En la víspera del 12 de diciembre, más de diez millones de peregrinos inundaron las calles del Tepeyac, transformando la Ciudad de México en un río humano de rosarioo, devociones y cantos. La misa de “Las mañanitas”, presidida por monseñor Joseph Spiteri, nuncio apostólico en México, transmitió los saludos y la bendición del Papa León XIV, en una noche que rompió récords de asistencia de fieles. una noche de aparente esperanza y unidad, como relatan las crónicas eclesiásticas; sin embargo, detrás de este júbilo y cantos, la Basílica de Guadalupe vive una situación que merece la atención de toda la Iglesia de México: Su manejo arbitrario e irresponsable, el tejido de alianzas turbias y la instauración de una investigación canónica que podría destapar una cloaca interna.
En días pasados, una valiente e inédita denuncia del cabildo de la Basílica fue el grito de auxilio institucionalizado. En una carta, los canónigos expusieron al arzobispo primado, un patrón de arbitrariedades en la administración del santuario más importante de Latinoamérica y el mundo, todo manejado sin transparencia alguna sin rendiciones de cuentas claras, ni auditorías que disipen las dudas.
Este opaco flujo financiero no solo viola principios de buena gobernanza eclesial, sino que traiciona la confianza de los fieles que ven en Guadalupe no un negocio, sino un refugio espiritual. El cabildo, guardián legítimo de este patrimonio, advierte de decisiones irresponsables que ponen en riesgo el patrimonio espiritual y material de la Basílica, con control y manejo indebida de documentos sensibles y una administración que ha perdido toda brújula pastoral. Esta no es una queja menor: es la voz institucional del colegio de canónigos contra un feudo personal que traiciona la pobreza evangélica y profana lo sagrado.
Toda estas irregularidades apuntan hacia un potencial responsable: el rector de Basílica. Alrededor suyo, «asesores» y personajes de dudosa reputación tejieron una red de negocios sospechosos al amparo de la devoción guadalupana, una verdadera mafia prepotente que intimidaba y enriquecía a costa de la fe popular privilegiando la simonía. Una investigación canónica previa (IP 17/2025), abierta el 3 de octubre, pretende esclarecer hasta dónde ha permeado la corrupción. Para llevar a cabo esas indagatorias, se deceretó la separación del cargo del canónigo rector prohibiéndole pertenecer al cabildo y aplicando medidas disciplinares en tanto se llega al fondo del asunto.
Sin embargo, el silencio cómplice y el pésimo manejo comunicativo han exacerbado el caos. En ausencia de declaraciones claras, han proliferado opinólogos de teclado y tertulias conspirativas que tejen una red paranoica desbocada de mentiras: desde teorías de complots vaticanos hasta infamias contra el cabildo entero. Esta histeria amarillista, alimentada por redes sociales y medios sensacionalistas, ya no busca la verdad, sino clics, fama y venganzas. No transmite objetividad, sino confusión que envenena el pozo de la fe guadalupana como la difusión de que el rector de Basílica está prófugo con orden de averiguación previa ante la Fiscalía General de la República. Nada más falso. No hay indicios de investigaciones penales ni carpetas abiertas por la Fiscalía contra el rector o canónigos. El exrector permanece en el recinto, ejerciendo destituido de sus oficios y canonjías mas no del ministerio sacerdotal.
Esta crisis es una debacle que debe tener inmediato esclarecimiento. El cardenal Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado, carga con una responsabilidad ineludible. Ante los 500 años de las apariciones en 2031 —un jubileo que podría revitalizar la fe latinoamericana—, no caben parches ni las verdades a medias. La Santa Sede debe esclarecer la situación con efectiva intervención apostólica independiente, con poderes plenos para depurar finanzas, destituir a los implicados y restaurar la transparencia antes del relevo de Aguiar ante su próxima sucesión. Solo así, el Tepeyac recuperará su luz, no como fachada de unidad impostada, sino como baluarte de verdad y esperanza.
La Virgen de Guadalupe no merece menos. Ella, que unió mundos en 1531, clama por una Iglesia que no tema mirarse al espejo. Millones cantaron sus mañanitas esta semana, pero sin sanear esta podredumbre, esas voces se ahogarán por la ruindad escandalosa. Es hora de actuar y de que la Santa Sede y los obispos de México impongan orden. Por Guadalupe, por México porque, en estos momentos de la historia, la fe en la Santa María de Guadalupe es lo más puro que nos mantiene unidos ante tanta polarización, mentiras y engaños. Madre del Salvador ¡Salva nuestra patria y conserva nuestra fe!
