En una emotiva ceremonia que unió fe, historia y esperanza, la arquidiócesis de Morelia conmemoró el 17 de octubre de 2025 los 500 años de la llegada del Evangelio a tierras michoacanas. Presidida por el arzobispo Carlos Garfias Merlos, la eucaristía celebrada en Pátzcuaro, reunió a obispos, sacerdotes, religiosos, laicos y autoridades civiles para agradecer el legado evangelizador iniciado por los franciscanos en 1525.
Esta celebración resalta no solo la perseverancia de la fe en la región, sino también el profundo impacto cultural y social de los misioneros franciscanos, quienes «plantaron el Evangelio» en el corazón del pueblo purépecha.
La misa, celebrada en la histórica Basílica que data del siglo XVI, contó con la presencia de Armando Álvarez Cano, arzobispo coadjutor de Morelia, y representantes de congregaciones franciscanas y agustinas, además de autoridades civiles como los presidentes de los municipios que rodean el lago de Pátzcuaro. El arzobispo Garfias Merlos, en su homilía, enfatizó la gratitud por «las bendiciones y abundancia de gracias divinas que Dios ha tenido en estas tierras». Recordó el compromiso de misioneros y laicos que facilitaron la inculturación del evangelio, extendiéndose por toda la arquidiócesis de Morelia y más allá. «Nos hemos congregado en el altar del Señor para dar gracias a Dios que hace 500 años inició la evangelización en nuestras tierras de Michoacán», expresó el prelado, uniendo la alegría local con el jubileo universal de la esperanza cristiana.
Es esencial remontarse a los orígenes históricos de la evangelización en Michoacán, liderada por los franciscanos, para comprender la importancia de esta celebración. Según documentos históricos compilados por la Comisión Provincial Franciscana para el Quinto Centenario, la llegada de fray Martín de la Coruña en 1525 marcó el inicio de una presencia que transformó el paisaje espiritual y cultural de la región. Enviado por el ministro general de la Orden, fray Francisco de los Ángeles Quiñones en 1523, fray Martín y sus doce compañeros –inspirados en los apóstoles de Cristo y San Francisco de Asís– arribaron a la Nueva España con la misión de «plantar el Evangelio en los corazones de aquellos infieles».
La expedición partió de España con instrucciones claras: imitar la pobreza y humildad franciscana. En una carta de Quiñones fechada el 4 de octubre de 1523, se lee: “Y así al presente no envío más de un prelado con doce compañeros, porque este fue el número que Cristo tomó en su compañía para hacer la conversión del mundo. Y S. Francisco nuestro padre hizo lo mismo para la publicación de la vida evangélica”. Al llegar a Tzintzuntzan, la capital del reino purépecha, los frailes se instalaron entre los indígenas, aprendiendo la lengua local para dialogar y ejercer «el amor fraternal». «Y llegando a Tzintzuntzan quisieron aprender de la lengua local y lograron dialogar con el pueblo», detalla el documento franciscano, destacando cómo esta aproximación respetuosa facilitó la conversión sin imposiciones.
Los franciscanos fundaron iglesias y escuelas, priorizando la catequización. En Tzintzuntzan y Pátzcuaro establecieron misiones que se extendieron al Bajío y Occidente, abarcando un «amplio territorio que debía evangelizar». Su enfoque en la «minoridad» –vivir con los pobres y sencillos– resonó con la cultura purépecha. «Al abrir nuestros ojos contemplamos lagos y montañas. Desde aquel momento compartimos nuestra vida con una cultura ancestral; aprendimos su lengua y ellos abrazaron nuestra fe», describe la oración jubilar compuesta por Enrique Muñoz. Este intercambio cultural resultó en una fe inculturada: Cristo y la Virgen se integraron en la vida indígena, simbolizado en el logotipo del aniversario con fray Martín clavando su cayado en el lago de Pátzcuaro, aludiendo a los «pescadores de hombres» de Mateo 4,18-20.
A lo largo de los siglos, la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán, erigida canónicamente en 1565 pero con raíces en 1525, enfrentó pruebas como secularizaciones y conflictos, pero perduró «cinco centenas», «aumentando la fe de los hombres que por Dios se dejaron moldear». Su impacto cultural incluye la promoción de la educación, la justicia y el respeto a la creación, temas que resuenan en la pastoral actual. Fuentes históricas, como el canto «Apóstoles de Michoacán» de Fr. Orlando Herrera Téllez, celebran a estos pioneros: «Apóstoles de Michoacán que practicando la minoridad a estas tierras vinieron a enseñar el ejemplo que Cristo nos da».
Por eso, la homilía del arzobispo Garfias Merlos vinculó este legado histórico con el presente, citando al Papa Francisco sobre la esperanza cristiana que «no engaña ni defrauda». Recordó las palabras de San Pablo en Romanos 8: «Ni la muerte ni la vida… podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús». Invitó a los fieles a renovar el compromiso evangelizador: «Sigamos con este compromiso evangelizador con mucha alegría y esperanza».
Refiriéndose al Evangelio de Lucas (10,1-12), el prelado enfatizó el envío de discípulos para anunciar el Reino de Dios: «Pónganse en camino… La Iglesia está marcada por el envío de Jesús». Criticó tentaciones eclesiales como el aislamiento y urgió a «curar a los enfermos» y ofrecer paz: «Cuando entren en una casa, digan primero, paz a esta casa». Garfias Merlos agradeció específicamente a los franciscanos por su «esfuerzo y dedicación para que el evangelio llegue a todos los rincones», mencionando figuras como fray Martín de la Coruña, San Bernabé de Jesús Méndez Montoya, mártir, y el venerable Vasco de Quiroga.
El arzobispo también recordó sus 50 años de sacerdocio, pidiendo intercesión a la Virgen de la Salud: «Que ella sea estrella que nos siga guiando como desde hace 500 años». Esta invocación resalta el rol mariano en la evangelización michoacana, con devociones como Nuestra Señora de la Salud arraigadas en el trabajo franciscano.
Esta celebración no es solo retrospectiva; es un impulso para la misión contemporánea. En un Michoacán marcado por desafíos sociales, el jubileo promueve la «esperanza que no declina», fomentando confianza en la Iglesia y sociedad. Actividades como peregrinaciones a Pátzcuaro, coloquios históricos y congresos franciscanos –detallados en la planificación del centenario– buscan revitalizar la fe.
Expertos como los de la Universidad Vasco de Quiroga, que organizaron conferencias en junio de 2025, reflexionan sobre esta «temprana evangelización», destacando su rol en la humanización de la vida indígena. Documentales como «500 años de devoción» ilustran cómo la fe franciscana moldeó identidades locales, desde Tzintzuntzan hasta Morelia.
Al clausurar el Año Jubilar en octubre, la arquidiócesis mira adelante: «Sintámonos los nuevos enviados por Jesucristo a seguir predicando su evangelio de paz, de amor y de ternura divina», exhortó Garfias Merlos. En un mundo fragmentado, el legado franciscano –de diálogo, humildad y servicio– ofrece un modelo perdurable. Como reza la oración jubilar: «Gracias por Fr. Martín de Jesús y sus compañeros que nos precedieron… No abandones, Señor, la obra de nuestros padres».
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