León XIV propone una teología de la fragilidad , en la que lo efímero no es una negación de la vida, sino una condición para su renovación. La hierba que se dobla y luego vuelve a crecer, que se consume pero sirve de fertilizante para lo que viene después, habla de una circularidad de la vida que no es solo biológica, sino profundamente espiritual. Y en el campo que «tiembla bajo tierra» incluso en invierno, escuchamos un eco de la «semilla que muere para dar fruto» (Jn 12,24), la paradoja cristiana por excelencia. Les dijo a los jóvenes que estamos hechos para una vida que «se regenera constantemente en la entrega, en el amor». «Aspiramos continuamente a algo ‘más’ que ninguna realidad creada puede darnos; sentimos una sed tan grande y ardiente que ninguna bebida de este mundo puede saciarla». En Tor Vergata, León XIV no ofreció soluciones. Sembró y nos invitó a mirar a Jesús. Habló de la vida como se habla de un campo: con respeto, con asombro, con silencio. Este es el lenguaje que entienden los jóvenes. Porque no necesitan lemas, sino significado. Y el significado, se puede intuir, es siempre un viaje, nunca una conquista.
El Papa León XIV carece del carisma cautivador de San Juan Pablo II, pero tampoco es el Papa Benedicto XVI, de quien heredó parte de su presencia serena, pero no su timidez. El encuentro con los jóvenes fue una prueba interesante para comprender el nuevo pontificado y los mensajes que pretende transmitir. El Jubileo de la Juventud, sin embargo, también representó un punto de inflexión en el pontificado de León XIV, ya que marcó el final de los primeros cien días de su reinado. Aún no existen decisiones gubernamentales que permitan comprender el rumbo que tomará la labor del nuevo Papa. Sin embargo, existen indicios bastante concretos de la dirección que pretende su pontificado y del contexto en el que se desarrolla. El primer indicio es que será un pontificado moderno. Moderno no en el sentido de modernista, sino en el sentido de que es un pontificado nacido de un cambio generacional y también de un cambio geográfico. León XIV no solo es el primer papa de una nueva generación, que no vivió directamente los años del Concilio Vaticano II. También es el primer papa surgido de un cónclave globalizado, donde la lengua franca ya no era el latín ni el italiano, sino el inglés. Muchos de los nuevos cardenales no solo carecían de experiencia en la Curia Romana, sino que ni siquiera habían estudiado en Roma. Muchos provenían del mundo angloparlante, o al menos dominaban el inglés como segunda lengua mejor que el italiano, si es que hablaban italiano. Prevost, conocido por el 90% de los cardenales por su presencia en once congregaciones y su dominio de la que resultó ser la lengua franca del cónclave.
La modernidad del pontificado reside en no ser norteamericano ni anglosajón, sino estadounidense en el sentido más amplio. Ser anglófono atenúa el latinoamericanismo que Prévost asimiló en su labor misionera y posteriormente como obispo en Perú. Ser agustino confiere institucionalidad y universalidad a un perfil que es el de un papa estadounidense, pero sobre todo, el de un papa occidental. El tercer indicio es que, dado su perfil y su historia personal, este Papa no busca ni provoca divisiones y mucho menos decide entrar en debates que no le corresponde. Benedicto XVI fue un Papa que buscó la unidad, y cada paso que dio tuvo como objetivo lograr la unidad dentro de la Iglesia, no funcionó del todo, buscó trascender los prejuicios, habiendo sido él mismo víctima de discriminación. El papa Francisco fue un papa que buscó la división y la provocación. No fue protagonista del Concilio Vaticano II, sino que creció en la controversia posconciliar. Y decidió tomar posición, dividiendo el mundo entre el bien y el mal, lamentando su atraso y, paradójicamente, retrocediendo el reloj del debate intraeclesial. León XIV no es víctima de los prejuicios del papa Francisco. Tiene un perfil propio, que trasciende divisiones. Prevost habla inglés, pero en sus tres meses como Papa ha demostrado una profunda comprensión de otra forma de expresión: la del mundo occidental y la tradición de la Iglesia.
Las cosas siempre son mejorables, los artículos son muy positivos, los hay con ganas de crear polémica y algunos se quejan de los restos de la acampada, naturales y muy menores de cualquier otros encuentros de jóvenes, que con números infinitamente inferiores, generan toneladas de basura. Quizás la crítica más sólida que hemos visto es sobre la retransmisión televisiva del acto, «en la que los jóvenes brillaban por su ausencia, los planos que cogía el realizador, una y otra vez, nos mostraban curas y obispos, mayores». Era un momento fantástico para mostrar el rostro joven de una iglesia que se pretende vender como en fase terminal. Es este caso es absurda la guerra de números, pero estos días hemos pasado del ‘más de medio millón’ a ‘casi un millón’ y ahora todos hablan de ‘algo más de un millón. Las imágenes están ahí, y es un apena que se aprovecharán algo más para hacer un poco de sana apologética y de un más que necesario proselitismo.
