El maestro de Benedicto hace música para León

El maestro de Benedicto hace música para León

Por el P. Raymond J. de Souza

La alta cultura —y la apreciación espiritual de la alta cultura— ha regresado al Vaticano este mes. El Papa León XIV está restaurando discretamente algunas tradiciones recientes, como celebrar personalmente la Santa Misa en la mañana de Navidad, algo que no se hacía desde 1994. A principios de este mes, también recuperó el concierto de música sacra clásica.

Hace sesenta años, al concluir el Concilio Vaticano II, se leyeron algunos “mensajes” dirigidos a diversos grupos; uno de ellos estaba destinado a los artistas, incluidos los músicos:

La Iglesia del concilio os declara que, si sois amigos del arte auténtico, sois nuestros amigos. La Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros. No os neguéis a poner vuestros talentos al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestra mente al soplo del Espíritu Santo.

Unos meses después, en abril de 1966, san Pablo VI hizo visible esta amistad asistiendo a un concierto en el auditorio de Santa Cecilia, cerca del Vaticano. Cuatro años más tarde, con motivo de su jubileo sacerdotal de oro, se interpretó en su presencia la Missa Solemnis de Beethoven en la propia basílica de San Pedro.

El patrocinio papal de la música clásica tras el Concilio alcanzó su apogeo hace cuarenta años. San Juan Pablo el Grande, durante una visita a Austria en 1983, se reunió con el célebre Herbert von Karajan, quien sugirió que una magnífica misa musical se interpretara en una Misa pontificia. Juan Pablo aceptó.

En 1985, para la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, Karajan dirigió la Misa de la Coronación de Mozart en San Pedro. La Filarmónica de Viena se unió a solistas de renombre, entre ellos Kathleen Battle. Fue el último gran momento de la carrera del “director de Europa”, y el anciano y enfermo Karajan recibió la Sagrada Comunión de manos del Santo Padre. Moriría cuatro años después, reconciliado con la Iglesia, con la que su relación había sido difícil.

Los grandes conciertos papales continuaron, con otro momento culminante en 1994, cuando Juan Pablo organizó un concierto para conmemorar la Shoah, dirigido por Gilbert Levine en el Aula Pablo VI. Fue un instante de gran historia y emoción intensa. El gran rabino de Roma se sentó junto al Santo Padre. Richard Dreyfuss recitó el Kaddish. El cardenal Jean-Marie (nacido Aron) Lustiger de París, cuya madre murió en Auschwitz, abrazó a Levine. La música cumplía así su vocación más alta.

El Papa Benedicto XVI tenía una gran estima por la música y era él mismo músico, pues tocaba a Mozart al piano. Era, por tanto, apropiado que este año el Premio Ratzinger a una trayectoria distinguida en el ámbito académico y cultural fuera concedido a su amigo de toda la vida, el maestro Riccardo Muti.

Mejor aún: tras cierta suspensión de los conciertos papales durante el pontificado del Papa Francisco, el premio fue entregado por el propio Papa León XIV en un concierto ofrecido por Muti en el Aula Pablo VI. Eligió la Misa de la Coronación de Carlos X de Luigi Cherubini, compuesta en 1825. Muti seleccionó esta obra en su bicentenario, un momento en el que la música sacra misma reafirmó brevemente su presencia en el patrimonio cultural y espiritual de Francia tras el vandalismo de la revolución y el terror. La coronación de Carlos X fue la primera desde 1775 y la última de la monarquía francesa.

Al recibir el premio, Muti habló con afecto del Papa León, recordando sus muchos años como director musical de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Muti mencionó que había dirigido Las siete últimas palabras de nuestro Salvador en la cruz de Haydn en la catedral del Santo Nombre de Chicago, con el cardenal Cupich como narrador de la obra.

Muti recordó además los pensamientos de Benedicto sobre la música sacra. En 2015, Benedicto recibió ya retirado un doctorado honoris causa de la Universidad Pontificia Juan Pablo II de Cracovia y de la Academia de Música de Cracovia. En aquella ocasión habló de los “tres lugares” de los que brota la música: la experiencia del amor, la experiencia de la tristeza, del sufrimiento y de la pérdida, y el encuentro con lo divino:

La calidad de la música depende de la pureza y la grandeza del encuentro con Dios, con la experiencia del amor y del sufrimiento. Cuanto más pura y verdadera sea esa experiencia, tanto más pura y grande será la música que de ella surge y se desarrolla.

El Papa León, al conferir el premio, se hizo eco de ello citando una frase predilecta de Benedicto: «La verdadera belleza hiere, abre el corazón y lo dilata».

Que tales ideas animaron a Benedicto hasta el final quedó confirmado cuando Muti habló de su último encuentro con él. El Papa emérito estaba leyendo El infinito entre las notas de Muti e invitó al maestro a visitarle para comentarlo.

«[Las palabras] son de Mozart», dijo Muti. «Entre una nota y otra está el infinito, es decir, el misterio, y eso es lo que busco: no agitarme salvajemente en el podio, sino lo que Dante, en el Paradiso, llama arrobamiento, no comprensión».

«Hablamos mucho de Mozart», recordó Muti. «Lo considero una de las formas tangibles de la existencia de Dios y, como soy un poco discutidor, hablamos de todas esas producciones que a veces empañan la música».

«Las últimas palabras del Papa las llevaré conmigo hasta el final de mis días», añadió Muti. «Mirándome con aquellos ojos celestiales suyos, me dijo: “Dejemos descansar en paz al pobre Mozart”».

El concierto y el premio concedidos a Muti fueron algo así como un bálsamo para los devotos de Benedicto, cuya apreciación por la música sacra y la cultura litúrgica no continuó bajo Francisco. El concierto, el premio y las palabras tanto de León como de Muti marcaron una suerte de retorno del espíritu de Benedicto al Vaticano durante unas horas. Resultaba fácil imaginar al propio Benedicto diciendo lo mismo que León al abrir su breve discurso:

San Agustín, en su tratado sobre la música, la llamó scientia bene modulandi, vinculándola al arte de conducir el corazón hacia Dios. La música es el camino privilegiado para comprender la suprema dignidad del ser humano y confirmarlo en su vocación más auténtica.

Si León sigue a Agustín en esto, como lo hizo Benedicto, entonces el concierto de Muti será solo el primero que honre este nuevo pontificado.

 

Sobre el autor

El P. Raymond J. de Souza es un sacerdote canadiense, comentarista católico y senior fellow del think tank Cardus.

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