En esta Navidad de 2025, México se envuelve en luces festivas y tradiciones bajo un manto de sombras que no se disipan. A diferencia de otros países donde la Navidad quiere erosionarse y desterrarse de la cultura, todavía nuestras familias se reúnen alrededor de la mesa para conmemorar el nacimiento de Cristo con el deseo de vivir en paz y estabilidad; sin embargo, el país enfrenta una polarización política aguda, un crecimiento económico nulo y una violencia persistente que cobra vidas a diario esfumando la esperanza en el bienestar de un futuro pacífico y promisorio.
En contraste, el reciente mensaje navideño de los obispos de México, «Del pesebre a la esperanza», invita a contemplar el misterio de un Dios que se hace vulnerable para sanar nuestras heridas colectivas, un llamado a la esperanza cristiana que no puede ignorar la difícil y cruda realidad de un México que necesita más que las palabras de triunfalismo oficialista; necesita acción en lugar de demagogia para reconstruir un tejido social desgarrado.
La polarización política ha alcanzado niveles alarmantes, convirtiendo el desacuerdo en identidad irreconciliable. En agosto, un incidente en el Senado –donde senadores de oposición y oficialismo casi llegan a los golpes– simbolizó el deterioro del diálogo democrático. Con una oposición debilitada, como advierten analistas, México corre el riesgo de una democracia desequilibrada, donde el poder se concentra sin contrapesos efectivos.
Las protestas de noviembre, tras el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, han exacerbado las divisiones, con manifestaciones antigubernamentales que reflejan un descontento generalizado.
Toda esa polarización permea y llega incluso a dividir familias, comunidades y hasta iglesias contradiciendo el mensaje de los obispos que evoca a la Sagrada Familia como santuario de unidad. José y María, en su pobreza y éxodo, nos recuerdan que la familia es el lugar donde Dios nace, pero en un México polarizado, ¿cómo proteger a la familia con auténticas políticas públicas cuando el odio político infiltra hasta los hogares y se quiere comprar la voluntad de millones con dádivas de programas sociales?
Económicamente, el panorama es de incertidumbre. El Banco de México recortó su pronóstico de crecimiento para 2025 a un mero 0.3%, tras un tercer trimestre donde el PIB cayó 0.3% respecto al anterior. Organismos como la OCDE y el Banco Mundial coinciden en cifras cercanas al 0.5%, confirmando un estancamiento que agrava la pobreza y la desigualdad. Este nulo avance no es solo estadístico; impacta directamente en las mesas navideñas, donde muchas familias luchan por poner un plato extra.
Los obispos, citando a San Agustín, nos invitan a ver en el Niño del pesebre al «Pan de vida que tiene hambre», un recordatorio de que Dios se identifica con los vulnerables, pero criticar esta inercia económica es imperativo, el régimen, pese a promesas de continuidad transformadora, no ha logrado impulsar un crecimiento inclusivo, dejando a millones en la precariedad.
Otra situación descontrolada es la violencia que persiste sin dar cuartel. Aunque el gobierno reporta una caída del 37% en homicidios diarios bajo Sheinbaum, la tasa nacional sigue en 23.3 por cada 100,000 habitantes, con más de 30,000 muertes anuales desde 2018. En Sinaloa, los enfrentamientos entre cárteles elevaron los homicidios un 400% en el último año, convirtiendo regiones enteras en zonas de guerra. El Índice de Paz México 2025 advierte de un deterioro institucional, donde la impunidad alimenta la erosión democrática. La militarización, heredada y ampliada, no ha erradicado el crimen organizado; al contrario, ha intensificado ciclos de venganza que hace que regiones enteras no tengan una tregua de Navidad.
No obstante, la Navidad encierra un signo trascendente, no sólo una bucólica imagen sino profecía de renovación. En un México herido, las navidades ya no pueden pasar con las misma indiferencia al dolor. El pesebre de Belén es el signo de que esta esperanza no es pasiva, exige reconciliación como enfatiza el Papa: «No dividir el mundo en bandos irreconciliables».
Desde el Centro Católico Multimedial deseamos que esta Nochebuena inspire acciones concretas, el diálogo político, inversión social y paz integral, pero sobre todo conversión, no sólo demagógica transformación. México, con su fe guadalupana, puede renacer. A todos, ¡Feliz Navidad!¡Nos ha nacido el Salvador del mundo!
