La belleza en el arzobispo Aguer

La belleza salvará al mundo.

          La expresión estampada en el título procede de Fiódor Dostoievski, quien en su novela “El idiota”, la pone en boca del príncipe Mishkin, no como una creación de este personaje –protagonista de la obra-, sino como una mención que él hace de una teoría: la belleza salvará al mundo.

          Pero más que una invención de Dostoievski, la teoría manifiesta una dimensión de la realidad. Se remonta a Platón: ser, verdad, bondad, belleza. Lo bello –to kalónpulchrum– no se limita al orden estético; no se reduce a la belleza física, sino que se eleva al orden espiritual, y significa: noble, excelente, algo así como esplendor que corona la realidad.

          Jesucristo es kalón, por su belleza personal que atraía las miradas y la aceptación de su Palabra. En los Evangelios se narra su transfiguración: asomo humano de la belleza de Dios, unida personalmente a Él. La belleza se esconde en la circunstancia de su Pasión, para resurgir en los rasgos del Kyrios resucitado. Su cuerpo glorioso conserva los estigmas sagrados, que Tomás, el apóstol incrédulo, es invitado a tocar. El Señor, que es la Belleza, es el Salvador. Su belleza se comunica en la Gracia que difunden los sacramentos. La Presencia eucarística es la belleza que se percibe en la fe: hay que creer para ver. La fe es visión misteriosa, sacramental, que aguarda convertirse en visión cara a cara. La belleza del Resucitado se recoge en la Ascensión: la belleza es divino-humana.

          La difusión del cristianismo, que es ofrecimiento de la salvación, hace presente la belleza del Resucitado, que se manifestará plenamente en su retorno. Las apariciones del Señor a los creyentes muestran la belleza divino-humana del Verbo Encarnado; todos los testigos coinciden en que se trata de una belleza deslumbrante, luminosa. ¡Qué será, entonces, la visión beatífica, expresión de la realidad divina! Esseverumbonumpulchrum, la belleza en su sitio; así la perciben los bienaventurados. La belleza del Kyrios es imagen de la belleza del Dios Trino, porque Él mismo es uno de los Tres. La belleza de Dios se encarnó para salvar al mundo. El enigma de la historia consiste en que los hombres prefieren la fealdad, rehusando ser salvados por la belleza. Ignoramos cómo se resuelve el enigma de la historia, aunque sabemos que Cristo es todo en todos; es decir que la Iglesia es el depósito de la belleza que salva.

          El hombre está hecho para la belleza, por eso se conmueve ante la belleza de la realidad o del arte. La salvación es aceptar que Dios es la Belleza.

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

 

Buenos Aires, miércoles 31 de diciembre de 2025.

Octava de Navidad. –

 

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