
Siguen los escándalos en Mar del Plata, tras la renuncia antes de asumir de dos obispos, la cesantía de Mons. Mestre, en La Plata, y el envío por castigo del padre Luis Albóniga, a Jujuy. Ahora, el administrador apostólico, Ernesto Giobando, jesuita, e íntimo de Bergoglio, le quitó las licencias ministeriales, y sacó de la parroquia Cristo Rey, del barrio de Constitución, al padre Ernesto Hermann, un fiel y valiente sacerdote escolapio.
¿El motivo?: haber defendido, en sus homilías, el orden natural, el matrimonio y la familia. «Fieles» de la parroquia lo denunciaron al obispado, por «fundamentalista»; y ocurrió lo de estos últimos años, en la «iglesia sinodal», para «todos, todos, todos». Sin ni siquiera ser escuchado por su ordinario -nunca mejor aplicado el término-, ni con la más elemental posibilidad de defensa, fue dejado de patitas en la calle. Arrupismo vengativo, en estado puro, hoy catapultado a la cima del poder en Roma.
Según trascendió, el padre Hermann -que fuera Provincial de la Congregación, y que se destaca por su liderazgo en defensa de la educación católica-, está de Retiro en la provincia de Córdoba, a la espera de un nuevo destino.
Laicos marplatenses, de buena doctrina, sostuvieron, indignados, que «estamos hartos de tanto despotismo, y progresismo, que está destrozando nuestra diócesis. El padre Hermann, y el padre Agustín, son dignos hijos de San José de Calasanz; y, en poco tiempo, levantaron, con trabajo, celebraciones dignas, y buena doctrina, una parroquia moribunda. Por eso, no los soportan. En tanto, siguen haciendo alarde de su infidelidad otros siniestros curas del clero diocesano».