En el capítulo 23 de la serie de catequesis “Venga a Nosotros Tu Reino”, predicada por Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), se aborda el tema “Altura de miras y generosidad” con una profunda invitación a elevar la mirada hacia el bien común como eje de la vida cristiana en sociedad.
Esta serie, impulsada por la CEM para conmemorar el centenario de la encíclica Quas Primas de Pío XI (1925), que instituyó la fiesta de Cristo Rey, busca hacer presente el Reino de Dios en el corazón de los mexicanos, en medio de los desafíos sociales que enfrenta el país.
Castro Castro compara la orientación de la vida cristiana con un viaje en el que necesitamos un “GPS moral”. La Doctrina Social de la Iglesia ofrece cuatro principios permanentes: el bien común**, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad y la participación.
El bien común no es solo el cumplimiento de normas individuales, sino la realización plena del bien que pacifica el corazón y revela la armonía de una vida bien vivida. Citando a San Francisco de Asís, el obispo recuerda que “no basta” ocuparnos solo de nosotros mismos: el sufrimiento ajeno —de la familia, del prójimo— nos impide gozar plenamente de nuestro propio bien.
El bien común es indivisible, pertenece a todos y a cada uno, y solo se alcanza juntos. En México, esta realidad se ve herida por una grave fractura del tejido social, agravada por el individualismo que nos hace indiferentes al dolor del otro. Problemas como el narcotráfico, la prostitución, la corrupción, los homicidios y las desapariciones forzadas no se resuelven de forma aislada; requieren el esfuerzo colectivo, la alegría en el aporte de cada uno y la confianza en Dios y en los hermanos.
Con un tono reconciliador pero firme, Castro Castro dirige un llamado especial a las autoridades políticas, a quienes compete de modo singular la custodia del bien común. Les recuerda que gobernar no es para unos cuantos, sino para todos los mexicanos, especialmente los más vulnerables: los pobres, las madres buscadoras, los migrantes, los jóvenes sin oportunidades y las familias en extrema pobreza. Desaprovechar esta responsabilidad sería una grave falta moral.
Finalmente, el obispo eleva la reflexión hacia la dimensión escatológica: el bien común que construimos en la historia es semilla del Reino eterno de Cristo. La verdadera altura de miras y generosidad consisten en pensar en grande, en trabajar por la transformación integral de la patria, entregando todo por el bien de los demás y viendo en cada esfuerzo un paso hacia la plenitud en Cristo Rey.
Este capítulo invita a todos los católicos —y a toda la sociedad mexicana— a ser “navegantes del Reino”, con generosidad ilimitada y una visión que trascienda lo inmediato para construir un México más justo, fraterno y orientado hacia Dios.
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