Entramos en la hora de la verdad. Los dicasterios de la Curia Romana […] fueron “inventados” por el Papa Pío X, con la constitución apostólica Sapienti consilio de 1908, cuando las estructuras de gobierno […] se dividieron en Congregaciones, Tribunales y Oficinas. Después de él, tanto Pablo VI como Juan Pablo II trajeron cambios y reformas. Pío X no había fijado un mandato formal para los máximos dirigentes de los dicasterios; Pablo VI los sometió a las reglas del motu proprio Ingravescentem aetatem: a los 75 años, renuncia. El papa Francisco fue más allá al establecer que el nombramiento es por cinco años, renovable una sola vez, ley que no siempre ha sido respetada, de hecho la curia está repleta de personas mayores de setenta y cinco años esperando ser reemplazadas. No son los únicos que están en el aire esperando saber si León los confirmará en su puesto o no. El Papa Francisco ha endurecido aún más la norma de que, en caso de muerte del Papa, todos los cargos ocupados por jefes de dicasterios y altos funcionarios de las organizaciones curiales y vaticanas cesan automáticamente, allanando el camino para una nueva reorganización de todas las oficinas. Por ahora, todo el aparato funciona bajo una disposición transitoria, «donec aliter provideatur», hasta nuevo aviso.
Empezamos a conocer algo, muy poco, la forma de actuar del Papa León XIV y parece que no está dispuesto a dejar pasar una, cosa que nos parece estupenda. Los que están al cargo de los organismos de comunicación del Vaticano son los mismos, en la Secretaría de Estado todo sigue igual, pero hoy tenemos un dato, que independientemente de su contenido, que es importante, supone un cambio. Roma está poblada de personajillos – y personajillas- que se saben vender muy bien. Los ‘salotos’ romanos se nutren de rumorología que se compra como de primer nivel y, en la mayoría de casos, es fruto de la imaginación enfermiza de ‘pescivendolos’. Sorprendentemente, no lo ha hecho nunca, la Oficina de Prensa del Vaticano desmiente el supuesto encuentro entre Francesca Chaouqui y el Papa León XIV. Se supone que lo publicado hacía referencia a un presunto, y hoy desmentido, encuentro privado de la Chauqui con el pontífice. La publicación de esta nota solo puede tener su origen en el mismo León XIV que no parece dispuesto a que se juegue con su encuentros. Nos consta que el Papa sigue personalmente la información, pertenece a una generación que sabe seguir las redes y lo hace. Estábamos acostumbrados a que los encuentros personales del Papa permanecen a la sombra, como debe de ser, de la información oficial. El problema es que esto es utilizado por determinados personajes para adornarse con relaciones privilegiadas.
Llamada por muchos como «la Papisa» está en el centro de los últimos acontecimientos turbios en el Vaticano, desde Vatileaks hasta el proceso a Becciu. La mujer intentó en los últimos días filtrar información de que había sido recibida por el Papa León XIV, aunque de manera privada. LaOficina de Prensa del Vaticano se apresuró a desmentir por completo el rumor: «Chaouqui nunca ha conocido al papa León XIV» , y, según lo citado por «Il Giornale»: «nunca lo verá». El cardenal Becciu denuncia a la Chaouqui, acusándola de haber orquestado todo el asunto relacionado con los fondos de la Secretaría de Estado contra él y los demás sospechosos . Estas palabras, para Chaouqui, suenan a excomunión definitiva y disipan cualquier ambigüedad sobre su relación con el actual Pontífice. «La próxima entrada de Chaouqui en el Vaticano no será a través de sus amistosos Comisarios de la Gendarmería, ni con una placa de pseudoconsultora».
Cometió graves delitos contra el Estado, el Papa y personas de confianza que se vieron explotadas en sus juegos de poder. A pesar de ello, durante años tuvo libertad para actuar con total libertad. Vendió información obtenida aquí y allá, insinuó conexiones que no tenía, manipuló a los medios, se relacionó con figuras romanas muy sospechosas y, peor aún, pudo hacerlo en el silencio cómplice de quienes deberían haberla desacreditado de inmediato. A lo largo de los años, fingió tener acceso directo al Papa, coqueteó con preguntas sobre llamadas telefónicas papales en podcasts sin responder jamás, e insinuó conexiones inexistentes. «Cuando me preguntan cuántas veces hablo con el Papa, no respondo». La ambigüedad fue su arma, y muchos, demasiados, guardaron silencio, por miedo, por oportunismo, por complicidad. Es un auténtico fetiche para personas mentalmente inestables que creen que pueden contar para algo si ponen un pie más allá de Porta Sant’Anna.
