Es una conmemoración gloriosa que mi querido y admirado amigo Nemesio Rodríguez Lois recuerda en un hermoso artículo.
Por mi parte no tengo nada que añadir. Sólo celebrarlo.
Esa primera misa fue el inicio de millones y millones de muchas más que repitieron incruentamente el sacrificio de Cristo en la Cruz y a la que muchos otros mejicanos se unieron cruentamente a ella con el sacrificio de sus vidas: Santos Niño Mártires de Tlaxcala, San Joselito Sánchez del Río, Padre Pro…
Gracias a ella la Santísima Virgen se quiso hacer presente en Méjico y se unió a él en vínculo indisoluble. Y en esas ternuras de María no se apareció a un obispo, un misionero, un español sino a un pobre indio mejicano. Tan miserable que se sentía absolutamente incapaz de ser portador de su mensaje. ¿Quién me va a creer?
Y Ella le avaló con su imagen en la tilma del indio cubierta de rosas. Si es que María, como Cristo, son muy especiales. Se ocultan a los soberbios y a los poderosos y se revelan a los más humildes entre los humildes. Y les acreditan hasta con prodigios humanamente incomprensibles. Haciendo bailar al sol o quedándose con los mejicanos siglos y siglos amándoles y amada.
Hermoso artículo de Rodríguez Lois. Dios y la Guadalupana quieran que el quinientos centenario de aquella primera misa, el inicio del catolicismo mejicano, sea conmemorado como se merece.