Agitar un pañuelo blanco fue un símbolo convertido en símbolo impoluto de que se había acabado con el bandidaje y la corrupción. Era la principal fortaleza insignia del buque de la transformación la cual, el anterior presidente de México, juró y perjuró que había terminado convirtiendo a esta país en uno de los más decentes y apegados a la ley.
No fue así… A pesar de su artificial popularidad, un torpedo dio justo en la línea de flotación del buque de la llamada transformación. La presentación del informe de Transparencia Mexicana y Transparencia Internacional evidenció que este país está más hundido que nunca y su percepción de ser corrupto, la peor en la historia moderna.
El Índice de Percepción de la Corrupción, informe que reporta la corrupción en 180 países, señala que, en 2024, México obtuvo una calificación de 26 puntos de 100 posibles. La escala del Índice de Percepción de la Corrupción va de cero, la peor evaluación para un país; a 100, la mejor calificación posible. México tiene 26 puntos, ubicado en la posición 140 de 180. El ranking en otras categorías deja peor al país. En Latinoamérica, indica el reporte, “México está mejor evaluado que Guatemala (25/100), Paraguay (24/100), Honduras (22/100), Haití (16/100), Nicaragua (14/100) y Venezuela (10/100) y se ubica por debajo de Brasil (34/100) y Chile (63/100), sus principales competidores económicos en la región”. ¿Cuál es el país mejor evaluado donde la corrupción es mínima? En la punta está Dinamarca, ese reino del que AMLO dijo que México sería mejor.
La corrupción en México es un fantasma y azote de la vida pública. De hecho es una cultura que parece ser una forma de medir el éxito personal, particularmente en la nueva casta política que se llena la boca del discurso de la izquierda, pero viven peor que los sibaritas y sátrapas, gracias a su desmedida lealtad a un régimen que lleva enquistada la corrupción en sus entrañas. Se premia la incompetencia y se reconoce con cargos, contratos, transas, nepotismo, cochupo a cambio de silencio. Los escándalos afloran y, en otros países, hubieran sido motivo de juicios con implacable impartición de justicia que tumbarían al mismo presidente de la República, pero no. En México la corrupción se cubre con el manoseado discurso de que todo son “acusaciones neoliberales”.
Pero aquí hay algo peor extendiéndose peor que la más dolorosa enfermedad en un organismo y parece todavía sin cura. Ese es el crimen organizado. Como nunca, las evidencias apuntan de que, en pleno siglo XXI, México se pone al nivel de los peores países con regímenes endebles al borde de un estado democrático fallido cuando el crimen organizado, el que funciona gracias a las alianzas con los políticos, está carcomiendo la ley para hacerla a su modo y antojo. Hoy, el peor signo de esa corrupción es la extinción del Poder Judicial. Cada vez más, quienes pensaban que el derecho y la ley eran principios rectores, ven cómo se debilita la estructura jurídica a punto de caer cuando ya no existe confianza en las instituciones.
Con profética visión, los obispos de México veían un panorama desolador al respecto. En el Proyecto Global de Pastoral PGP 2031-2033, anunciaban “el fortalecimiento alarmante del crimen organizado que tiene múltiples ramificaciones y un entorno internacional que lo alimenta y fortalece, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades…” y su principal combustible es la corrupción. Efectivamente, AMLO es el mejor presidente de México… porque dio más oportunidades a los corruptos que ahora están instalados en un sistema tan salvaje como el neoliberal. No cumplió… México está más hundido que nunca.
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