Llevamos unos días de una gran presión informativa llenas de noticias interesantes que denotan que los tiempos se aceleran. Hoy no vemos gran cosa de interés que no suponga una repetición de lo ya informado, haremos una excepción y no citaremos las noticias del día. Tenemos una maravillosa mañana primaveral, da pereza dejar el paseo matutino por la plaza de San Pedro, la solemnidad del escenario vacío, del gran teatro barroco que se muestra en todo esplendor como si estuviera preparándose a días decisivos. El sol lo va iluminando lentamente con tonos cálidos, descubriendo la belleza con un juego de luces y sombras que va venciendo las tinieblas.
Las prisas se notan, el Vaticano es un mar de rumores, por decir algo, aquí todo se ve y hay temas tabú que solo se comentan con gestos y muy sotto voce. Podemos estar mucho más cerca del final de pontificado del Papa Francisco de lo que pensamos. Demasiados traslados discretos al Gemelli que se protegen para no ser vistos saliendo de garaje de Santa Marta directamente para evitar las miradas curiosas. En la tradición de los sacros palacios está que el papa goza de buena salud hasta tres días después de fallecer y en esas estamos. La edad y lo que vemos nos indican que estamos al final de un periodo muy convulso, con un desenlace final que se acerca.
Hay muchos, es inútil ocultarlo, que rezan para que termine esta pesadilla. En la curia, reina el caos, todo está paralizado, y solamente se actúa por orden directa, y a estas alturas, por escrito, del Papa Francisco. No es que deseemos la muerte de nadie, Dios nos libre, pero es evidente que podemos estar cerca y muchos lo ven como algo necesario para pasar página. Las primaveras solo están en la imaginación de un diminuto grupo que ha hecho del Papa Francisco algo que va más allá de su persona, haciéndole encarnar todas sus aspiraciones. Los seres humanos somos mortales, todos, es un hecho que no podemos ignorar, tanto más cuando afecta a cosas de gobierno. Hasta Benedicto XVI, los pontificados han terminado con el fallecimiento del papa reinante, no es un hecho del que no podamos hablar, debemos, y podemos estar cerca.
Se nota el cansancio, esto no da para más, se aguanta, se resiste, pero hemos entrado en una fase que ni ‘palante’, ni ‘patrás’. Todo está paralizado, salvo algunos que están intentando aprovechar las cosas para ir a lo suyo. Saben que ahora o nunca, pero el Papa Francisco no parece muy dispuesto a tomar decisiones ‘revolucionarias’ . Su posición reciente sobre el celibato, es posible cambiarlo, pero que lo haga el siguiente, puede definir muy bien la situación.
Por lo que nos llega del resto del mundo, nos encontramos con un colegio cardenalicio muy despistado, lleno de purpurados que están muy lejos de las intrigas vaticanas y que no se conocen entre ellos. Somos muy conscientes de que el próximo cónclave se presenta lleno de interrogantes y con resultados muy poco previsibles. Tenemos fe y sabemos que Dios actuará y sacará grandes bienes de tantos males, pero humanamente, en cuento nuestra mortal naturaleza es capaz de razonar, esto va muy mal. Las personas son únicas, el Papa Francisco también, y un Francisco II, un clon, no es posible. Será otra cosa, esperemos que con la capacidad de llenar de vida al moribundo cuerpo de Cristo.
Los miles de obispos que pueblan del orbe, salvo excepciones, pocas, reina el silencio. Son muchos los católicos que han abandonado el barco, que se han alejado de sus parroquias en una apostasía masiva y silenciosa. Los que quedan, pocos, si tuviéramos el valor de hacer una verdadera estadística nos asustaríamos, se agrupan en torno a los sacerdotes fieles que nos van quedando. Los silencios episcopales denotan cobardía, pero también miedo a ser ‘retirados’ e incapacidad para afrontar un tiempo de crisis, social y religiosa para la que no están preparados.
Las órdenes religiosas tradicionales se van extinguiendo cerrando sus casas a un ritmo imparable. Son los que más hablan de primaveras, y son los que se dedican a enterrar, cerrar e intentar gestionar un patrimonio inmobiliario inmenso y ahora inútil. Quedan algunos fieles, lo sabemos, que sufren la descomposición de sus carismas fundacionales. Esperemos que ellos sean la semilla que hará resucitar al muerto, lo importante no es que sean muchos, sino que sean santos, Dios hará lo demás. Tenemos nuevas fundaciones, es este momento casi todas intervenidas, que son también la esperanza de que la vida religiosa no es cosa del pasado, vocaciones hay, hay que cuidarlas y formarlas, no es un momento fácil.
El verdadero tesoro de estos tiempos son los sacerdotes diocesanos diseminados por toda la iglesia, aparentemente pocos, juntos no tanto. Los pudimos ver en el funeral del Papa Benedicto XVI, nos los encontramos a diario en nuestras parroquias, son los que intentan mantener, con el respaldo de sus fieles y la mirada torva de sus obispos, lo que queda de cristiandad. Con aciertos y desaciertos, con mucho entusiasmo, luchan contra la adversidad. Celebran con piedad, confiesan aunque sufran horas de soledad, abren sus iglesias aunque están muchas horas vacías, organizan todo tipo de actividades aunque los asistentes sean mínimos. Son la llama encendida que nos asegura que hay relevo y que Dios sigue sin abandonar a su pueblo.
Los fieles, que son la mayoría natural de los bautizados siguen aquí, el desconcierto reina en muchos de ellos, no es fácil ver todos los días como los que tienen que confirmarlos en la fe, se vuelven sus enemigos públicos. Pensamos que todos estamos aprendiendo y si en otros tiempos una sotana roja, no digamos blanca, o un pectoral, indicaban una autoridad indiscutible, hoy no es así; al contrario, estamos aprendiendo a ponernos a la defensiva porque queremos morir en la fe de nuestros mayores y no en la de los sinodales alemanes.
Nuestra Santa Teresa, la ‘teresona’ lo tenía claro y sus tiempos no fueron fáciles: «Andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir adelante».
Del Libro de la vida: «Muchas veces he pensado, espantada de la gran bondad de Dios, y regalándose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no deja sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite Su Majestad se cieguen, y los quita de su memoria. Dora las culpas. Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga». ¿Quién no querría contar hoy con un amigo así para su día a día?
«Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear
sino amar y más amar?… »
«¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?»
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