Confesión: “chapa y pintura” para taxistas.
Del P. Christian Viña
Dios me regala en mi encuentro diario con los taxistas, a la entrada y salida del hospital, inolvidables momentos de evangelización. Su buen humor, su calidez y hasta sus “días malos”, con angustias largas, y esperanzas cortas, me dan pie, todo el tiempo, para hablarles de Cristo, de la misión que tienen aquí, en la Tierra; y cómo deben enfrentar las dificultades, de la mano del Señor y de la Virgen.
Siempre les recuerdo que “Dios les presta a sus hijos, por un rato, para que los lleven, del mejor modo, a sus hogares, al trabajo, al estudio, u otros destinos. Recuerden que el punto de llegada es el Cielo; y allí debemos arribar, con la gracia de Dios, del mejor modo”.
Obviamente, como todos los hijos de Adán y Eva, sufren las secuelas del pecado original; con todas las debilidades y heridas que ellas implican. Y algunos, por distintas circunstancias, están alejados de la Iglesia. “¿Por qué te fuiste? ¿No nos soportas a los curas?”, les disparo, en estos casos, para darles oportunidad a que se explayen… Y las explicaciones, claro está, varían en forma, número y gravedad. “¡Hoy te estamos esperando, en la Iglesia! ¡Hoy es el día de tu retorno! ¡Aquí estamos, para servirte!”, les redoblo la apuesta. Y conmueve ver, en más de un caso, cómo rostros curtidos por diversas pruebas, recobran una luz que les resultaba esquiva. Están, también, los que aprovechan para consultar sobre la preparación para algún Sacramento –en especial, para sus hijos o nietos-. Y, casi sin excepción, hacen gala de humoradas y ocurrencias; que desafían a un servidor, para el retruque oportuno.
– ¡Padre! ¡Si yo voy a su Misa, se le van a caer todos los santos…!
– ¡Los santos tienen repuesto! ¡Vos, no!
– ¿Padre, tiene un Rosario para colgar en el auto?
– Tengo uno para que lo lleves en tus manos, y lo reces. Y, si quieres, te doy otro para llevar en el espejito del coche; como testimonio del Señor y de la Virgen.
– ¡Padre! ¡Cada vez que viene nos sale más trabajo!
– Es el Padre del Cielo el que te llama a llevar a sus hijos. ¡No corras! ¡Te esperan en casa! ¡Y a ellos, también, los esperan!
– ¿Padre, no quiere manejar un rato el taxi?
– Yo solo manejo mi Ferrari (una baqueteada bicicleta, que me acompaña desde mi Ordenación Sacerdotal). ¡Y conduzco las almas al Cielo!
– Padre: yo fui monaguillo, en mi pueblo. Y después me hice pastor de una secta…
– Hasta que te diste cuenta de que el mejor negocio es ser católico. ¡Aquí nadie te dice “pague, y a sufrir” …! Ni te sacan, por la fuerza, el diez por ciento de tus ingresos. ¡Hasta en eso terminaste ganando!
– ¡Vio qué lindo está mi coche, padre! ¡Luce como nuevo, una “pinturita” …!
– ¡Espero que más limpia esté tu alma! ¡Ella sí tiene que brillar ante los ojos de Dios!
Expresiones como éstas son solo una pequeña muestra de su inagotable caudal de experiencias. Tener tanta calle, andar por tan diferentes caminos, y ser protagonistas y testigos de las situaciones más insólitas, hace que resulte muy provechoso escucharlos. Y que, a partir de sus dichos, en todo momento, tengamos alguna referencia hacia lo Alto. Conmueve, especialmente, comprobar cómo esos hombres rudos, esculpidos por los golpes de la vida, conservan su capacidad de asombro y mantienen intactas sus emociones. Como cuando relatan, con detalles, cómo auxilian a personas mayores, a la hora de subir o bajar del vehículo. O cómo, en no pocos casos, les bonifican las tarifas frente a sus magros ingresos. “Hay muchos viejos solos –se lamenta, siempre, uno de ellos- Y lo peor es que, en la mayoría de los casos, no les faltan hijos, nietos u otros parientes cercanos. Da mucha tristeza verlos, sin ninguna compañía, por ejemplo, en sus consultas médicas, y trámites varios”.
Hablan de sus “máquinas” –o sea los coches que conducen- con entusiasmos desbordantes. Y, por supuesto, narran, con lujo de detalles, sus destrezas al volante para evitar darse, o que les den “el palo” (chocar); y quedarse, así, sin ingresos por varias jornadas. Claro está: tener que recurrir a “chapa y pintura” –por más cobertura de seguro que se tenga- implica preocupaciones varias y pérdida de plata. Por eso, una y otra vez, sale el tema en la conversación. Y que volviese a ocurrir, hace unas horas, me dio pie para una pequeña catequesis cuaresmal:
– Miren, muchachos, cada vez que pecamos, nos damos “el palo”. Y fuerte, muy fuerte. Ofendemos gravemente a Dios; y, desde Él, a los hermanos. Y corremos el riesgo no ya de quedarnos unos días sin guita; sino afuera, para siempre, del Cielo. Estamos en Cuaresma; que son 40 días de preparación para la Pascua. ¡Hagan una buena Confesión, pídanle perdón al Señor, por sus pecados, lloren todo lo que tengan que llorar, y vuelvan a salir a las pistas, del mejor modo!
– ¡Padre! ¡Yo necesitaría días enteros para confesarme!
– ¡No lo creas! ¡Si te preparas bien como, por ejemplo, lo haces cuando vas a realizar la verificación técnica del coche, lo harás todo en pocos minutos!
Y ahí vino, entonces, la explicación para un buen examen de conciencia. Con ejemplos bien concretos, tomados de lo cotidiano. Silencio profundo, miradas atentas, repreguntas varias, y el propósito final de una buena “chapa y pintura”, como regalo a Quien les da, todo el tiempo, todo lo necesario.
– ¡Padre! ¿Y si estamos bien de “chapa y pintura”, qué hacemos?
– ¡Nunca se está bien del todo! Pero, en tal caso, puede ser “alineación y balanceo”, “tren delantero”, “amortiguadores”, o cualquier otro servicio que haga falta. ¡Poner a punto la máquina insustituible es todo un regalo para el Cielo!
Sonoras carcajadas, bendición y despedida. Una vez más, mis amigos, los taxistas, parte de mis “periferias”, me confirmaron que anunciar a Cristo es lo más grande para cualquier católico. Ni que hablar para un Sacerdote. Porque Él no vale la pena, ¡vale la vida! Y da su propia Vida, vehículo perfecto, como Camino que nos lleva a la parada eterna…
+ Pater Christian Viña
La Plata, miércoles 26 de marzo de 2025.
En el 13° aniversario de mi Ordenación Diaconal.