Pero ahora parece que el escenario ha cambiado y el Vaticano reaccionó con prontitud a la primera «filtración» publicada. El personal de León XIV solicitó de inmediato a la Oficina de Prensa de la Santa Sede que lo desmintiera públicamente. Y lo hicieron con claridad: Francesca Chaouqui no ha sido recibida por el Papa. Y nunca lo será. El Papa León XIV no quiere verla ni oír mencionar su nombre . Es perfectamente consciente del daño que ha causado y de la lógica autorreferencial que guía cada una de sus acciones. No trabaja para la Iglesia, sino para sí misma y es una fanfarrona profesional, y parece que el tiempo de los encubrimientos ha terminado. Para Francesca Chaouqui, el telón ha caído cayendo y esta vez, no habrá nadie que la aplauda.
Ayer se celebró una vigilia en una zona de Beirut cercana al lugar de la tragedia del 4 de agosto de 2020 para conmemorar el quinto aniversario. Por la tarde se leyó un mensaje de León XIV, en el que el Papa expresó su cercanía al pueblo libanés. Cinco años, 245 muertos y 6.000 heridos: una herida abierta, un calvario más, junto con guerras, crisis económicas y políticas e inseguridad social. El Papa León: «se unen a las nuestras ante la pérdida y el sufrimiento de nuestros seres queridos». «La muerte no tiene ni tendrá nunca la última palabra».
En todos los colectivos hay tontos, y los hay menos tontos que pueden, legitimante, barrer para casa, pero que se dan cuenta de la realidad de las cosas. Cuando uno se dedica a vender humo pasa lo que pasa, el humo desaparece y las vergüenzas quedan al descubierto. La reverenda Irene Monroe en LGBTQ Nation: «cuando se trata de la inclusión de las personas LGBTQ+ en la Iglesia, Francisco deja un legado contradictorio, de esperanzas frustradas y expectativas incumplidas». «Muchos de nosotros teníamos grandes esperanzas de que del Sínodo Mundial surgieran cambios positivos en las enseñanzas LGBTQ+. Hasta ahora, no ha sido así. Seguimos esperando el informe del grupo de trabajo encargado de abordar los temas controvertidos». «Me acordé de su respuesta en 2013, cuando un periodista le preguntó qué opinaba de un posible «lobby gay» en el Vaticano. Su respuesta dio la vuelta al mundo: «Cuando conozco a una persona homosexual, tengo que distinguir entre ser gay y formar parte de un lobby. Si aceptan al Señor y tienen buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlos?». Esa declaración fue, en su momento, la más inclusiva jamás hecha por un papa respecto a las personas LGBTQ+. La revista The Advocate lo nombró «Persona del Año» en 2013.
El Papa Francisco atrajo la atención mundial con sus declaraciones progresistas, pero para muchas personas LGBTQ+ fue una figura ambivalente, por no contradictoria. «Durante su pontificado llegué a verlo como un gran equilibrista, cuyas buenas intenciones rara vez se traducían en acciones concretas. Y, en algunos casos, manifestó verdaderas contradicciones. Por ejemplo, Francisco ha aprobado bendiciones para parejas del mismo sexo, siempre que no se asemejen al matrimonio». El matrimonio igualitario siempre ha sido excluido y Francisco ha definido repetidamente la «teoría de género» como un «proyecto ideológico» que «niega la diferencia natural entre hombre y mujer». La relación del papa Francisco con las personas transgénero ha sido quizás la más contradictoria. En 2015, en su libro «Papa Francisco: Esta economía mata», comparó a las personas transgénero con armas nucleares, considerándolas una amenaza para la creación de Dios como hombres y mujeres. Años después, recibió y almorzó varias veces con una comunidad de mujeres trans —muchas de ellas trabajadoras sexuales— en Torvaianica, Italia, con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres de 2023. «El Papa Francisco fue, sin duda, un hombre humilde y sincero, pero a menudo ignoraba a los fieles LGBTQ+. Que el Papa Francisco descanse en paz.
Interesante publicación histórica pero con un importante paralelismo presente. «El León, la Tiara» es una obra en coautoría con Thomas Manchin, publicada por Nuova Editoriale Romani como parte de la colección Auxilia Iuridica, dedicada a estudios jurídicos, históricos e institucionales. La obra busca ser un diálogo entre pasado y presente, derecho e historia, símbolos y territorios. El León evoca el poder temporal de la Serenísima República de Venecia, mientras que la Tiara (o tiara) representa la autoridad espiritual de los Estados Pontificios. Dos poderes distintos, pero profundamente entrelazados en la historia italiana y europea. Esta interdependencia reside la posibilidad (y la necesidad) de un diálogo entre León y Tiara: una confrontación entre poder y conciencia, entre normas y moralidad, entre Estado e Iglesia. La decisión de centrarse en la relación entre los Estados Pontificios y la República de Venecia durante el siglo XVI refleja una doble intención histórico-jurídica. Este período (en particular la segunda mitad del siglo XVI) estuvo marcado por profundas tensiones entre ambas potencias, pero también por importantes intentos de compromiso, mediación y equilibrio de intereses divergentes.
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