Hoy, 30 de noviembre de 2025, la Iglesia católica inicia el tiempo litúrgico del adviento, periodo de cuatro semanas que anuncia la Natividad y el regreso glorioso de Cristo en un Reino de justicia, paz y liberación absoluta.
En un mundo ahogado por la opresión, este anuncio resuena como el grito de Juan el Bautista: Dios viene, no como tirano que se impone, sino como un Salvador que respeta la libertad humana y disipa las cadenas del mal. Es un llamado a la esperanza activa de un Reino donde «se santifique el nombre de Dios y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo», como decimos cada día en el Padrenuestro.
Pero en México, esta promesa choca frontalmente con la realidad de un gobierno populista autoritario que ahoga la manifestación y expresión de las ideas, convirtiendo la democracia en un espejismo.
El adviento nos invita a mirar hacia adelante, a un futuro donde Cristo regresa para inaugurar una era de libertad plena. No es un mesianismo anacrónico, sino un dinamismo espiritual que une la espera interior con la acción exterior. San Juan Bautista, precursor del Mesías, clama en el desierto: «¡Preparad el camino del Señor!». Este camino es de despojo y conversión, de romper con los ídolos del poder que esclavizan.
En contraste, el régimen actual en México ha tejido una red de control que sofoca precisamente esa preparación. La mal llamada transformación ha erosionado sistemáticamente la democracia: índices globales registran un desplome en libertades, con la destrucción de contrapesos institucionales como el Poder Judicial y organismos autónomos. La concentración de poder presidencial es una estrategia deliberada que culmina en represión y fraude electoral, como el último de los acordeones, cancelando derechos ciudadanos y silenciando disidencias, ahora bajo el amago de un poder judicial que quiere, por acuerdos, limitar los derechos de la ciudadanía.
Bajo este populismo autoritario, la persecución a la libertad de expresión tiende a normalizarse. Periodistas independientes son acosados, exiliados o peor bajo el ataque sistemátio de las hordas leales al régimen que coartan la verdad. Las manifestaciones pacíficas son estigmatizadas como «golpes de Estado» o «provocaciones». En redes sociales y foros públicos, el discurso oficial demoniza la crítica como «traición», mientras se promueve un culto a la personalidad que equipara al líder con el «pueblo».
Estas acciones oficiales propician un clima de descontento donde la expresión libre se convierte en riesgo vital. El anuncio del adviento, del Dios-que-viene para liberarnos del mal, se enfrenta al cualquier régimen que se erige como falso salvador mismo que, en nombre del de la transformación, pisotea la dignidad humana, aunque presuma de decirse netamente humanista.
El Reino de Cristo, anunciado en el adviento, es contrario a este autoritarismo, especialmente en un país que se ha fundado bajo el anuncio del Evangelio. Es un Reino de servicio, no de dominación; de diálogo, no de imposición. Mientras el gobierno mexicano innova en repertorios autoritarios —desde la captura de instituciones, fiscalías y sectores sociales, hasta la vigilancia digital de opositores—el adviento nos recuerda que la verdadera liberación brota para hacer realidad un Reino que no es una metáfora, es un recordatorio de que hay una conversión que supera cualquier “transformación” social.
La meditación de adviento de Benedicto XVI, pronunciada el 4 de diciembre de 2006, ofrece una conclusión luminosa y urgente. El recordado pontífice enfatiza que el adviento renueva el anuncio «Dios viene» en presente continuo que irrumpe para liberarnos del mal y la muerte, respetando nuestra libertad. «El adviento es más adecuado que nunca para convertirse en un tiempo vivido en comunión con todos aquellos que esperan un mundo más justo y más fraterno», llamando a la Iglesia a acortar la espera final con la construcción de la paz. Esta visión no es utópica; es profética.
En México, donde el populismo autoritario ahoga voces, el mensaje de Benedicto nos convoca a encarnar esa esperanza: a manifestar ideas sin temor, a reconocer las señales del adviento: exigir justicia sin complacencia, a preparar el camino para un Reino que libere, no que encadene a pesar de que esto se cubra con la aparente benevolencia de que todo se está transformando.
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