidad de perder sus trabajos; consuela a las madres que temen ver separada a su familia; da esperanzas a los jóvenes que no quieren abandonar sus estudios; anima a las familias que dependen económicamente del dinero que les envían sus seres queridos; da valor a los obispos norteamericanos para que defiendan a las ovejas que Dios les envió; y a los obispos mexicanos concédenos el valor y la gracia para acompañarlos en la adversidad.
¡Oh, Madre Misericordiosa! Mueve el corazón de los norteamericanos para que den cabida a quienes, con su duro trabajo, han dado prosperidad a su país y toca el corazón endurecido del nuevo presidente electo quien, siendo cristiano, como él lo declaró, no puede ver a los pobres y a los inmigrantes como enemigos, sino como hermanos con quienes debe ser tolerante, generoso y justo.
Pero nuestra súplica, ¡oh, Madre!, también va llena de aflicción por nuestro México, tu amado México, que está enfermo de violencia y herido de injusticias. Conmueve el corazón de los violentos y pecadores; protege a las familias; conserva nuestra fe católica; da a nuestros gobernantes vocación de servicio; sacia nuestra hambre y sed de justicia, pues estamos bajo tu amparo. Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen Gloriosa y Bendita! Has que veamos con claridad que la solución a los posibles problemas está en nuestras manos, en nuestra unidad y en nuestra imaginación para lograr caminos nuevos. No podemos pedirte más, pues nos has dado una tierra tan generosa y hermosa en la que sólo falta nuestro trabajo.
Dulce Niña del Tepeyac, madrecita de los mexicanos, acudimos a ti con rosas; bríndanos, Santa María de Guadalupe, tu bendita protección, tu dulce consuelo y esa paz tan deseada. Amén».
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