Una realidad preocupante padece la arquidiócesis de México, merece ser observada con seriedad y transparencia. Y es un tema incómodo para muchos y lucrativo para pocos. Esa es la economía arquidiocesana y las gravosas contribuciones del clero que van a un fondo opaco para quienes están obligados a engordarlo, un pozo del cual poco o nada se sabe y cuál su destino y fin.
Se han inventado infinitas justificaciones para legitimar la expoliación. Actualmente opera, bajo el eufemístico adjetivo de “aportación solidaria”, la contribución económica que sacerdotes hacen y que, según el papel, cubre un seguro médico limitado y deficiente, lejano de aquellos planes de salud y seguridad que muchos consideraban de aceptable calidad en el gobierno pastoral del cardenal Norberto Rivera.
Hoy los presbíteros, especialmente los más ancianos, no cuentan con una atención digna ni con una residencia especializada; muchos sobreviven en condiciones precarias en parroquias, dependiendo de la caridad de fieles y hermanos sacerdotes.
Tales hechos son confirmados cuando se han promovido, por ejemplo, eventos como una maratón, carrera organizada el año pasado para recaudar fondos para los presbíteros ancianos en apoyo a su manutención; sin embargo, a estas alturas, nadie ha tenido la calidad moral para rendir cuentas claras del monto recaudado ni de su destino particular en el que se invirtió, a quiénes se han dado esos recursos ni en qué se ha aplicado en bien de los presbíteros jubilados.
A la par, otras cuestiones también son señal de preocupación. La situación de la curia arquidiocesana, por ejemplo, no es la mejor. Con el pretexto de la pandemia, se despidió a un buen número de empleados, sin pagar conforme a la ley los derechos laborales que les correspondían. Algunos casos han confirmado que fueron despedidos con liquidaciones miserables y obligados a aceptarlas dadas las circunstancias. Hoy se sigue pidiendo dinero para cubrir la nómina de la Curia, pero sin dar un informe transparente sobre cómo se administra. Tras siete años de gobierno del arzobispo Carlos Aguiar Retes, no ha habido informe económico detallado alguno, ni uno sólo. El llamado “Centro de servicios”, una oficina que concentraría todos los trámites administrativos y económicos es un desastre que ha llevado a la sustitución continua del personal por su incompetencia. Pero la pregunta es fundamental, ¿Por qué esa opacidad? ¿A qué se destina el dinero recaudado de forma insistente en colectas y aportaciones?
Otro caso es sumamente doloroso. Durante años, las colectas destinadas a la formación y sostenimiento de estudiantes del Seminario Conciliar de México se justificaban para la formación de más de 300 seminaristas. Generalmente, en esas buenas épocas, las colectas iban de enero a abril, cuatro meses en los que se cubría un territorio extenso gracias a una buena logística que permitía a los seminaristas hacerse presentes en cada una de las comunidades parroquiales, rectorías y capillas para compartir su vocación y solicitar el apoyo del pueblo santo de Dios. Hoy, la tragedia de la pastoral vocacional ha provocado una estrepitosa caída de aspirantes al ministerio sacerdotal y los seminaristas no llegan ni a 30 en todas las etapas de formación. Sin embargo, las colectas se multiplican y, prácticamente en todo el año, los pocos alumnos de una institución que agoniza se dedican a pedir dinero, reduciendo su formación pastoral y espiritual a la de recaudadores. De eso, tampoco hay transparencia.
Este 2025, las colectas iniciarán el 28 de septiembre y concluirán ¡hasta el domingo 19 de abril de 2026! Este modelo no solo desvirtúa el sentido del Seminario, es un antitestimonio a los fieles que ven en los futuros sacerdotes a los recaudadores que usan los domingos para pedir el dinero, formándose más como cobradores en vez de ser pastores.
El trasfondo es evidente: recaudar dinero en la arquidiócesis se ha vuelto lo principal mientras que la pastoral parece desplazada como lo secundario. La constante presión económica, la falta de claridad en el uso de los fondos y la ausencia de rendición de cuentas generan cada vez más desconfianza entre sacerdotes y fieles. Las autoridades de la Santa Sede ya no pueden permanecer indiferentes, es urgente una intervención apostólica que limpie y sanee las finanzas arquidiocesanas, pues la imagen de una Iglesia reducida a colectora de dinero es un escándalo y una grave contradicción con el Evangelio. Si no, basta con preguntar a los sacerdotes de trinchera.
El pueblo de Dios merece transparencia y los sacerdotes, especialmente los ancianos, dignidad. La Iglesia no puede permitirse que el dinero se convierta en el centro de su misión, desplazando al apostolado y a la vida pastoral. Hoy más que nunca es necesario recuperar la confianza mediante informes claros, rendición de cuentas y una administración que sirva al Evangelio y no se sirva del Evangelio. Las autoridades apostólicas tienen la última palabra…
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